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Homilía del Padre Jesús Hermosilla - IV Domingo - Tiempo de Cuaresma

           
JESÚS ES LA LUZ DEL MUNDO    ¿QUÉ HAS HECHO CON ELLA?
Una de las señales más significativas de la estupidez de la sociedad contemporánea es que todo el mundo cree estar en la verdad y tener razón en lo que piensa. Todo el mundo manifiesta estar muy seguro de la validez de sus ideas, criterios y opiniones. En realidad, esta situación es el síntoma más claro de la ceguera en que se vive respecto a las grandes cuestiones que afectan al sentido de la vida. Los hombres verdaderamente sabios son conscientes de lo poco que saben (aquello de “sólo sé que no sé nada”), de lo parciales e incompletas de todas sus convicciones, aunque realmente sean verdaderas, y consecuentemente son humildes. Hoy uno sale a la calle y observa cómo cualquiera se atreve a opinar y hasta dogmatizar sobre el bien y el mal, sin haberse tomado la molestia de leer, estudiar, reflexionar, preguntar…, simplemente fiado de sus sentimientos, impulsos o de la última opinión que oyó en un programa de faranduleros. Ciegos que creen ver. Sólo un milagro podría cambiarlos. En cuaresma son posibles los milagros.
Al pasar Jesús vio a un ciego de nacimiento
El relato evangélico de este domingo nos presenta la escena del ciego de nacimiento al que Jesús le pone barro en los ojos y lo envía a la piscina de Siloé a lavarse. Después de haberse lavado, volvió con vista. A los catecúmenos, la Iglesia les dice con este evangelio que también ellos son todavía ciegos, pero que, cuando sean lavados en la fuente bautismal, serán iluminados y empezarán a verlo todo de un modo nuevo, con la mirada de la fe. A quienes ya estamos bautizados, se nos invita a examinar qué hemos hecho con la luz de Cristo y a pedirle un reavivamiento de nuestra mirada espiritual.
Junto al proceso de sanación física, el relato evangélico nos ofrece la evolución o proceso espiritual de aquel hombre con respecto a Jesús. Primero afirma que quien le había abierto los ojos era “ese hombre que se llama Jesús”, después, cuando le preguntan los fariseos “y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”, responde “que es un profeta” y, ya al final, cuando se encuentra con Jesús de nuevo y le pregunta si cree en el Hijo del hombre, responde “creo, Señor” y se postra ante él.
Paralelamente a la iluminación espiritual del que había sido ciego, muestra san Juan el proceso de endurecimiento y ceguera progresiva de los fariseos que se niegan a aceptar los hechos y las consecuencias que de ellos se deducen y consideran a Jesús un pecador que no puede venir de Dios. El ciego muestra lucidez en sus razonamientos: “sólo sé que yo era ciego y ahora veo… Dios no escucha a los pecadores… si éste no viniera de Dios no tendría ningún poder”. ¡Qué interesante todo esto! ¡Cuánta gente sencilla razona con más lógica y sentido común que muchos “intelectuales” y estudiados!
En otro tiempo eran tinieblas, ahora son luz en el Señor
San Pablo les dice a los efesios que en otro tiempo, es decir, antes de conocer a Jesucristo y recibir el bautismo, eran tinieblas, estaban en la ceguera, en la oscuridad, porque vivían en la ignorancia y el pecado, pero ahora son ya luz en el Señor, han sido iluminados por Cristo. También nosotros fuimos un día iluminados, ahora bien ¿qué hemos hecho con la luz? ¿Cómo estamos? Porque la luz se puede apagar y aquel a quien le han sido abiertos los ojos puede volver a quedar ciego o, al menos, perder capacidad visual. En nuestro caso, como bautizados, se trata de la luz de la fe, los ojos de la fe, que nos permite ver todo: a Dios, a nosotros mismos, a los demás, la vida, el futuro, los acontecimientos… de otro modo.
Todo ser humano tiene la luz de la razón, es decir, de la inteligencia, para conocer progresivamente la verdad. El problema es que la inteligencia humana está oscurecida por el pecado original y el pecado del mundo. Un niño nace en un ambiente concreto y va adquiriendo ideas, criterios, maneras de ver la vida, lo que está bien y está mal, de acuerdo al ambiente en que vive. Llegado al uso de razón y aun suponiendo que encuentre un ambiente educativo en el que pueda desarrollar adecuadamente su inteligencia –cosa difícil en estos tiempos donde se desarrollan mucho más otras habilidades- ya arrastra inconscientemente un mundo de opiniones recibidas en el hogar y en el ambiente (muchísimas de ellas equivocadas, otras muy parciales e incompletas, otras que le faltan), de modo que su manera de razonar, con la pura inteligencia, será muy débil y poco penetrante. Sin la luz de la fe, tal como está hoy el mundo, es imposible caminar por la vida en la verdad y en la dirección correcta.
Por eso san Pablo les advierte a los efesios: “caminen como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz- buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia”. Sabía el apóstol que, aun estando bautizado, aun teniendo la luz de la fe, se puede volver a la oscuridad.
Soy la luz del mundo
Jesús es la luz del mundo, quien le sigue no camina en las tinieblas sino en la luz de la vida. Cualquiera que sea nuestra situación actual, Jesús quiere iluminarnos. Cuaresma es tiempo para recuperar la luz, tiempo para recuperar la vista de la fe. Puedes estar ciego, puedes tener un veinte o un treinta por ciento de capacidad visual… Cuaresma es tiempo para dejarse iluminar más y mejor por Jesús, tiempo para crecer en la fe.  Algunos ejemplos de esta iluminación espiritual: descubrir el sentido de una enfermedad, captar en la propia historia, por muy turbulenta que haya sido, la providencia y el amor de Dios, viendo en ella una historia de salvación, descubrir la grandeza y maravilla de la Eucaristía, entender el sentido del sacramento de la penitencia,  ver con claridad la maldad del adulterio, de la fornicación (relaciones sexuales entre novios y entre solteros) y la belleza y atractivo de la castidad, descubrir el amor inmenso e incondicional de Dios, empezar a comprender la Biblia, desvalorizar la bella física, la moda, el dinero…, experimentar el valor de la oración, ver en el prójimo, cualquiera que sea, un hijo de Dios, descubrir su belleza y valor espiritual independientemente de sus cualidades físicas o intelectuales, dejar de juzgar sabiendo que “la mirada de Dios no es como la de los hombres, sólo Él ve el corazón”, caer en la cuenta y detestar la propia tibieza o mediocridad espiritual… Esta iluminación espiritual comprende, por supuesto, un progresivo y mejor conocimiento de Dios, de Jesucristo, de la Iglesia, de María, de los sacramentos, de los pastores de la Iglesia…
Y es tarea de toda la vida. Cuanto más luz se recibe más se da uno cuenta de lo que todavía le falta. Y cuanto más se va perdiendo la luz de Cristo más se ciega uno y cree ver bien. Jesús afirma que ha venido a este mundo para un juicio, “para que los que no ven vean y los que ven se queden ciegos”; con otras palabras: ha venido para dar luz y vista a los que, con humildad, se reconocen ciegos y a confundir a quienes rechazan su evangelio y se creen en la verdad.
Por otra parte, Jesús no pretende “deslumbrar” a nadie. Por eso, nos ilumina sin espectacularidad. El ciego podía haber pensado que aquello que hizo Jesús –ponerle barro en los ojos y enviarle a la piscina- era una simpleza (o incluso una burla), sin embargo, obedece y se realiza el milagro. Hoy Jesús nos devuelve la vista al acercarnos con humildad, arrepentimiento y fe, al sacramento de la penitencia, al leer con atención su Palabra, al asistir a un retiro, al acoger sin rebeldía la enseñanza del Papa y los obispos… Acojamos, pues, la exhortación de san Pablo: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

Pbro. Jesús Hermosilla

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