Homilía Padre Jesús Hermosilla - II Domingo de Adviento
DOMINGO II DE ADVIENTO
Ciclo A
EL SEÑOR VIENE A HACER JUSTICIA Y
ESTABLECER LA PAZ
Mira que el Señor va a venir para salvar
Estas palabras de la antífona de entrada son un leitmotiv (un estribillo) de todo el
tiempo de adviento. Son el evangelio,
la buena noticia de estos días. Sin embargo, el hombre actual se siente autosuficiente, piensa que no necesita que
nadie venga a salvarle o, en todo caso, que la salvación a la que aspira
(salud, trabajo, dinero, afecto humano…) se la pueden procurar otros hombres.
Parece como si hablar de salvación espiritual estuviera fuera de lugar, pasado
de moda, algo que ya no interesa a nadie. Algo de verdad hay en todo ello.
Ahora bien, todos anhelamos una paz
interior, un amor sin defectos ni límites, una tranquilidad de conciencia,
una vida sin muerte, una felicidad plena y sin fin… que nada ni nadie nos puede
dar. Pues esa es la salvación que
Jesucristo nos trae. El problema es que hoy se reflexiona muy poco y la
mayoría de la gente vive en un nivel más animal que humano (instintos,
sentimientos, sensaciones, gustos…). A
la gente se la ve triste, insatisfecha, y así se sienten allá en el fondo
del corazón, pero no se paran a tomar conciencia de ello, a ver las causas y
encontrar los remedios. Se intenta tapar todo eso con nuevas sensaciones
físicas agradables, momentos de evasión, amores que, como el agua de mar, no
quitan la sed sino que la acrecientan. Pues bien, la buena noticia que nos da
el Señor es que El viene en persona a
salvarnos de esos males radicales. El es el médico y la medicina. El
salvador y la salvación. El es el Rey de justicia y paz, lleno del Espíritu del
Señor, que quiere bautizarnos en el Espíritu Santo.
Viene a establecer un reino de justicia y paz
La profecía de Isaías que este segundo domingo de
adviento escuchamos nos anuncia que un
descendiente de David, lleno del Espíritu de Dios, viene a hacer justicia y
establecer un reino de paz. Ese personaje no es otro que el Mesías,
Jesucristo. Jesús ya vino y estableció el reino de Dios, sin embargo todavía no
ha llegado a plenitud. Estamos a la espera de que venga y la promesa de Dios
acabe de cumplirse en su totalidad. El juicio que realiza consiste, por una
parte, en no juzgar por apariencias, defender al desamparado y dar sentencias
justas y, por otra, en herir al violento y matar al impío. Además establece la
armonía y la paz en la tierra, que el texto del profeta describe de manera
poética diciendo que los animales salvajes, como el lobo y el león, convivirán
con el cordero y el novillo, que un niño juega con una culebra ya no habrá daño ni estrago. Y todo está
lleno de la ciencia del Señor. Toda la
humanidad anhela ese paraíso. Nosotros lo esperamos.
Jesús ya nos ha
traído ese reino de justicia y paz. Quienes le
siguen lo experimentan. En un hogar, en un barrio, en un pueblo donde
Jesucristo reina y se le hace caso, hay paz y armonía, se puede vivir y
convivir, aunque no todo sea perfecto. En donde a Cristo se le rechaza, aquello
se vuelve un infierno. Lo que ahora, en
el adviento, esperamos es que ese reino llegue a plenitud. El reino en
plenitud comporta también un juicio. Juan Bautista lo describe con imágenes de
las faenas agrícolas: talar un árbol, separar la paja del trigo. Si queremos
escapar de la severidad del juicio futuro, dejémonos juzgar ahora. El adviento es tiempo de juicio, de
revisión, de examen, tiempo para dejarse juzgar y convertir por la Palabra.
Así le preparamos el camino.
Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos
En la espera de la llegada del Reino de Dios se nos
invita a no permanecer inactivos, sino a prepararle el camino. Preparar el camino, enderezar sus sendas,
es un modo de decirnos que nos preparemos nosotros. Hay que disponerse a
recibir el Reino, a recibir la salvación, a recibir al Salvador. Ya el domingo
pasado se nos invitaba a despertar del sueño. Esto es lo primero. Hay que despertar, salir de esa modorra en que nos
tiene adormilados la mentalidad y el ambiente imperante en el mundo o de
esas falsas seguridades que nos da la mediocridad espiritual. Para eso es necesario reflexionar, entrar dentro de
uno mismo, tomar conciencia de la propia situación; sin miedo, pero con
sinceridad y realismo. Sobre todo, hay
que escuchar la Palabra de Dios, orar, concentrarse más en el Señor.
Juan Bautista
nos ayuda a concretar todavía más esa preparación. Primero nos invita al arrepentimiento:
“arrepiéntanse porque el reino de los cielos está cerca”. Arrepentirnos ¿de
qué? Evidentemente, hay que arrepentirse del pecado, de todos los pecados
(actos, actitudes, omisiones, apegos). Tal vez, primero, hay que arrepentirse de no verse pecador. Puede
ser que tengamos que arrepentirnos también ya de estar desaprovechando este
tiempo de gracia que es el adviento, de andar más preocupados y ocupados en
otras cosas que en nuestra salud espiritual. A este respecto –y vean si es
realista la liturgia de la Iglesia- pedimos, en la primera oración de la Misa
de hoy: “que nuestras responsabilidades
terrenas no nos impidan, Señor, prepararnos a la venida de tu Hijo”; otra
versión dice, en vez de responsabilidades terrenas, “los afanes de este mundo”.
Por tanto, prepararse es arrepentirse y arrepentirse implica examinar, revisar,
dejarse juzgar por la Palabra, dolerse
del mal, de la propia situación, pedir perdón, confiar en que es posible el
cambio.
Otro paso, en este preparar los caminos para que el
Señor venga, es la confesión de los
propios pecados. El evangelio afirma que la gente que acudía a escuchar a
Juan Bautista “confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río”. Nosotros
ya estamos bautizados, pero tenemos “un segundo bautismo” en el sacramento de
la penitencia. El tiempo de adviento
debería incluir o concluir con una (al menos una) confesión humilde, contrita,
esperanzada, de los propios pecados en el Sacramento del perdón.
Prepararse lleva
consigo también practicar las buenas obras. La
oración colecta del domingo pasado pedía: “Señor, despierta en nosotros el
deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia”. Preparar
los caminos del Señor, enderezar sus sendas implica, pues, dejar de mirarnos
tanto a nosotros mismos y concentrar más la atención en el Señor y en nuestros
próximos. San Pablo nos lo dice hoy exhortándonos a “vivir en perfecta armonía unos con otros para que, con un solo
corazón y una sola voz” alabemos a Dios y a acogernos unos a otros como Cristo
nos acogió. Juan Bautista les dice a los oficialmente buenos de su tiempo,
fariseos y saduceos –además de llamarles “raza de víboras”-, que no se hagan
ilusiones pensando que son hijos de Abrahán, sino que “hagan ver con obras su
arrepentimiento”.
Cuando escuchamos todas estas cosas pensemos en nosotros mismos que, tal vez,
nos hacemos también falsas ilusiones pensando que somos catequistas, misioneros,
miembros de tal o cual grupo o movimiento, religiosos o religiosas, sacerdotes
u obispos…, es decir, que ya estamos en el buen camino, que ya estamos
convertidos y que lo estamos haciendo todo bien. El adviento es también –o especialmente- para nosotros: primero,
porque lo necesitamos, estamos muy lejos de la santidad y, segundo, porque el que les llegue a otras muchas personas
el verdadero mensaje del adviento, de la salvación, de la navidad, depende en
gran medida de nosotros, sobre todo de nuestra vida, de nuestro testimonio,
de un testimonio que llame la atención, que suscite interrogantes. Juan
Bautista iba vestido con una túnica ruda y se alimentaba de saltamontes y miel
silvestre; el evangelista anota esto porque era algo que llamaba la atención, un signo externo de austeridad que indicaba
la rectitud interior del profeta.
¿Qué signos estoy dando, en el tiempo ya transcurrido
del adviento, de que me lo he tomado en serio? ¿Qué obras de arrepentimiento?
¿Qué obras de misericordia? ¿Mi vida
está siendo adviento, es decir,
anuncio de salvación, para otras personas? ¿Mi modo de pensar, de hablar y
de actuar, en el trabajo, en casa, en la universidad…, transmite esperanza? En medio de una generación triste,
desanimada, sin ideales trascendentes, seamos testigos de esperanza.
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