Domingo de Pascua - Padre Jesús Hermosilla
DOMINGO DE PASCUA
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Es la noticia que se extendió aquella mañana por Jerusalén. ¡Ha resucitado! Con miedo, unos a otros, los discípulos se dan la noticia. También la dan los soldados que patrullaban el sepulcro. El que fue juzgado y condenado por los representantes religiosos, abandonado por los suyos, entregado injustamente a la muerte por el poder civil, ahora ha sido constituido juez de vivos y muertos.
Mientras estamos en este mundo, su juicio quiere ser de misericordia, pues cuantos creen en El reciben el perdón de los pecados. Resucitado de entre los muertos, vive para siempre y sigue recorriendo los caminos, ahora de todo el mundo, haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, a todos los que se acercan a El con fe. El se apiada de la miseria humana y da a sus fieles parte en su victoria santa.
Celebrar la resurrección de Jesús implica participar más profundamente de ella, es decir, crecer en señorío, en victoria sobre el pecado y la muerte; sobre el pecado renunciando más sinceramente a él, sobre la muerte perdiendo el miedo hacia ella, aceptándola, deseándola en cierto modo para poder estar con El. Como nos dice el apóstol, el haber resucitado con Cristo se ve, se nota, en que nuestro corazón está más puesto en los bienes del cielo, no en los de la tierra.
Los apóstoles lo vieron, comieron y bebieron con él después de resucitar. Juan creyó que había resucitado antes de verlo a El; vio el sepulcro vacío y creyó y, al creer, entendió lo que decía sobre El la Escritura. En estos días de Pascua, también a nosotros se nos concede la gracia de ver y creer. No vemos los lienzos y el sepulcro vacío. Nosotros vemos un cirio encendido, un libro en el ambón que, cuando se proclaman las palabras que contiene, hace arder de gozo nuestro corazón; nosotros vemos la mesa eucarística y lo reconocemos al partir el pan; vemos al presbítero presidiendo y le reconocemos a Él, el buen pastor que sigue guiando y dando su vida por las ovejas.
Y lo podemos ver también en Galilea, es decir, en nuestra vida cotidiana: en el trabajo, en la calle, en el hogar… porque también camina por ahí, “invisible y seguro compañero” –como canta el himno- como Señor de la historia; viéndole ahí, en el mundo, en nuestra Galilea, será más fácil buscar los bienes del cielo y no los de la tierra; ahí en Galilea quiere que veamos los suyos la gloria de la Pascua. Ahí nos está esperando.
Ahora somos nosotros quienes recibimos el mandato de dar testimonio: predicar al pueblo para que, cuantos crean en Él, reciban el perdón de los pecados y lo sientan juez benigno. Hemos de buscarle, como la Magdalena, como Juan y Pedro, desearle, y le encontraremos. Nos saldrá al encuentro. Le veremos. Experimentaremos su salvación, su presencia, recibiremos su Espíritu. Porque sólo así vamos a poder ser testigos convencidos y valientes y no meros propagandistas de unas creencias.
Padre Jesús Hermosilla
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