Homilia Padre Jesús Hermosilla - IX Domingo Tiempo Ordinario
Evangelio (Mt 7, 21-27)
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: ‘¡Señor, Señor!, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros?’ Entonces yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Domingo IX del Tiempo Ordinario A
¿Dónde estás Parado? O De Cómo Cimentar Y Edificar Bien Tu Vida
Dios pone delante de ti bendición y maldición ¿qué eliges?
Una vez más Dios apela al buen uso de nuestra libertad. Él nunca impone (ni siquiera el cielo), únicamente propone. La bendición está en escuchar sus preceptos y guardarlos en el corazón y el alma, es decir, meditarlos e interiorizarlos. Más aún, sus palabras hay que “atarlas a la muñeca como un signo y ponerla en la frente”: la muñeca, la mano, es el miembro de la actividad y la frente, la cabeza, la sede de las ideas, es decir, las palabras y mandamientos recibidos de Dios hay que ponerlos por obra y dejar que configuren nuestra propia mentalidad.
La maldición consiste en no escuchar los preceptos del Señor nuestro Dios y desviarnos del camino que nos ha marcado, yéndonos detrás de otros dioses. ¿Cuáles son esos ídolos o diosecillos a los que rindes culto? ¿Qué circunstancias, situaciones, personas… te desvían del camino que te ha marcado el Señor? Nadie busca la maldición conscientemente, pero quien no actúa conscientemente –es decir, sabiamente- termina por encontrársela.
Deberían bastarnos estos consejos del libro del Deuteronomio para no ser tan estúpidos y necios, como en tantas ocasiones demostramos, sino prudentes y sensatos. Como volvemos a tropezar en la misma piedra, escuchemos los argumentos que nos da Jesús en el evangelio de hoy.
No todo el que dice “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos
No basta rezar… No basta invocar a Dios para entrar en su reino, sino que hay que cumplir su voluntad. Al decir que “no basta” estamos afirmando que eso es necesario, pero no suficiente. Jesús añade: “aquel día muchos dirán “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre echado demonios y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros? Yo entonces les declararé: nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados”. No basta tampoco tener carismas extraordinarios y ejercitarlos. Se pueden realizar obras admirables y hacer el bien a otros y no aprovecharse uno mismo. ¿Cómo puede ser esto? Como esas tuberías plásticas o de metal que llevan el agua, pero ellas mismas quedan por dentro totalmente secas, se pueden dar bellos consejos que sirven al otro y uno mismo no santificarse. ¿Entonces qué hay que hacer?
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica… edifica su casa sobre roca
¡Ah! No basta escuchar, hay que poner en práctica. No basta saber, hay que obrar. Quien escucha las palabras de Jesús y las pone en práctica es hombre prudente que ha edificado su vida sobre roca, sobre la Roca. Las tempestades no la abaten, permanece firme. La mera escucha de la palabra da conocimientos religiosos, que están bien, pero si no se llevan a la práctica ¿para qué sirven? Únicamente para vanidad y orgullo y dárselas de sabio ante los demás (“es que yooo, sabe, hice varios cursos y talleres de Biblia…” “Es que yooo estudié teología para laicos…” “Es que yooo estuve varios años en el seminario…”). Incluso se puede caer en algo peor: racionalizar, distorsionar y retorcer la Palabra de Dios, haciéndole decir lo que no dice, para acomodarla a las propias ideas y conducta, porque ya dice el refrán popular que, “cuando uno no vive como piensa, termina por pensar como vive”. De ahí nace la hipocresía y la doble vida. En estos casos, sería mejor una fe operante con pocos conocimientos que muchos conocimientos religiosos no llevados a la práctica. Ya afirmó san Agustín que “es preferible una ignorancia fiel a una ciencia temeraria”.
Es verdad que “del dicho al hecho va un trecho”. La palabra escuchada y acogida con fe nos muestra un horizonte al que tal vez tardemos años en llegar. A veces, no siempre, pueden pasar años y años sin alcanzar a ponerla en práctica plenamente, porque es verdad que todo es gracia y que “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles”. El cumplir la palabra no es cuestión de propósitos y fuerza de voluntad, sino don que hay que desear, pedir y recibir. ¿Qué pensar entonces? Hay unas señales fáciles para el discernimiento: el orgullo y la justificación de la propia conducta o la humildad. El que escucha y no está poniendo en práctica suele justificarse y excusarse. El que escucha y todavía no ha llegado es humilde, le duele, no se excusa.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica… edifica su casa sobre arena
Jesús no se refiere a quienes ni siquiera escuchan su palabra, sino a quienes la escuchan, la conocen, pero no la ponen en práctica. Estos son hombres necios que edifican su vida sobre arenas movedizas. Las tempestades la abaten y se derrumba. Por experiencia propia o por la de otras personas, sabemos que hay momentos en que la vida cristiana -la vida matrimonial, religiosa, sacerdotal, de compromiso laical- se tambalea. Llegan las tempestades, las tormentas… ahí se ve realmente la consistencia, la solidez o no, de la propia vida. Personas que parecían buenos cristianos y, de la noche a la mañana, pierden la fe, se alejan de Cristo y de la Iglesia, se van a otra religión, dejan el ministerio, destruyen su matrimonio… Otras que tal vez parecían cristianos mediocres aguantan con firmeza, luchan y vencen.
Es el momento de preguntarte: ¿Dónde estoy parada? ¿Cuáles son las bases de mi vida? ¿Roca firme o arenas movedizas? La Roca ha de ser el Señor, su Palabra escuchada, creída, puesta en práctica. La roca no puede ser el grupo ni el párroco ni el apostolado parroquial que realizas ni el prestigio que tienes en el movimiento. La roca no pueden ser, por supuesto, el sentirte bien, el que todo te vaya bien, que Dios te conserva la salud, te da bendiciones económicas, etc.
Tampoco el hacer la voluntad de Dios o poner en práctica la palabra de Jesús coincide necesariamente con el mero cumplimiento de las leyes eclesiásticas. San Pablo, que no rechazó la ley mosaica, dice que es inadecuada para darnos la justicia de Dios. La justicia o santidad de Dios, que nos hace justos y santos a nosotros, viene por la fe en Jesucristo, no por el mero cumplimiento externo de leyes. Las leyes eclesiásticas (del ayuno y abstinencia, de la Misa dominical, de la comunión anual…) son buenas, pero son un medio –no un fin- para que podamos vivir mejor toda la Palabra de Dios y un mínimo –no lo máximo-. Por otra parte, han de cumplirse con espíritu de fe y amor; de lo contrario, de nada sirve su cumplimiento, únicamente para crearse o conservar una buena imagen ante los demás, lo cual es vanidad más que santidad.
Hay una aparente contradicción entre las afirmaciones de Jesús y las de san Pablo; sólo aparente. Jesús afirma que hay que poner en práctica y Pablo que las obras de la ley no nos justifican. Pablo se refiere al momento de la justificación, el paso de vivir en pecado a vivir en gracia, y no a la vida cristiana en su conjunto. El perdón de los pecados y la gracia santificante son puro don de Dios, no mérito de nuestras obras, al que correspondemos únicamente con la fe. Para la vida cristiana en su conjunto el mismo Pablo exhorta a la práctica de las virtudes y las obras.
Ya sabemos, pues, cual es el resultado o desenlace de la bendición y la maldición que se ponen delante de nosotros: una vida bien parada, sobre buenas bases, que se mantiene firme en medio de los avatares y circunstancias adversas, es decir, una vida cristiana realizada o una vida mal cimentada, apoyada en bases humanas, superficiales, en riesgo continuo de venirse abajo y de fracasar. Pero no te quedes en el piso, hundido. No mires los fracasos pasados. Todavía el Señor te da otra oportunidad de levantar una vida plenamente realizada (eso sí, a su modo, no al tuyo).
Este pasaje evangélico es el final del sermón de la montaña. La sabiduría de las bienaventuranzas, ser sal y luz, desear ser perfectos como nuestro Padre, amar al enemigo, “cortarse la mano” si es necesario… Esa es la Palabra que hay que escuchar y poner en práctica como base firme de la propia vida.
Pbro. Jesús Hermosilla
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