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Homilia Padre Jesús Hermosilla - V Domingo de Pascua


Acerquémonos a Jesús con renovado entusiasmo
Acérquense al Señor Jesús, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios”. Si san Pedro dice que Jesús es la piedra rechazada por los hombres, ¿por qué entonces extrañarnos de que sea hoy rechazado? Lo que debería dolernos más es que nosotros, que lo hemos conocido, no le sigamos con más pasión, con más alegría, con más ánimo. “Tropiezan en ella los que no creen en la palabra”. “Dichosos ustedes, los que han creído”.
No pierdan la paz. Crean en mí”. No perdamos la paz pascual ni la alegría, aunque a nuestro alrededor se blasfeme de Cristo, se le desprecie y ridiculice. El es el Señor del mundo y de la historia. No perdamos la paz pascual ni la alegría, aunque a los cristianos se nos vea como a gente caducada, en periodo de extinción. Cuando nos machacan a burlas nos honran. Peor sería ser alabados por gente que rechaza y ofende a nuestro Señor. 
“Crean en mí”. “Dichosos ustedes, los que han creído”. La Palabra de Dios insiste en este tiempo en que creamos. Es un modo de decirnos que la Pascua es tiempo de fortalecer la fe, tiempo de pasar de una fe débil y avergonzada a una fe más convencida y sin complejos, fruto del encuentro con el Resucitado, la piedra angular de la historia. Jesús es una piedra viva cuyas marcas e inscripciones contienen y desvelan el secreto de lo grande y de lo pequeño, del universo en su inmensidad y de cada hombre. Y la clave para interpretar ese mensaje es la fe.
El es el Camino, la Verdad y la Vida
Cuando no se conoce a Jesús, cuando se tiene de él únicamente la idea de un hombre grande entre otros grandes personajes de la historia, pero sólo hombre, estas palabras pueden parecer muy pretenciosas. Para los “intelectuales” de hoy es evidente, incuestionable, que hay muchos caminos, muchas verdades y muchas vidas, todos y todas igualmente respetables y válidos. Esa es la única verdad irrefutable. Cuando estas cosas las dice gente con fama de inteligente hay que aceptarlas ¡faltaría más! Pero analizadas con un poco de sentido común se caen por su peso; veinte personas pueden decir su verdad sobre la temperatura a la que comienza a hervir el agua, sin embargo, hay una sola verdad y todo lo demás son errores. Esto tan evidente en el campo de las ciencias físicas se niega en el campo de la filosofía y la religión.
Pero Jesús es también Dios, es –se quiera o no- el único Salvador del mundo. El afirma, con tanta rotundidad como humildad, que es el único Camino para ir a Dios: “nadie va al Padre si no es por mí”. Es el Camino, la Verdad, la Vida, con mayúsculas. El es el camino de lo definitivo y eterno. El es la verdad hacia la que tienden todas las búsquedas y logros parciales de las filosofías y las religiones. El es la vida en la que las vidas de todos los seres humanos pueden encontrar esa plenitud que tanto desean y que siempre se les escapa de las manos.
En Jesús, que es el Camino, yo encuentro mi propio camino. Es verdad aquellos del poeta: “para cada hombre tiene un rayo de luz nuevo el sol y un camino virgen Dios”; cada persona recorre su propio camino, pero sólo será camino auténticamente humano, camino que lleva a la meta secretamente deseada, si se recorre en el Camino que es Jesús. Sólo en Jesús, que es la Verdad, se desvelan los misterios de mi existencia y toman sentido las aparentes contradicciones de mi historia; sólo en Él mis pequeñas verdades cobran un resplandor nuevo y mis errores quedan descubiertos y gozosamente desechados. En Jesús, que es la Vida, mi vida humana, desgraciada e ineludiblemente encaminada hacia la muerte, se hace vida divina, vida eterna (eterna respecto al tiempo, pero sobre todo eterna en cuanto vida divina participada). Hoy se habla mucho de la “calidad de vida”, para referirse a una vida humana sin excesivas dependencias, dolores físicos o sufrimientos psicológicos. Todo para concluir que, cuando no se da una mínima “calidad de vida” es mejor morirse (o que lo maten…). Sólo la fe en Jesús, Vida en plenitud, abre horizontes, da auténtica vida de calidad –vida eterna ya aquí- y da sentido y valor a esas situaciones en las que la medicina y la mentalidad secularizadas ya no ven esa mínima “calidad de vida” humana.
El que crea en mí, hará las obras que yo hago y aún mayores
La fe en Jesús, único Camino, Verdad y Vida, no reduce nuestros horizontes vitales sino que los amplía. Quienes quieren seguir muchos caminos, al final no siguen ninguno, sumergidos en un laberinto de rutas y cruces sin salida. Quienes no aceptan la verdad, renuncian a principios firmes donde asentar su vida y, poco a poco, se ven envueltos en un “cacao mental”, en un escepticismo craso, que lleva al hastío y la amargura. Quienes rechazan al que es la Vida, pretenden “vivir la vida”, pero en realidad, según pasan los años, van siendo testigos de su propia destrucción.
A los creyentes Jesús nos deja esta promesa: hacer las obras que él hizo y aún mayores. Siguiendo a Jesús, el Camino, llegamos mucho más lejos. Aceptando a Jesús, la Verdad, vemos más allá de esta realidad terrena, se nos permite conocer la Realidad, captamos lo Invisible. Amando a Jesús, la Vida, discernimos dónde hay y dónde no verdadera vida, amamos la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural, defendemos la vida, no tenemos miedo a perder la vida.
Ustedes son piedras vivas que van entrando en la construcción del templo espiritual
La mejor y más grande obra que podemos hacer es edificar el templo de Dios, colaborar en la construcción de una nueva humanidad. Jesús es la piedra angular, nosotros pequeñas piedras. Ese templo tiene ya visibilidad en la Iglesia, pero es para todos los pueblos. Son importantes y grandes tantos logros de la humanidad en los campos de la medicina, de los medios de comunicación, de la tecnología, de la agricultura… Pero todo eso, por sí sólo, no garantiza la maduración de las personas y, por supuesto, no da vida eterna. Las obras grandes que promete Jesús que vamos a hacer sus discípulos son generalmente pequeñas si las miramos desde un punto de vista puramente natural. Colaborar con el Señor a la conversión de un pecador es cualitativamente más grande que cualquier progreso tecnológico.
Por otra parte, los grandes inventores y científicos son muy pocos, mientras que las grandes obras de Jesús las podemos hacer todos si nuestra fe es lo suficientemente madura y firme. Jesús nos quiere conceder a todos proclamar “las obras maravillosas de aquel que nos llamó de las tinieblas su luz admirable” y ser constructores y piedras vivas de su templo. No sólo con palabras, sino con hechos, con signos (sanar enfermos, expulsar demonios, resucitar muertos... espirituales).
Por supuesto, cada uno según el Señor le conceda. En la primitiva Iglesia pronto se diversificaron los ministerios y aparecieron distintos carismas. A veces fueron las circunstancias concretas, como en el caso de los diáconos que escuchamos en la primera lectura, la ocasión para el nacimiento de estos ministerios. Ahora bien, ministerios y carismas no se repartían a cualquiera ni de cualquier manera –como a veces se hace ahora en las parroquias- sino a “hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”. Los apóstoles se reservan la misión que, desde una visión puramente humana, parecería la menos importante: la oración y la predicación de la Palabra. Sin embargo, saben muy bien  que “no es justo que, dejando el ministerio de la Palabra de Dios, nos dediquemos a administrar los bienes”. Este criterio sirve para los obispos y sacerdotes, pero, salvadas las distancias, también para los laicos; por ejemplo, no es justo que los padres y madres de familia descuiden la educación de sus hijos, conversar con ellos, jugar con ellos, para dedicarse a ganar dinero y darles bienes materiales.
Padre Jesús Hermosilla

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