Homilía Padre Jesús Hermosilla - IV Domingo de Adviento
DOMINGO IV DE ADVIENTO A
LA SEÑAL DE QUE DIOS AMA AL MUNDO
El cuarto domingo de adviento nos pone ya en la recta final de la preparación a la navidad. Todos los años escuchamos el evangelio de la anunciación, este año la anunciación a san José. Hagamos nuestra la petición de la oración de poscomunión de este día: “concédenos, Padre todopoderoso, prepararnos cada día con mayor fervor para celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo”.
El Señor mismo les dará una señal
Acaz era rey de Judá, en el siglo VIII a.d.C. Cuando supo que los ejércitos de Siria e Israel venían hacia Jerusalén para atacarla, Acaz se llenó de temor. El profeta Isaías le salió al paso para darle palabras de tranquilidad de parte de Dios e incluso le invitó a pedirle una señal. Acaz dice que no quiere pedir señales para no tentar a Dios, pero en realidad es porque desconfía de Él. San Bernardo, comentando esta escena, llama al rey “zorro” y “pajarraco” y dice que “su respuesta es insincera, bajo capa de piedad”. De hecho, Acaz preferirá pedir ayuda a Asiria y la recibirá, pero quedará bajo vasallaje de aquella potencia. Dios, por su cuenta, va a dar una señal de su presencia en medio de su pueblo y de su amor por él: “he aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel … Antes de que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo”. Esta promesa de Dios se realiza en toda su plenitud en la encarnación y el nacimiento de Jesucristo. Él es el Dios-con-nosotros. “No temas, Adán –comenta san Bernardo-, que Dios está con nosotros. Nada temas, hombre. Con nosotros en la semejanza de la carne, con nosotros en la necesidad. Llegó como uno de nosotros, por nosotros, semejante en todo, capaz de sufrir” (sermón 2 de adviento).
A tanta gente que no tiene fe, a tantos que dudamos si Dios nos escucha, si verdaderamente hace algo en este mundo envuelto en tantos problemas, Dios mismo sigue dándonos señales de su amor. Muchas. Tal vez nos cuesta descubrirlas. La gran señal es su presencia en medio de nosotros en su Hijo hecho hombre: “yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Por eso, celebrar la Navidad es celebrar el gran signo de que Dios no abandona a nadie, que Dios está aquí dispuesto a salvar. Así lo confesamos en la respuesta del salmo: “ya llega el Señor, el rey de la gloria”. Busquémoslo, pues, salgamos a su encuentro. Hagamos nuestras las palabras del mismo salmo: “estos son los hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de Jacob”. Sé tú uno de esos. Más aún, los que ya tenemos a Jesús como Salvador, seamos un signo para quienes todavía no creen o dudan. Hagamos presente esta Navidad al Dios-con-nosotros.
También José recibió su señal
San Mateo nos cuenta la entrada del Hijo de Dios en nuestro mundo tal como la vivió san José. Nada sabemos sobre cuándo se enteró José del embarazo de María, tal vez empezó a oír algún rumor y a notar alguna sonrisa burlona en sus vecinos y conocidos, tal vez alguien le llegó con el cuento, tal vez él mismo se dio cuenta… ¿Se lo dijo María? Nada sabemos de cierto. El evangelio únicamente nos dice lo que pensaba hacer una vez conocido el hecho: “José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto”. Comenta una nota de la Biblia de Jerusalén: “la justicia de José consiste sin duda en que no quiere encubrir con su nombre a un niño cuyo padre ignora, pero también en que, convencido de la virtud de María, se niega a entregar al riguroso procedimiento de la Ley (Dt 22, 20 ss) este misterio que no comprende”.
Para nosotros el misterio no es sólo la concepción por obra del Espíritu Santo, sino los caminos de Dios, el misterio de la cruz ya desde el comienzo. El sufrimiento de María y de José. ¿Por qué complicar tanto las cosas? ¿Por qué Dios no le anunció a José sus designios antes de empezar a realizarlos? ¿Por qué el Salvador entra en este mundo causando sufrimientos a su madre y a su padre adoptivo? Nos queda aceptar el hecho y reconocer que así tenía que ser. La cruz de aquel niño en el horizonte, la cruz ya para sus padres. El que las cosas fueran así nos hace pensar en tantos seres humanos concebidos cuya existencia causa perplejidad y sufrimiento y es vista como un problema. La actitud de María y José proyecta una luz de esperanza a quienes a lo largo de la historia de la humanidad se ven en esta situación. Una luz sobre el camino a seguir, sobre lo que es justo. Nunca es justo suprimir una vida para acabar con el problema. Nunca es justo renegar de la cruz. Tampoco es justo juzgar y condenar. María y José eran justos. No podemos decir lo mismo de tanta gente a quienes la concepción de un niño les trae problemas…
Como dicen, “Dios aprieta pero no ahoga”… También a José Dios le dio una señal. Esta vino en sueños. Primero viene la prueba; la prueba templa a la persona, la pone en situación de madurar; luego la prueba da paso a la esperanza y a la alegría. “María ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Siempre hay una solución adecuada. Es necesario dar con ella. Las decisiones apresuradas, generalmente cómodas y egoístas, buscando a toda costa huir de la cruz, no son la solución al problema o situación difícil. “Pero a mí Dios no me da señales…” puedes decir. Te da muchas, pone, si no muchos, al menos algunos ángeles a tu lado; por favor, hazles caso, escúchalos… Te da su Palabra, te habla en su Iglesia; al menos por ahí te dice qué soluciones no son buenas. Y de todos modos, no te precipites, ten paciencia, Dios se te manifestará, Dios te dará una señal…
José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa
José había tomado una decisión que era buena. El Señor le propone otra que es mejor. Y “José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa”. Al recibir a su esposa María, recibió también al Salvador. Se le encarga la misión, como padre legal, de poner el nombre a aquel niño. El nombre será Jesús, que significa Dios-salva, “porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Como José, también nosotros somos invitados a acoger a María y a Jesús en nuestra vida. O acogerles más intensamente. En eso consiste celebrar bien la navidad: acoger al Salvador, acoger la salvación y gracias que nos trae. Acoger al Salvador, que se nos da, significa en primer lugar, establecer una relación más profunda, más personal, más íntima con Él. Significa además dejarse salvar, estar dispuesto a cambiar viejas actitudes (desconfianza de Dios, resentimiento, egoísmo, pereza…) por otras nuevas, las mismas de Jesús (fe firme, perdón, amor, diligencia…). Acoger al Señor supondrá probablemente, en un primer momento, una desestabilización interior, tener que cambiar algunos proyectos personales, como le sucedió a san José. Fiémonos de Dios. Lo que él nos propone siempre será lo mejor.
Comenta san Bernardo que “la Virgen es el camino real (regio) que recorre el Salvador hasta nosotros”. Continúa: “Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la gracia de Aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria”. Y concluye con una oración. Hagámosla nuestra:
“Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación.
Por ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Señora mediadora y abogada nuestra, reconcílianos con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo.
Por la gracia que recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste, consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad”. Amén.
Padre Jesús Hermosilla
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