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HOMILÍA DEL PADRE JESÚS HERMOSILLA - I DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B


DOMINGO I DE ADVIENTO – B

Iniciamos hoy un nuevo año litúrgico. Ya sabes que la Iglesia comienza la celebración anual de los misterios de Cristo el domingo más cercano al treinta de noviembre. A esa celebración, que abarca desde la encarnación del Verbo hasta la expectativa de su venida gloriosa, y que tiene su momento semanal importante cada domingo, le llamamos año litúrgico. El año litúrgico no es un simple recuerdo de cosas o acontecimientos ocurridos hace muchos años, sino que actualiza para nosotros el poder salvador de aquellos misterios: al celebrar la navidad vamos a entrar realmente en contacto con el Verbo encarnado que nació de María, al celebrar su pasión, muerte y resurrección nos vamos a hacer presentes en el calvario y vamos a tocar su cuerpo resucitado como Tomás. Esa es la gracia del año litúrgico. El tiempo litúrgico –los diversos tiempos litúrgicos: adviento, navidad, cuaresma, pascua, tiempo ordinario- son “kairos”, es decir, tiempos de salvación, momentos oportunos para el encuentro con el Señor

Adviento

El año litúrgico empieza como acaba, invitándonos a vivir esperando la venida gloriosa del Señor. El tiempo de adviento tiene dos partes diferenciadas, la primera, hasta el 16 de diciembre, más centrada en la expectativa de la Parusía y la segunda, del 17 al 24, preparación inmediata a la navidad. En la primera parte contamos, sobre todo, con el acompañamiento del profeta Isaías y de Juan Bautista, además de la presencia discreta de María, que se hará más significativa en la semana del 17 al 24.
Año tras año me recuerdo y me permito recordarte que, desgraciadamente, es muy fácil desvirtuar el sentido del adviento y de la navidad. No sólo porque los medios de comunicación bombardean con sus campañas publicitarias hacia el consumo y la celebración de unas fiestas secularizadas o, a lo más, puramente sentimentales, vaciadas de todo contenido religioso, sino porque las mismas parroquias extienden y adelantan, a lo largo del tiempo de adviento, una serie de actividades ya navideñas o, mejor, supuestamente navideñas, que muy poco ayudan a prepararse a la venida del Señor.
Si quieres vivir el adviento según el sentir de la Iglesia, toma los textos litúrgicos y deduce de ellos las actitudes a seguir. Medita la Palabra de Dios de cada día, entérate de qué pedimos en las oraciones y qué mensaje nos dejan las antífonas y prefacios. Una idea que recorre todo este tiempo es que el Señor viene, que está ya cerca y que viene a salvar. Las actitudes fundamentales a que se nos invita son la esperanza y la vigilancia.

¿Cómo me encuentra a mí este adviento? ¿Cómo se encuentra el mundo en el que vivo?
El adviento es un llamado a salir de la rutina, un llamado a despertar, como veremos más adelante. Este despertar pudiera comenzar por la toma de conciencia de dónde estamos. Hay que detenerse y preguntarse con sinceridad¿cómo está mi vida?, ¿estoy caminando bien?, ¿cómo va mi relación con Dios?, ¿cómo va mi vida de familia?, ¿cómo mi relación con los demás?, ¿cómo mi vida laboral?, ¿realmente me siento a gusto, feliz?, ¿qué hay en mí de fervor y qué de mediocridad espiritual?, ¿qué espíritu apostólico tengo?, ¿vivo con desánimo o con esperanza?, ¿alegre o triste y melancólico?, ¿dispuesto a empezar de nuevo o cansado de la vida?, ¿qué ideales o sueños tengo?, ¿pueden calificarse de cristianos?, ¿me siento necesitado de salvación?, ¿creo necesaria una presencia más intensa del Señor en mi vida?” No rehúyas confrontarte con estas preguntas si quieres que este adviento y la próxima navidad dejen huella en tu vida.

También me parece oportuno echar una mirada al mundo en que vivimos y, más concretamente, al ambiente que nos rodea a cada uno, familiar o de comunidad, laboral, vecinal. No me refiero a una mirada puramente sociológica, sino una mirada de fe; una mirada sociológica nos hace ver, por ejemplo, muchas desigualdades, pocas posibilidades de encontrar un trabajo fijo y adecuado, corrupción por doquier en los gobernantes, desintegración familiar, inseguridad y violencia… La mirada de fe nos lleva, por una parte, a penetrar más a fondo en las causas o raíces profundas de todo eso, que no es otra que el olvido de Dios, el pecado, a constatar una sociedad enferma moralmente, y, por otra, a mirar con amor y compasión y no caer en el pesimismo, sino vivir en la convicción de que el Señor quiere y viene precisamente a salvar al mundo. Dirige también una mirada a tu propio ambiente: cómo puedes calificarlo, en qué medida te está condicionando, en qué medida te mantiene dormido, anestesiado e insensible a Cristo.

Miren, vigilen, velen

El adviento es tiempo para despertar. Primero hemos de despertar cada uno de nosotros, sólo así podremos ser despertadores de los demás. La razón fundamental para despertar es que el Señor va a venir y no sabemos cuándo es el momento, “no sea que venga inesperadamente y nos encuentre dormidos”. Despertar ¿de qué? De la propia modorra espiritual, del hastío y la tibieza, de la acedia, de la pereza espiritual y pastoral, del aburguesamiento, de la mundanidad espiritual… A todo ello nos invitó Francisco hace ya un año cuando publicó su Exhortación apostólica La alegría del evangelio.

La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos” (EG 93). “Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante. El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable” (81-82). “Así se gesta la mayor amenaza, que «es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad» (J. Ratzinger). Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio» (G. Bernanos)” (EG 83). ¡Despertemos! ¡Vigilemos! ¡Mantengámonos en vela! ¡El Señor viene a salvar!
Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero.

La primera lectura es una bella oración del Libro de Isaías, una súplica que reclama a Dios su intervención salvadora: “vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tu mano”. Si constatamos que nuestro mundo y nosotros mismos estamos muy necesitados de la intervención salvadora de Dios, haremos nuestra esta súplica. El adviento es tiempo de desear y suplicar esa venida del Señor, como alfarero del hombre y del mundo, a rehacernos, a modelar un mundo diferente. Otro mundo es posible, otra sociedad es posible, otro modo de vida es posible. La tendencia decadente, que no podemos negar marcha a pasos agigantados, puede detenerse y cambiar de dirección. Tú mismo, tu comunidad, tu parroquia, tu ambiente laboral, tu familia… pueden cambiar. Dios es todopoderoso. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, ¿por qué no esperarlas?, ¿por qué no pedirlas?, ¿por qué no disponerse a recibirlas? Nosotros somos los que aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él es fiel.

Santa María del adviento, madre de la esperanza, ayúdanos a despertar de la mundanidad y la tibieza espiritual, ayúdanos a mantenernos en vela, en esperanza activa, aguardando la gloriosa y salvífica manifestación de tu Hijo Jesucristo.


Padre Jesús Hermosilla 

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