Homilia del Padre Jesús Hermosilla
DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
ZAQUEO, EL PUBLICANO QUE SE SUBIÓ PARA VER Y BAJÓ PARA HOSPEDAR
El desenlace de la parábola del domingo pasado –el fariseo y el publicano orando en el templo- lo vemos hecho realidad en el evangelio de hoy: Zaqueo, un publicano, más aún, jefe de publicanos, queda justificado mientras algunos no saben hacer otra cosa que murmurar contra Jesús “porque ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Jesús da razón de su manera de actuar diciendo que “el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”. Así manifestaba la imagen del Dios misericordioso que nos da la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría. Veamos.
Compadecerse y complacerse, como hace Dios
Para que nos hagamos idea de lo que supone la actitud misericordiosa de Dios, comienza el texto diciendo que delante de Dios el mundo entero es como un grano de arena: grandeza de Dios y poquedad del hombre. El Dios grande es el que se abaja a perdonar. Cuanto más grande es una persona –grande de verdad, grande ante Dios- con más facilidad se abaja. Este Dios se compadece de todos y hace “la vista gorda” a nuestros pecados para darnos la oportunidad de arrepentirnos. Perdona a todos porque todos son suyos y se complace en todo lo que ha creado. Dice además este bello texto que a los que caen los va corrigiendo poco a poco. Dios hace la vista gorda pero no alcahuetea; porque nos ama quiere corregirnos, con pedagogía (“poco a poco”). Además nos trae a la memoria los pecados para que nos arrepintamos. Dios nos ayuda a reconocer el pecado, que es como decir la enfermedad espiritual. Es –nos dice el salmo- un Dios compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar.
Aprendamos de este Dios porque es nuestro Padre. Asemejémonos a Él. Seamos grandes compadeciendo al débil y al pequeño. Seamos grandes abajándonos a perdonar. Hagamos como Él: complazcámonos en cada ser humano que tenemos al lado, enfrente, porque es criatura suya, creado a su imagen, llamado a ser hijo suyo. Hagamos como Él: no estemos tan pendientes de las fallas de los demás, pero tampoco nos desentendamos de ellas, ayudemos al hermano a reconocerse pecador y corregirse poco a poco. Seamos como nuestra Padre: lentos para enojarnos y generosos para perdonar. Pero, para poder asemejarnos a nuestro Padre celestial, necesitamos contemplarle, alegrarnos y complacernos de que Él sea así. Y alabarle, como hace el salmo: “yo te alabaré, bendeciré tu nombre siempre y para siempre, Dios mío, mi rey, y no cesará mi boca de alabarte [porque eres] compasivo y misericordioso”.
Subir para ver y bajar para hospedar
A esta contemplación y complacencia en el Dios misericordioso nos ayuda la mirada a la escena evangélica de hoy, sobre todo la mirada a las actitudes de Jesús, que son las de Dios. Zaqueo era un pecador, seguramente un hombre insatisfecho, tal vez esta insatisfacción consigo mismo y con la vida que llevaba le suscitó la curiosidad de acercarse para ver a Jesús. Pero a Jesús no se le puede ver así como así, para ver a Jesús no bastan las propias capacidades humanas; Zaqueo tenía mucha plata pero le faltaba estatura para ver a Jesús y tuvo que subirse a un árbol, dejar a un lado su buena imagen de hombre importante y hacer un poco el ridículo de encaramarse al sicomoro. Para ver a Jesús hay que elevarse sobre uno mismo, no bastan los recursos y fuerzas humanas, por muchos que sean. ¿Qué quiero decir? Hay que buscar recursos –en este caso espirituales- que me eleven sobre mí mismo: la oración, la lectura de la Palabra, la participación en la Liturgia, una predicación… Desde ahí se te va a dejar ver. Más aún: te va a hablar, se va a invitar a hospedarse en tu casa, en tu vida. No importa lo pecador que seas.
Eso sí, después tienes que bajar y, en cierto modo, rebajarte para hospedarle en tu casa. Jesús te dice: “bájate, rebájate, que tengo que hospedarme en tu casa”. En realidad no es rebajarse sino todo lo contrario, porque acompañar a Jesús y hospedarle en la propia vida no nos rebaja sino que nos levanta. Si por rebajarnos entendemos reconocer nuestros pecados, eso viene después. Zaqueo se complace y se siente privilegiado de que Jesús haya decidido almorzar en su casa. Ante tanto amor por parte de Jesús, el corazón de Zaqueo se conmueve y la conversión viene por sí sola, y espontáneamente se expresa en obras: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y si he defraudado a alguien le restituiré cuatro veces más”… ¡Pero si Jesús no le había pedido nada de eso…! Jesús lo único que hace es mostrarle el amor de Dios… Lo otro viene solo. Con Jesús en su casa, a su lado, Zaqueo ha empezado a ver su propia vida, se ha dado cuenta de lo que no iba bien y… ha decidido cambiar. Jesús no hace otra cosa que dar fe de lo que ha sucedido: “hoy ha sido la salvación de esta casa”.
Bueno, pues ya sabes… Y si ya hace tiempo que hospedaste a Jesús en tu vida, piensa que siempre quedan por ahí recovecos, habitaciones profundas, dimensiones de la propia vida o personalidad (en las relaciones de pareja, el trabajo, metas y proyectos, el dinero, la sexualidad, la diversión…) donde no le has dejado entrar totalmente… y por eso no cambias o ni siquiera te das cuenta de que necesitas cambiar. Todavía hay aspectos de tu vida que no van bien. Lo primero no es empeñarte en cambiar o defender que todo va bien sino dejarle a Jesús entrar ahí, es decir, iluminar ese aspecto de tu vida con la Palabra de Jesús y su amor. Si haces esto, lo otro viene solo.
Pbro. Jesús Hermosilla
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