HOMILÍA DEL PADRE JESÚS HERMOSILLA - SAGRADA FAMILIA - TIEMPO DE NAVIDAD
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
El
domingo que cae dentro de la Octava de Navidad, que va del 25 de diciembre al 1
de enero, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Decía el Papa Francisco:
“Jesús nació en una familia. Él podía venir espectacularmente, o como un
guerrero, un emperador… No, no. Viene como un hijo de familia, en una familia.
Por eso es importante mirar en el pesebre esta escena tan bella. Dios ha
querido nacer en una familia humana, que ha formado Él mismo. La ha formado en
una aldea remota de la periferia del Imperio Romano” (Catequesis 17/12/2014).
Nuestra mirada contemplativa se fija hoy, pues, en la familia y, más
concretamente, en la Sagrada Familia de Nazaret.
Encontraron a María, a José y al Niño
Cuando
los pastores fueron al lugar donde les habían indicado los ángeles, encontraron
a María, a José y al Niño: una mujer, madre y esposa, un hombre, padre –en este
caso adoptivo- y esposo y un hijo. Parece obvio. Sin embargo, hoy se nos quiere
convencer de que no tiene por qué ser así, de que familia puede ser cualquier
agrupación de personas (no es necesario que te detalle las diversas
posibilidades). Los cristianos no podemos aceptar esta imposición ideológica.
No podemos callar. Familia es un hombre y una mujer, unidos en matrimonio y
abiertos a la vida.
El
Papa, en la catequesis citada, se pregunta por qué “este Dios que viene a
salvarnos ha perdido treinta años, allí” y responde: porque “¡lo que era
importante allí era la familia! Y eso no era un desperdicio”. La familia es
importante por sí misma, como comunidad de vida y amor. La familia no puede ser
una agrupación puramente funcional y menos en función de intereses meramente
subjetivos. Cuando lo que importa es la necesidad sentimental o sexual, “mi”
felicidad, “mi” realización personal, una convivencia sin fecundidad o una
fecundidad programada y raquítica, “mi proyección profesión”, el bienestar
material… y no la comunión de personas, entonces, la estabilidad, el amor, la
fidelidad, la armonía… todo es demasiado frágil.
Más
aún, cuando, en una familia de bautizados, Jesucristo no está o no es el
centro, estamos ante una familia “descentrada”; en estos tiempos será un
milagro que pueda mantenerse en pie durante largo tiempo. “Cada familia cristiana
--como hicieron María y José-- puede
antes que nada acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo,
protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio en nuestro
corazón y en nuestras jornadas al Señor. Así hicieron también María y José, y
no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! Esta es la grande
misión de la familia, ¿eh? Hacer sitio a Jesús que viene, recibir a Jesús en la
familia, en la persona de los hijos, del marido, de la mujer, de los abuelos,
porque Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa
familia” (Francisco).
Por
otra parte, no podemos olvidar que, cuando Jesús inició su vida pública,
reunirá en torno a sí un grupo de discípulos, germen de una comunidad universal
(católica), que ahora llamamos Iglesia. Cada familia cristiana es parte de esa
gran Familia, de esa Comunidad universal, a la que no pertenece por lazos de
sangre sino de fe; madre y hermanos de Jesús son ahora los que escuchan su
palabra y la cumplen. También María Y José son parte de esta gran familia,
miembros especiales, excepcionales, porque en ella –en la familia de Jesús-
siguen desempeñando una misión de madre y padre, una maternidad y paternidad
espiritual inmensamente más extensa que la que ejercieron con Jesús.
Por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió sin saber
adónde iba
La
primera y segunda lecturas de esta fiesta, en el ciclo B, nos presentan la
familia de Abrahán, Sara e Isaac. Y más concretamente, su obediencia y fe. La
Carta a los Hebreos dice: “por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia
la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba”. La vida
cristiana, en general, y la vida matrimonial y familiar, en particular, suponen
una salida existencial, un ponerse en camino. Nadie conoce los detalles.
Podemos saber hacia dónde vamos, en qué dirección hemos de caminar
–desgraciadamente hay muchos que ni siquiera se lo plantean-, pero desconocemos
las circunstancias concretas. Se trata, pues, de un camino en fe y en obediencia.
Quienquiera
que desee recorrer este camino debe saber que ha de estar dispuesto renunciar a
sus proyectos personales y aceptar el proyecto de Dios, que será indudablemente
un proyecto inmensamente más fecundo. Ya conoces el camino de Abrahán: salió de
su tierra y peregrinó fiado de Dios, que lo fue llevando por países
extranjeros; pero lo que más le preocupaba a Abrahán era que veía su futuro
cerrado porque no tenía hijos. Dios le promete descendencia que, sin embargo,
tarda en llegar. No obstante, Dios cumple sus promesas: “el Señor cumplió a
Sara lo que le había prometido, ella concibió y dio a luz un hijo a Abrán, ya
viejo, en el tiempo que había dicho”. Dios cumple y apoya: “no temas, Abrán,
que yo soy tu escudo”. También el Señor dice hoy a los esposos, a las familias:
“yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo, no teman, yo soy
su escudo”.
A
María y a José no les fue fácil. “¡Cuántas dificultades tuvieron que superar!
No era una familia de mentira, no era una familia irreal”, afirma el Papa
Francisco. Lo estamos viendo estos días de adviento y navidad: un embarazo
imprevisto, un esposo desconcertado, decisiones difíciles, tal vez comentarios
irónicos y pérdida de reputación, un viaje inesperado ya en los últimos días de
gestación, huida repentina a un país extranjero y la vida sacrificada en una
aldea remota de la periferia del Imperio Romano. También su vida de familia fue
una salida existencial, una renuncia a sus propios proyectos personales, un
ponerse en camino sin saber exactamente hacia donde, en fe y obediencia a Dios.
Siglos
antes, también Abrahán, después de haber visto cumplida la promesa, fue puesto
duramente a prueba: Dios le pidió que le ofreciera en sacrificio a su hijo. La
carta a los Hebreos alaba la gran fe de Abrahán que “pensó que Dios tiene poder
hasta para resucitar muertos y, puesto a prueba, ofreció a Isaac y era su hijo
único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa”. Tú conoces mejor que yo
las pruebas y dificultades por las que hoy pasan las familias. Más aún si
quieren vivir como familias auténticamente cristianas. Hoy puedes recordar las
tuyas (tus pruebas y dificultades), pero hazlo a la luz de la historia de
Abrahán y de la Sagrada Familia. Pídeles que te alcancen del Señor una fe como
la suya.
Pero,
paradójicamente, en la entrega de todo a Dios está la garantía del futuro. Nada
que se le entrega a Dios se pierde. Abrahán “recobró a Isaac como figura del
futuro”. Ninguna pareja, ninguna familia que se ponga totalmente en las manos
de Dios verá frustrada su esperanza. La entrega mutua al Señor es lo que hace
posible que esposo y esposa puedan entregarse el uno al otro. La seguridad que
brota de haber puesto la confianza en Dios, se torna en confianza y fidelidad
mutuas. En el abandono de seguridades humanas, en la renuncia a guardarse una
carta debajo de la manga “por si acaso”, está la base para vivir y mirar con seguridad hacia el futuro. Cuando
uno pretende tenerlo todo bajo el propio control y estar asegurado teniendo a
mano mil apoyos humanos, es cuando todo es más frágil e inseguro. Nunca como en
estos tiempos ha habido tantos medios humanos donde apoyarse (económicos,
sanitarios, laborales, educativos, psicológicos…), posibilidades, seguros para
todo, más libertad… y, sin embargo, ya vemos lo frágil e inestable de las
relaciones humanas. Sólo el Señor es “mi Roca firme”, también para la familia.
PADRE JESÚS HERMOSILLA
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