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Solemnidad Santa María Madre de Dios


Num 6,22-27: El Señor haga brillar su rostro sobre ti
Gal 4,4-7: Nacido de una mujer
Lc 2,16-21: María conservaba todas las cosas en su corazón

            La fiesta de Santa María, Madre de Dios, está colocada en el calendario litúrgico inmediatamente después de la Navidad. De esta forma no corremos el riesgo de aislar a María, disminuyendo su importante misión en relación con Cristo su hijo y con la Iglesia. Las celebraciones navideñas han sido la ocasión para contemplar la cercanía y la ternura de Dios que comparte nuestra condición humana y nuestro camino en el tiempo.

En medio de este misterio, María es como el paradigma de la humanidad que se abre al don de Dios, la encarnación del ideal de los pobres de Yahvéh, el modelo del discípulo que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica. El nuevo año se abre bajo el signo de la bendición divina (primera lectura) y bajo la mirada amorosa de la madre de Cristo, “nacido de una mujer, nacido bajo la ley” (segunda lectura).

             La primera lectura (Num 6,22-27) es una bellísima fórmula de bendición que el Señor, a través de Moisés, confió a los sacerdotes para que la pronunciaran sobre el pueblo (vv. 22-23). Es la misma bendición que todavía hoy utilizan nuestros hermanos hebreos en las celebraciones de la sinagoga. Estas palabras no son un simple deseo o una fórmula ritual de saludo. Es Dios mismo quien ha revelado esta bendición, con la cual él mismo se dona a su pueblo. El v. 27 suena literalmente en hebreo así: “Así pondrán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”.

La bendición sacerdotal hace que el pueblo partícipe del Nombre de Dios, es decir, de su dinamismo vital, de su fecundidad, de su misterio santo. La bendición, en sentido bíblico, no es simplemente una declaración de buena voluntad, sino algo eficaz en la vida del hombre, desencadena una novedad, produce un evento. El texto pone la bendición de Dios en relación con el rostro de Dios: “el Señor haga brillar su rostro sobre ti”, “el Señor te muestre su rostro”. En el mundo bíblico ver el rostro es ver a la persona, y ver el rostro de alguien importante (un rey, por ejemplo) significa ser admitido a su presencia, con la confianza de que tal acogida será favorable.

Decir que Dios “hace brillar su rostro”, o “muestra su rostro”, es decir que él está dispuesto a manifestar al pueblo su benevolencia y su favor, en síntesis, su paz. La paz, (en hebreo: shalom), representa en sí todos los dones de Dios: protección, seguridad, fecundidad, salud, bienestar. Israel es el pueblo de Dios porque goza de la bendición de Dios, por la cual el hombre participa de su amor gratuito y de su misma vida. La bendición divina es portadora de paz y de misericordia, de vida y fecundidad. El hombre bendecido por Dios está llamado a ser un “hombre santo”, porque participa de la misma santidad de Dios y ha sido invitado a colaborar íntimamente en su proyecto salvador.

            La segunda lectura (Gal 4,4-7) hace referencia a la Madre de Jesús sólo en forma indirecta. Pablo afirma: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley…” (Gal 4,4). El texto, en primer lugar, evoca la larga historia de las intervenciones de Dios en “el tiempo” de la humanidad. Cuando el Padre envía a su Hijo al mundo, llega “la plenitud del tiempo”, el punto culminante de la historia salvífica.

Es en este momento decisivo y pleno de la redención cuando Pablo menciona el nacimiento de Cristo en la carne (“nacido de una mujer”). Esta mujer es María, colocada en el mismo centro del proyecto salvador de Dios. En ella, el Mesías—Hijo de Dios llega a ser verdadero “hermano” nuestro (Heb 2,11), compartiendo nuestra propia carne y sangre (Heb 2,14).

María es Madre de Dios. Creer en su maternidad divina, por tanto, significa proclamar con certeza el infinito amor de Dios a los hombres, manifestado en la encarnación. Además, si ser cristianos significa acoger en la propia vida la Palabra eterna de Dios que se ha hecho carne, María ocupa un lugar verdaderamente singular en la vida de la comunidad cristiana: ella llevó en su seno a Jesús Mesías y Señor, lo cuidó,  lo educó y lo introdujo en las tradiciones del pueblo elegido, lo siguió con fe hasta la cruz y llegó a ser así la primera creyente del nuevo Israel.

El evangelio (Lc 2, 16-21) constituye la parte final de la narración del nacimiento de Jesús en el capítulo 2 de Lucas. Después que han recibido el anuncio del ángel los pastores se dirigen “de prisa” (verbo: speudô) a Belén (v. 16), demostrando así su docilidad a los caminos Dios. Come había hecho antes María, dirigiéndose “con prisa” (sustantivo spoudé) a la casa de Isabel (Lc 1,39). Tanto la Virgen como los pastores obedecen con urgencia y prontitud al proyecto divino que se realiza “hoy”, y delante del cual no es admisible ningun retardo o descuido. Es la actitud del creyente que vive abierto a los caminos del Señor y es dócil a sus inspiraciones.

Lo anunciado por el ángel corresponde exactamente a la realidad de los hechos (vv. 15-17): los pastores “encontraron a María, a José, y al niño acostado en el pesebre” (v. 17). Entonces aquellos que antes fueron destinatarios de la buena noticia (Lc 2,10: verbo euaggelízomai), se convierten ahora en anunciadores de la misma, y comienzan “a contar lo que el ángel les había dicho de este niño” (2,17).

“Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados” (v. 18). La gente se admira (griego: thaumazein). Es la reacción normal de quien experimenta la acción de Dios, como Zacarías (Lc 1,21), María y José (Lc 2,23), los habitantes de Nazaret (4,22; cf. 9,43, 11,14.38; 20,26; 24,12.41). Se destaca, sin embargo, la actitud de María: “María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (v. 19). El verbo griego traducido como “conservar” es syntêreô, que quiere decir literalmente: “custodiar algo precioso”, “cuidar con esmero algo de valor”. El otro verbo traducido como “meditar” es el verbo griego symballô, que quiere decir literalmente: “poner dos cosas juntas”, “unir realidades que están separadas”, “confrontar”. Supone una actividad mental y una actitud del espíritu que crea síntesis, que logra encontrar una lógica en medio de cosas o situaciones aparentemente sin relación. El verbo griego está en tiempo imperfecto, lo que indica una acción repetida, continua.

            Lucas, por tanto, describe a María como alguien que vive a la escucha del Misterio y que, con profunda actitud contemplativa, lee continuamente los acontecimientos para descubrir su sentido más profundo. María es aquí verdadero intérprete, hermeneuta, de los hechos acaecidos. El evangelista hace notar con esto que la Virgen no había entendido todo desde el inicio y que solamente, poco a poco, con el transcurrir del tiempo y atenta a los hechos, va comprendiendo la lógica intrínseca de los acontecimientos y su sentido.

María recuerda todo lo que ha acaecido en su vida de parte de Dios y va descubriendo los caminos del Señor y su voluntad poniendo en relación unos hechos con otros. Esta actitud profundamente contemplativa se realiza en “el corazón”, sede del discernimiento, del ejercicio intelectual, y sobre todo de la fe abierta a los designios de Dios. El texto concluye con la glorificación y la alabanza de los pastores que han podido experimentar lo que Dios les ha anunciado (v. 20).

            La figura de María, intérprete de los hechos históricos y contemplativa delante de las acciones de Dios, es modelo para todo creyente, llamado a descubrir el misterio y la presencia del Dios de la vida en la cotidianidad y lo ordinario de cada día. María, la madre de Jesús, es maestra de vida interior, de oración y de escucha de la Palabra. Ella ha acogido la palabra de Dios en su vida, la ha dejado resonar dentro de sí, desde la primera palabra del ángel hasta las últimas palabras de Jesús en la cruz. María ha sabido encontrar momentos de silencio para adorar y meditar.

Mons. Silvio José Báez Ortega
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua
Managua, República de Nicaragua

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