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Homilia Padre Jesús Hermosilla García - II Domingo Tiempo de Cuaresma Ciclo A


Lectura del santo Evangelio según San Mateo 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: -Levantaos, no temáis. Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Palabra del Señor.
Del desierto a la montaña

En este segundo domingo de cuaresma escuchamos, en el evangelio, el relato de la transfiguración de Jesús en la montaña. Del desierto vamos a la montaña. Y de la montaña de nuevo al desierto. Así transcurre la cuaresma, entre el desierto y la montaña, entre la tentación, el ayuno, la lucha contra el pecado y la contemplación gozosa de Cristo transfigurado que nos transfigura también a nosotros. Por la penitencia y la conversión a la transfiguración y a la santidad.
Salir de la propia tierra
La cuaresma es tiempo para salir hacia el desierto y la montaña. La liturgia de hoy nos presenta el testimonio de Abrahán. El domingo pasado estuvimos con Adán y Eva, los vimos dejarse convencer por el Maligno, romper su alianza con Dios y desnudarse de la gracia. Pero Dios no abandonó a la humanidad caída. Con Abrahán comienza la historia de la salvación que llegará a su plenitud en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Dios llama a Abrahán a salir de su tierra, dejar sus conocidos y ponerse en camino. Y Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.
Cuaresma es tiempo para salir. Dios te invita a salir de tu tierra, de ti mismo, de tu situación actual. Dios te invita, como a Abrahán, a ponerte en camino, a no quedarte instalado en la mediocridad. Para ti ¿qué puede significar salir de tu tierra, de la casa de tu padre, y ponerte en camino? Esta salida ciertamente va a suponer momentos de desierto, de lucha, de penitencia, y momentos de montaña, de oración, de gozo espiritual hasta poder exclamar como Pedro: “Señor ¡qué bien se está aquí!”.
A Abrahán Dios le hace unas promesas: una tierra, una descendencia y que a través de él van a ser bendecidas todas las familias del mundo. Dios tiene reservadas cosas grandiosas para ti. Lo mejor está todavía por llegar. Dios te promete hacer tu vida fecunda: primero una vida plenamente realizada y feliz, además una vida llena de logros. Dios quiere hacer de ti una bendición para mucha gente: tu presencia, tu testimonio, tus obras… serán bendición. ¿No crees que merece la pena?
Abrahán marchó como le había dicho el Señor. Cuaresma es tiempo para fiarse y obedecer a Dios. Abrahán deja su tierra, sus amigos, su tribu, su país… ¿Qué tienes que dejar tú? ¿Con qué vínculos –apegos- tienes que romper para ponerte en camino? Cuaresma es tiempo oportuno, ocasión especial para desinstalarte, para retomar la ilusión hacia nuevas metas que el Señor te promete y quiere darte.
Dios nos llamó a una vida santa
Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, afirma san Pablo en la segunda lectura de este domingo. La salida de la propia tierra no se refiere necesariamente a cambiar de trabajo, ciudad o familia… Es una salida espiritual, una salida interior. En el fondo es ponerse en camino hacia una vida de santidad. Es desvincularse del pecado, de situaciones de pecados, de circunstancias o personas que no te dejan o te impiden vivir bien tu vida cristiana y vincularte más a Jesús. Porque en este camino cuaresmal no estamos solos. Recuerda que fue el Espíritu el que llevó a Jesús al desierto. Es el Espíritu el que quiere también guiarte a ti en este camino espiritual. Y el Espíritu te lleva por el camino de Jesús, que pasa por el desierto, por la montaña, por el calvario… y por la gloria. Una vida santa es, en el fondo, una vida convertida, transfigurada. Por eso, hay que salir de la propia tierra para subir con Jesús a la montaña.
Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol
Jesús subió a una montaña con tres de sus discípulos y allí se transfiguró, su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Les mostró su gloria, la gloria que tendría después de resucitar. Para nosotros ahora es más fácil hacer esta misma experiencia, pues Jesús está ya permanentemente transfigurado. Continuamente resplandece como el sol, con un resplandor accesible únicamente a los ojos de la fe. Al contemplar a Jesús transfigurado, Pedro exclama espontáneamente “¡Qué hermoso es estar aquí! ¡Qué bien se está aquí!”. Es hermoso estar con el Señor, contemplando su rostro, su luz, su gloria. Busca esta cuaresma momentos de “montaña”: ratos largos de oración y de retiro, la Eucaristía dominical bien vivida, la Palabra de cada día meditada, orada. Mientras preparo estas reflexiones tengo la suerte de estar en la montaña, junto al sagrario donde está el Señor transfigurado y glorificado.
Jesús en la montaña conversa con Moisés y Elías, los dos personajes más importantes de todo el Antiguo Testamento, que representa la Ley y los Profetas. Para nosotros conversar con Moisés y Elías es penetrar en la revelación de Dios leyendo las Escrituras. En la montaña, en la oración, en la lectura de la Palabra, Dios nos revela quién es Jesús: su Hijo, su amado, su elegido y nos invita a escucharle.
Una nube luminosa los cubrió con su sombra
La montaña de la transfiguración fue cubierta por una nube luminosa, como la que guió a Israel por el desierto, la nube de la presencia de Dios. Los apóstoles quedan cubiertos por la sombra de la nube, oyen su voz y caen a tierra llenos de temor. Más de treinta años antes, María se vio cubierta con la sombra del poder del Altísimo. También esta puede ser nuestra experiencia cuaresmal. Dios quiere cubrirnos con su presencia –nube-, con su sombra. Entonces la reacción lógica es “caer a tierra”, es decir “caer del caballo” como Pablo, humildad. La presencia de Dios nos hace caer de nuestro orgullo, de nosotros mismos. La contemplación del transfigurado y la entrada intensa en la presencia de Dios nos hacen caer en la cuenta de nuestra propia tiniebla, de nuestro pecado, e instintivamente caemos en tierra, nos postramos, nos humillamos. Esa es una buena experiencia cuaresmal. Pero Jesús no nos deja ahí en el piso. Como a Pedro, Santiago y Juan, nos dice: “levántense, no teman”. La cuaresma es también tiempo para ponerse en pie. Jesús nos levanta y nos invita a seguirle.
Toma parte en los duros trabajos del evangelio
A los apóstoles Jesús les dijo que no contaran la visión hasta que Él resucitara de entre los muertos. Ahora ya podemos contar la visión. Podemos tomar parte –como Pablo- en los duros trabajos del Evangelio según las fuerzas que Dios nos dé. Si salimos al desierto para luchar contra el pecado, si subimos estos días a la montaña y contemplamos a Jesús transfigurado, habremos de dar testimonio. Decía Benedicto XVI el miércoles de ceniza: “con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos ser un mensaje viviente; en muchos casos somos el único Evangelio que los hombres de hoy leen aún. Esta es nuestra responsabilidad, tras las huellas de san Pablo, he ahí un motivo más para vivir bien la Cuaresma: ofrecer el testimonio de la fe vivida a un mundo en dificultad que necesita volver a Dios, que tiene necesidad de conversión”. Que en nuestra vida transfigurada puedan contemplar el rostro del Transfigurado.
Del desierto, pues, a la montaña y de la montaña al desierto… El desierto puede significar para nosotros la vida cotidiana, el trabajo, la lucha diaria por no caer en la tentación, por vivir de acuerdo a la propia fe… La montaña pueden ser esos momentos dedicados exclusivamente a la oración, a la contemplación del Señor transfigurado. Desierto –ascesis, penitencia- y montaña –lectura de la Palabra, oración- son como los dos pies o las dos alas para caminar o volar por el Camino de la vida hacia la luz pascual.
Padre Jesús Hermosilla García

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