LO ÚLTIMO

Homilía Padre Jesús Hermosilla - Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.



Solemnidad del CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Corpus Christi)
Los misterios de nuestra fe que venimos celebrando últimamente: la pasión, muerte, resurrección y ascensión del Señor, la venida del Espíritu Santo, el Dios que es Amor, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, confluyen en la Eucaristía. Ella es memorial del misterio pascual de Cristo y en ella se manifiestan las Tres divinas personas. La liturgia de la Misa, especialmente la plegaria eucarística lo expresa muy bien. Vuelvo a recordar también las palabras de Juan de la Cruz: Aquesta eterna fonte está escondida/ en este vivo pan por darnos vida/ aunque es de noche.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo –la Santísima Trinidad- nos muestran ahora su amor especialmente en la Eucaristía, es decir, en el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo. El domingo pasado escuchábamos en el evangelio que “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que tenga vida eterna”. En la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor es donde se hace más expresiva esta entrega, y no ya en general por todo el mundo, sino a cada uno en particular. Aquel que se entregó en la cruz se me entrega a mí personalmente en cada Eucaristía. Y me da vida eterna. ¿No es para estremecerse ante este Misterio –sacramento- de nuestra fe?
Es el Padre quien nos da a su propio Hijo como alimento (“mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo”) y lo hace mediante la acción del Espíritu Santo, a quien invoca el sacerdote en la plegaria eucarística para que consagre el pan y el vino. Y al comulgar a Cristo, recibimos también su Espíritu.
Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer
Es la exhortación de Moisés al pueblo. Un llamado a mirar hacia atrás, sobre todo para reconocer la obra de Dios, hacer memoria agradecida y no olvidar tantas maravillas. También para ver la propia infidelidad e ingratitud. A Israel se le llama a recordar el camino por el desierto, un camino de prueba y aflicción, de hambre y sed, pero mucho más un tiempo en el que Dios lo alimentó con el maná y sació su sed sacando agua de la roca.
Tenemos hoy una buena ocasión para recordar nuestra propia historia. Sobre todo nuestra historia eucarística. Hacer memoria para dar gracias y pedir perdón. ¡Tantas comuniones recibidas y tan mal aprovechadas! Preguntémonos cómo hemos recibido a Jesucristo, tanto bajo la especie de pan y vino como bajo la especia de palabra. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. También la Palabra hay que llevársela a la boca, masticarla y digerirla. Cuando nos alimentamos de la Palabra nos estamos alimentando de Cristo. También su Palabra nos da vida eterna (Pedro dirá, precisamente al final del sermón en Cafarnaún, del que hoy escuchamos un fragmento, “Tú tienes palabras de vida eterna”).
“Lo comen buenos y malos, con provecho diferente; no es lo mismo tener vida que ser condenado a muerte. A los malos les da muerte y a los buenos les da vida. ¡Qué efecto tan diferente tiene la misma comida! El pan que del cielo baja es comida de viajeros. Es un pan para los hijos, ¡no hay que tirarlo a los perros!” (Secuencia del Corpus Christi).
Hagamos memoria de tantas comuniones recibidas. Por una parte, demos gracias, por otra, revisémonos. Nuestra situación espiritual actual es la que nos puede servir de criterio para ver cómo hemos comulgado hasta ahora y cómo estamos comulgando. Si echamos una mirada al conjunto de los católicos, no parece que demos la impresión de una vida espiritual fuerte, adulta. Si, como afirma san Pablo en la segunda lectura, la comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo nos unen a El, ¿qué intensidad tiene esa unión? ¿no damos la impresión de vivir una unión muy superficial y débil, amenazada continuamente de romperse por el pecado? Si, como nos dice también el apóstol, la comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo nos hace formar un solo cuerpo a todos los que lo comemos, ¿qué intensidad tiene nuestra unión con los demás? ¿sentimos al otro como miembro de nuestro mismo cuerpo, como algo propio? Responder sinceramente a estas preguntas es necesario para  poder sacar mucho más fruto de cada comunión eucarística.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
Uno de los fines de la comunión eucarística es recibir vida eterna. Crecer en vida eterna hasta llegar a la resurrección. Pero al igual que cada nivel de vida tiene sus propias características, también la vida eterna tiene las suyas. No es lo mismo la vida de una bacteria que la de una planta, la de un animal o la de un ser humano. La vida animal, por ejemplo, tiene sensibilidad, cosa que no tienen las plantas, pero no tiene conciencia de sí misma. La vida humana incluye la vida vegetativa y animal, pero lo suyo propio es la autoconciencia, que supone la inteligencia, y la autodeterminación, que supone la voluntad. ¿Y qué es lo propio de la “vida eterna”?
La vida eterna es la misma vida divina que participamos recibiendo la gracia santificante y las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Esta participación la tenemos ya desde el bautismo. La Eucaristía, por tanto, quiere darnos un aumento de vida eterna, un crecimiento en fe, en esperanza y en caridad y en las demás virtudes o actitudes cristianas. Si después de tantos años comulgando el Cuerpo y Sangre de Cristo, nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad son débiles, quiere decir simplemente que hemos comulgado mal.
Comulgar es entrar en comunión con Cristo. Físicamente comemos y bebemos las especies sacramentales, pero ellas son el medio para entrar en unión consciente y personal con Cristo que es a quien realmente hemos de comulgar. ¡Cuántas veces podemos comer la hostia sin comulgar de verdad, es decir, sin establecer una relación consciente con Cristo! La digestión de los alimentos naturales es algo inconsciente, no así la comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo. Hay ocasiones en que incluso los alimentos naturales nos caen mal porque estamos enfermos o porque no hacemos bien la digestión. En la comunión eucarística, las disposiciones personales son totalmente determinantes para su fruto.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él
Jesús expresa hoy la relación personal con él en la comunión cuando dice: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. De eso se trata: de permanecer en él, en su intimidad. La presencia corporal de Cristo en quien ha comulgado dura lo que tardan las especies sacramentales en disolverse y transformarse químicamente en el estómago, pero la presencia de inhabitación del Señor –junto con la del Padre y el Espíritu- continúa mientras la persona permanece en gracia de Dios. Permanecer en Jesús y que él permanezca en nosotros no es otra cosa que vivir de su Espíritu, participar de su amor. Esta permanencia mutua puede ser débil y apenas consciente, lo que significa que habitualmente nos movemos por la “carne”. O puede ser más fuerte, más consciente, lo que significa que estamos siendo mucho más movidos y guiados por el Espíritu. La Eucaristía bien vivida y recibida nos va haciendo crecer en esta unidad.
Una expresión de esta permanencia mutua es la adoración eucarística. La inhabitación vivida conscientemente busca y tiende hacia el Señor en su presencia corporal en la Hostia consagrada. Es tal vez el aspecto que más quiere destacar esta fiesta del Corpus. Cristo está real y corporalmente presente de manera continua, sobre todo para que lo comamos, pero también para que podamos estar con Él y adorarlo, reconociendo que es Dios. También es hombre, el hombre perfecto, el amigo siempre fiel, Aquel a quien podemos acudir cuando estamos cansados y agobiados para encontrar descanso. La adoración eucarística, la oración ante el sagrario, es fuente de paz, de equilibrio afectivo, porque es estar ante y con Quien más y mejor nos ama.

Padre Jesús Hermosilla 

No hay comentarios

Imágenes del tema: 5ugarless. Con la tecnología de Blogger.