Homilía Padre Jesús Hermosilla (Domingo de Ramos)
DOMINGO DE
RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – A-
Iniciamos hoy
la Semana Santa. Es santa esta semana porque tiene una eficacia especial, un
poder particular, de santificación, gracias a que en ella celebramos el
misterio pascual de Jesucristo. Comienza la Semana Santa con el Domingo de
Ramos en la Pasión del Señor. El título recoge perfectamente los dos motivos y
las dos partes fundamentales de la celebración: el recuerdo de la entrada de
Jesús en Jerusalén aclamado por la multitud y la contemplación de su pasión. El
primer motivo queda patente en la procesión con los ramos y las palmas y la
proclamación evangélica correspondiente y el segundo en las lecturas de la
liturgia de la Palabra de la Misa, sobre todo la proclamación de la Pasión del
Señor, este año según san Mateo.
¡Hosanna al
Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!
“Al entrar en
Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: ¿Quién es éste? La gente que
venía con él decía: Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. Aquello, desde
luego, fue mucho menos clamoroso que cualquiera de las innumerables
manifestaciones que discurren a diario por nuestras ciudades, mucho menos que
los recibimientos a los equipos de fútbol ganadores, a los artistas y cantantes
famosos, e incluso más modesto que las apariciones públicas de los Papas en la
plaza de san Pedro. Jerusalén era una ciudad relativamente pequeña comparada
con las grandes urbes de nuestro tiempo y los seguidores de Jesús, a esas
alturas, tampoco eran tantos.
Aquella
entrada y aquellas aclamaciones fueron, en cierto sentido, un comienzo sobrio
de las alabanzas que, una vez resucitado y glorificado, recibe el Hijo de Dios
en su Iglesia, a lo largo de todos los siglos, en tantos lugares del mundo, en
tantas asambleas litúrgicas, pequeñas o muy numerosas. Las muestras de afecto y
los “vivas” que ahora hacemos al Papa, a los Pastores de la Iglesia y a otros
cristianos especialmente significativos, son en realidad –o así deberían ser-,
aclamaciones a Jesucristo, que sigue mostrando su presencia y su gloria a
través de ellos.
El recorrer
hoy las calles con el ramo o la palma en la mano ha de ayudarnos a tomar más y
mejor conciencia de quién es Jesús. “¿Quién es éste? Es Jesús, el profeta de
Nazaret”. Mucho más que un profeta es Jesús… Y para entrar en sintonía con él, para
entrar simbólicamente con él en Jerusalén a compartir su pasión, su muerte y su
resurrección. No dejemos que Jesús se quede en un simple personaje del que se
habla más –y a veces no del todo bien- estos días, o un personaje del que
interesan más sus imágenes artísticas paseadas por las calles que él mismo.
En días
pasados, el P. R. Cantalamessa, en su predicación al Papa y a la curia
vaticana, decía: “Es necesario pasar constantemente,
en nuestro corazón y en nuestra mente, del Jesús personaje al Jesús persona. El
personaje es uno del que se puede hablar y escribir todo lo que se quiera, pero
al cual y con el cual generalmente no se puede hablar. Jesús, desgraciadamente
para la mayoría de los creyentes, es todavía un personaje, uno del que se
discute, del que se escribe sin parar, una memoria del pasado, un conjunto de
doctrinas, de dogmas o de herejías… Es posible tener a Jesús por amigo, porque,
al haber resucitado, está vivo, está a mi lado, puedo relacionarme con él como
una persona viva con otra viva, una presente con otra presente”.
En
las vísperas de navidad del año 1992 llegué a un pueblo llamado San Miguel,
para hacerme cargo de la parroquia, que llevaba unos meses sin párroco
residente, atendida desde Barquisimeto por los PP. de la Consolata. Todavía
recuerdo que el P. que fue, en nombre del obispo, a presidir la ceremonia,
exhortó a los feligreses, que naturalmente estaban contentos, a que si bien
ahora el recibimiento era de “domingo de Ramos”, cuando llegara el momento de
la despedida no fuera de “viernes santo”. La realidad es que en la vida, hay
días para todo: para la alabanza y para la humillación. Así ha de ser. Entrar
hoy alegres en el templo parroquial aclamando a Jesús significa también nuestra
determinación de tomar mejor la cruz y estar dispuestos a sufrir y morir con él.
(Dejo para otra ocasión contarte cómo fue la salida de san Miguel).
Él se rebajó
hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz
La Semana
Santa es, para muchos bautizados, una semana de fiesta simplemente, unos días
para viajar y pasear, “vacaciones de primavera” (en el hemisferio norte) o de
otoño (en el hemisferio sur); para otros, representa unos días particularmente
emocionantes en que van a poder asistir a las procesiones, contemplar los pasos
o cargar alguno de ellos, acercarse al pueblo vecino a ver “la pasión viviente”,
recordar las tradiciones del pueblo que los vio nacer, volver a entonar los
cánticos antiguos y llevarse el agua bendita y la velita a casa el sábado santo
por la noche. Eso es todo: folklore religioso, en el mejor de los casos con un
poco de religiosidad. ¡Qué triste! ¡Qué ingratitud con Aquel que “me amó y se
entregó por mí”! ¡Qué endurecimiento del corazón!
También en
Semana Santa corremos el riesgo y la tentación de la superficialidad, de
quedarnos en lo exterior, en bellos actos y ceremonias que pueden provocar un
poco de emoción pero dejan frío el corazón. Yo sé que tú quieres que la Semana
Santa, especialmente el Triduo pascual, signifique mucho más. Yo sé que tú
quieres celebrar bien, vivir, participar, en el Misterio pascual de Cristo.
Incluso estos días vas a evangelizar, a ayudar a otros a que celebren o
celebren mejor. Pero, como dice el dicho, “nadie da lo que no tiene”. Sólo si
contemplas y vives bien, podrás comunicar. Sólo si te encuentras con Él podrás
anunciarle. Sólo muriendo y resucitando con Él ayudarás a otros a encontrarse
con Él. Sólo convertido podrás suscitar y motivar conversión.
Propio de La
pasión según san Mateo, que se proclama este año, es el fin desgraciado de
Judas y la custodia del sepulcro por los soldados, los remordimientos de la
esposa de Pilato y el lavatorio de las manos de éste. Sobre todo, “Mateo quiere
mostrar cómo en el curso de la pasión de Jesús no sucede nada de manera
imprevista, por el contrario, él es en todo momento Señor absoluto de su
destino” (J. Schmid, El evangelio según
san Mateo, 513). No nos quedemos, pues, en la superficie: pensando lo malo
que fue Judas o si se condenó, lo malos que fueron los sumos sacerdote, el
sanedrín y Pilatos o lo cobardes que fueron los apóstoles… Está bien que nos
veamos reflejados en esos personajes y que saquemos las consecuencias. Pero,
sobre todo, leamos la pasión con mirada de fe, en profundidad.
La pasión del
Señor hay que contemplarla despacio, no sólo en la celebración litúrgica, sino en
la oración personal y con implicación personal. Piensa que los relatos de la
pasión son la narración de los sufrimientos y la muerte de un amigo que ha dado
la vida por ti. “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, por nuestra
causa fue crucificado”. “Me amó y se
entregó a Sí mismo por mí”. A lo largo de toda la pasión hay que mirar y
descubrir el amor de Dios a todos los hombres y a cada uno en particular, a mí
mismo y a mis próximos. Hay que mirar y descubrir también la maldad del pecado,
de todo pecado, sea grave o leve. Hay que pedir la gracia de horrorizarnos del
pecado del mundo y de los propios pecados, de detestar todo pecado.
San Ignacio de
Loyola dejó escrito en el Libro de los Ejercicios espirituales (EE) que, al
contemplar la pasión, hay que pedir “dolor, sentimiento y confusión
[arrepentimiento], porque por mis pecados va el Señor a la pasión” (EE193) y,
más adelante, “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas,
pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí” (EE, 203). Al escuchar y
meditar la pasión hay que “considerar cómo todo esto padece por mis pecados” y preguntarse
“qué debo yo hacer y padecer por él” (EE 197). Con san Pablo, le pedimos tener
sus mismos sentimos y actitudes: obediencia hasta la muerte, humildad, suma
pobreza, paciencia, fortaleza, mansedumbre… Amor hasta el extremo.
Busca un
ambiente que te ayude a contemplar y celebrar con fervor, a lo largo de estos
días, el misterio pascual de Jesucristo. Entra en Jerusalén y quédate ahí esta
Semana. No te arrepentirás. Él no decepciona.
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