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HOMILÍA DEL PADRE JESÚS HERMOSILLA - SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS - TIEMPO DE NAVIDAD



SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS 

Es muy conocido el dicho o refrán de que “detrás de una gran hombre hay siempre una gran mujer”, también ahora corregido en el sentido contrario de que “detrás de una gran mujer hay un gran hombre”; por supuesto, no se puede generalizar. Para nosotros, católicos, está muy claro que detrás del Verbo encarnado y de san José, hay una gran mujer, en este caso, una gran madre y esposa. A ella mira de modo especial la Iglesia el día último de la Octava de navidad y primero del año civil, celebrando su maternidad divina: hoy es la solemnidad de santa María Madre de Dios. No voy a aburrirte con el cuento de las circunstancias históricas que llevaron, el año 431, al concilio de Éfeso, a proclamar a María, no sólo Cristotokos (madre de Cristo), sino Theotokos (madre de Dios), ya que el niño que de ella nació es Persona divina, verdadero Dios y verdadero hombre.

Envió Dios a su Hijo nacido de una mujer

Dios, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su propio Hijo nacido de una mujer, María. Pero la celebración de hoy no mira sólo al pasado. Lo que nos importa considerar y contemplar es que hoy, en estos tiempos, el Padre sigue dándonos también a su Hijo de la mano de María. El concilio Vaticano II afirmo que María “dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber, los fieles a cuya generación y educación coopera con amor materno” (LG 63).

En el nacimiento y crecimiento de Cristo en cada uno de nosotros, hay una cooperación especial de María con el Espíritu Santo. En la venida del Señor, esta navidad, a nacer en multitud de personas que se hallan en pecado y están convirtiéndose, María tiene un papel particular. En los relatos evangélicos que escuchamos a lo largo de estos días, vemos siempre al Niño al lado de su madre. Pues bien, la venida, el nacimiento espiritual, del Señor a cada uno de nosotros, se realiza de la mano de María.

Si, en la piedad popular, suele considerarse el mes de mayo como el tiempo mariano por excelencia, en la Liturgia de la Iglesia el mes de María es el adviento y la navidad. En ningún otro tiempo litúrgico está tan presente: contamos con las grandes solemnidades de la Inmaculada y esta de hoy, santa María Madre de Dios, la fiesta de la Sagrada Familia y la encontramos en multitud de oraciones, antífonas, lecturas y demás textos litúrgicos. Celebrar bien la navidad debería suponer un crecimiento también en nuestra relación personal como María y en la participación en sus actitudes.

María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón

El texto evangélico de hoy destaca la actitud contemplativa de María. Por dos veces, en el capítulo 2 de su evangelio, san Lucas afirma esta actitud de María. La primera, en 2, 19, recoge su reacción ante las palabras de los pastores y la segunda, en 2, 51, a la respuesta del adolescente Jesús en el templo, de que debía ocuparse de los asuntos de su Padre. Lo que María guardaba y meditaba, confrontaba, en su corazón, no eran sólo palabras que había escuchado, sino palabras realizadas, palabras-acontecimiento. Por otra parte, el imperfecto “guardaba” indica una acción constante, habitual, en ella.

María guarda, en su corazón, lo que entiende y lo que no entiende, y le da vueltas. ¿Y qué es lo que María guarda y medita? En el primer caso, se trata de lo que dicen los pastores y ellos no pueden decir otra cosa que lo que han oído a los ángeles: “no teman, les anuncio (les evangelizo) una gran alegría, que será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, el Mesías, el Señor”. ¡Eso es propiamente el kerigma! Lo que María guarda y medita es ya el kerigma: ella es la primera creyente, la primera discípula y modelo de todo discípulo.

El Papa Benedicto XVI, en la audiencia del miércoles 17 de agosto de 2011, comentando estos textos, dijo: “El que custodia no olvida. Ella (María) está atenta a todo lo que el Señor le ha dicho y le ha hecho, y medita, es decir, toma contacto con diversas cosas, profundizándolas en su corazón”. María cree y ve cómo se van realizando en ella la encarnación, el nacimiento de Jesús, y todo ello es tan grande que necesita un proceso de interiorización; “María busca – dice el Papa- profundizar en el conocimiento, interpretar el sentido, comprender sus implicaciones y consecuencias. Así día tras día, en el silencio de la vida ordinaria, María continuó custodiando en su corazón, los siguientes sucesos maravillosos de los que fue testigo, hasta la prueba extrema de la Cruz y la gloria de la Resurrección”. Como ella, vivamos nosotros este tiempo en espíritu contemplativo y pidámosle la gracia de perseverar en él.

Madre, ¡bendición!
Existe todavía en muchos lugares la costumbre de pedir la bendición a padres, padrinos y sacerdotes. Hoy le pedimos a María, nuestra madre en la fe, y por medio de ella a Dios nuestro Padre celestial, su bendición. Dios mismo se adelantó a decir a Moisés cómo tenía que bendecir Aarón a los israelitas: “el Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. En el comienzo del año civil, Dios anuncia su promesa de bendición. Sin embargo, Dios ya nos está bendiciendo, la gran bendición de Dios Padre es Jesús, él es su Palabra eterna pronunciada en el tiempo para bendecir al mundo.

Podemos decir, con toda propiedad, que Jesús es bendición, protección, iluminación, rostro amigo, favor, mirada y paz de Dios. Todo lo que la bendición de Aarón imploraba sobre el pueblo nos ha sido dado en Jesús de Nazaret. La petición del salmo “el Señor tenga piedad y nos bendiga” se cumple con creces en el Niño nacido de María que nos ha sido dado. María nos bendice dando a luz, dando al mundo, al que es la Palabra salvadora del Padre. Por supuesto que Dios nos va a bendecir con otros muchos bienes materiales, pero ninguno sin comparación con el regalo de su propio Hijo.

“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. En Jesús, Dios Padre nos ha bendecido haciéndonos sus propios hijos, dándonos parte en su propia vida divina; somos “hijos en el Hijo”. “Ya no eres esclavo sino hijo”. Estamos llamados a vivir como hijos, en la libertad que nos da nuestro Padre celestial y en fraternidad, como hermanos.

El Papa Francisco ha titulado, su Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año, No esclavos, sino hermanos. “El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, -dice Francisco- llega a ser en Jesús «hermano y hermana, y madre» (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre … Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”. La bendición de Dios que imploramos se convierte en tarea. “Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino”.

Que Dios Padre te de su bendición, Jesús. Que Jesús te bendiga con su gracia y su paz. Que la ternura de María se fija en ti y su rostro luminoso resplandezca sobre ti. Santo y feliz 2018.

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