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Domingo III del Tiempo Ordinario – Ciclo A

SÍGANME 
Vivimos en el mundo de la publicidad. La comercial busca que compremos un producto o que sigamos una moda y, en definitiva, que demos algo de lo nuestro, por lo menos dinero, a una empresa. Si se trata de campañas gubernamentales, la publicidad va encaminada a que obedezcamos unas directrices como ciudadanos o personas. Las campañas políticas invitan a seguir, o al menos apoyar, a una determinada ideología o programa político. Todos apelan a nuestra libertad y a nuestra felicidad, a ninguno se le ocurrirá decir que quieren imponernos algo, pero en el fondo buscan que sigamos su voluntad y, solapada o descaradamente, nos manipulan (tocando los instintos primarios, la sensibilidad, el sentimentalismo… como sea). Ah, eso sí, a ninguno se le ocurre decir claramente sus intenciones reales: “haz lo que yo quiero, sigue mis criterios”.
Jesús no tiene complejos ni anda con mensajes “subliminales”, habla con libertad y dice claramente lo que pretende. “Claro y raspao” propone a unos pescadores: “síganme”. En realidad es el único que puede con toda propiedad hablar así. Hoy escuchamos de nuevo ese llamado.
Demos gracias, estemos alegres
Sí, demos gracias a Dios porque entre nosotros se han cumplido las profecías que anunciaba Isaías. Escuchamos este domingo un texto que resonó también en nuestros templos la noche de navidad. Sobre una región humillada, la Galilea de los paganos, brilla una gran luz y llega la liberación, que provoca la alegría del pueblo. El evangelio de san Mateo ve cumplida esta profecía en el comienzo del ministerio apostólico de Jesús.
Si estudiamos cómo vivían nuestros pueblos cuando eran paganos, sea en Europa o en América, nos daremos cuenta cuán verdad es que, cuando recibieron el evangelio, les llegó la luz, la liberación, la alegría. Generalizando, eran pueblos “bárbaros”, fatalistas, supersticiosos, y con unas costumbres inmorales tremendas; no digo que en todo, por supuesto. Cuando se les anunció a Jesucristo, llegó la Luz, la Salvación, la alegría. Pensemos en nosotros mismos: si hemos conocido a Cristo ya adultos, recordemos cómo era nuestra vida antes de creer en Él y cómo es ahora. Por eso, les invito a dar gracias y alegrarse de ese gran don que hemos recibido. La palabra que hoy escuchamos se ha cumplido verdaderamente entre y en nosotros.
Conviértete porque está cerca el Reino de Dios
Jesús inicia su vida pública invitando a la conversión porque el Reino de los cielos está cerca. Esta conversión es la disposición para poder acoger el Reino que llega. Es una primera conversión. Sin ella es imposible creer y aceptar a Jesucristo. Porque el Reino es, en primer lugar, Jesucristo. Acogerle a él es recibir el Reino de Dios. Mientras el corazón de una persona –sus deseos más fuertes- busca llenarse exclusivamente de satisfacciones sensibles (placeres de los sentidos: espectáculos, comida, vestido, sexo, posesiones…) o sólo con amores humanos (alguien que me quiera…) o éxitos profesionales a cualquier precio, ahí no hay lugar para el Señor. Conversión significa renuncia. Conversión es vaciarse de lo que no sirve y hacer hueco. Conversión significa renunciar a poner el sentido de la vida en todo eso y abrirse a Alguien.
Si ya has dado el paso a esta conversión, no olvides que la conversión es algo permanente (por eso los maestros de espiritualidad hablan de una segunda y hasta una tercera conversión). Al escuchar hoy a Jesús diciéndonos “conviértanse”, aceptemos que nos habla personalmente, pues también nosotros necesitamos conversión, cambio de manera de pensar y de vivir, para acogerle a él con mayor profundidad y radicalidad. Para poder seguirle mejor.
Sígueme
El evangelio nos presenta a Jesús paseando por la orilla del lago de Galilea, acercándose a unos pescadores e invitándoles a dejar sus barcas e irse con él. Hoy es un día para dar gracias por el llamado de Jesús. Escuchar de nuevo esa palabra: “sígueme” precedida de tu nombre. Seguir a Jesús no es, en primer lugar, seguir unas ideas o una ética, cumplir unos mandamientos, seguir a Jesús es vivir una amistad, una relación interpersonal con Dios. Es acoger Su amor. Vivir una alianza que da sentido a la propia vida, que da paz, felicidad y esperanza de vida eterna. Seguir a Jesús es conocerle (a El, antes que su mensaje) como Amigo, Salvador, Dios… Seguir a Jesús es amarle (a El, antes que sus palabras o sus bendiciones). Por supuesto, seguirle es caminar en la vida por los caminos que él caminó, acoger las enseñanzas que predicó y guardar los mandamientos que nos dejó; pero esto es consecuencia de la adhesión a El. Esto se ve claro con el ejemplo de un enamoramiento humano: si una muchacha se enamora fuertemente de un muchacho, no le importa dejar lo que sea con tal de irse con él.
Al igual que el llamado a la conversión, también el llamado al seguimiento es permanente. Jesús no deja de llamarnos. Si lo hemos dejado y nos hemos alejado, nos llama para que regresemos. Si se ha enfriado nuestra amistad, nuestro amor, nos llama para que recuperemos el “primer amor”. En la relación hombre-mujer esto, a veces, es difícil, en nuestra relación con Cristo no. Él lo hace posible. Basta que nos decidamos. Los apóstoles –dice el evangelio- dejaron las redes y lo siguieron. ¿Qué te tiene “enredado”, atrapada, y te impide seguir a Jesús? Date cuenta y déjalo, desenrédate. Dejaron –otros dos- la barca y a su padre y se fueron con él. Tal vez necesitas desapegarte de tu trabajo (la barca) y de tus amigos, conocidos, familia, ambiente social… (su padre). El seguimiento implica movimiento. Merece la pena. Jesús te llena más.
Y te haré pescador de hombres
El llamado al seguimiento es también llamado a una misión. Los pescadores galileos serán pescadores de hombres. El padre, la madre de familia, son llamados a ser también padre y madre en la fe, padre y madre espirituales. El campesino es llamado a ser también sembrador de la Palabra, de la semilla del Reino. El abogado, que no necesariamente ha de dejar de serlo, es llamado a ser abogado e intercesor, ante Dios, mediante la oración. El educador seguirá enseñando matemáticas, pero también será educador en la fe… El llamado de Jesús, en el caso de los laicos, no implica dejar la propia profesión o estado, sino vivirlos desde una nueva dimensión, desde una perspectiva sobrenatural.
La misión no es otra que la de Jesús. Él –concluye el evangelio de hoy- iba por toda Galilea “enseñando, proclamando la buena noticia del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad”. Nuestra misión es llamar a la conversión, proclamar el Reino o, lo que es lo mismo, anunciarle a Él, “sanar enfermos”, es decir, ayudar a la gente, tan llena de heridas, tan maltratada por la vida, tan llena de errores y pecado, a que encuentren la salud del alma, el sentido de la vida, la vida eterna, el perdón que sana y libera, el Amor que llena el corazón. ¿No merece la pena entregarse de lleno a esa misión? Un ingeniero puede dirigir la construcción de muchos puentes y eso está bien. Un ingeniero cristiano puede ser, además, y mientras dirige la construcción de puentes, el puente por el que muchos den el paso hacia el encuentro con el Señor y eso es infinitamente mejor.
Jesús formó un grupo de doce, germen de la Iglesia. Oro para que se mantuvieran unidos y así el mundo creyera. La misión sólo es eficaz desde la comunión. San Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura de hoy. Estamos en el Octavario de oración por la unidad de los cristianos. Oremos por la unidad. Oremos por la misión desde la unidad, desde la comunión.


Padre Jesús Hermosilla

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