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Homilía Padre Jesús Hermosilla - XXXIII Domingo Ciclo C

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

CICLO C
TODAVÍA NO ES EL FINYa viene el día del Señor

Siglos antes de Cristo, algunos profetas hablaban ya del “Día del Señor” refiriéndose a un día futuro en que Dios jugaría al mundo. Así lo leemos hoy en el texto de Malaquías. El juicio es presentado con la figura del fuego que quema la paja, es decir, que destruye a “los soberbios y malvados” y la imagen del sol de justicia que “trae la salvación en sus rayos” a los justos. En la época de Jesús se creía que quien traería este juicio de parte de Dios sería el Mesías; así lo expresaba también Juan Bautista en su predicación. Sin embargo, Jesucristo no realizó ese juicio definitivo de Dios, sino que lo dejó para el “final”, para el momento de su “segunda” venida.
Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?
Algunos admiraban y alababan la belleza del templo de Jerusalén, como hoy admiramos la belleza de tantas obras artísticas. Eso le dio pie a Jesús para anunciar la destrucción de la ciudad y del templo: “días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”. Toda creación material humana, por muy bella que sea, es imperfecta y frágil. De muchas obras maravillosas del pasado hoy no quedan sino ruinas; guerras, terremotos, revoluciones, incendios… han acabado con ellas. El domingo pasado el Papa dedicaba el templo de la Sagrada Familia de Barcelona (España), una obra de arte espectacular, un canto en piedra a la gloria de Dios, esculturas y torres donde la fe y el arte nos transcienden hacia el Altísimo. Porque esa es la misión principal de la belleza: abrirnos a Quien es la Belleza infinita. Y es que nada hay comparable a Dios, Belleza increada. Todas las obras humanas, por muy bellas y grandiosas que sean, son frágiles, perecederas, y la historia se encarga de mostrárnoslo.
Después de predecir la destrucción del templo, Jesús da un paso más y entra a hablar del “final de los tiempos”. Lo hace expresándose en un modo que podemos llamar “simbólico”, “fantasioso” (que técnicamente se conoce como “apocalíptico”), donde las expresiones no han de tomarse totalmente al pie de la letra. Jesús no nos dice cuándo ni cómo será ese final, más bien nos advierte de lo que va a pasar mientras tanto y las actitudes con que hay que afrontar este “tiempo intermedio”.
Que nadie los engañe porque muchos vendrán diciendo “yo soy el Mesías, el tiempo ha llegado”
Lo primero que nos advierte el Señor es que no nos dejemos engañar. Van a venir supuestos mesías, presentándose como los salvadores definitivos. No hay que tomarlos en serio. ¿A quiénes se refiere Jesús? En el Catecismo de la Iglesia leemos: “La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne. Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia […] sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso”” (N° 575-576). Añade el Catecismo que estos mesianismos engañosos proporcionan “a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad”. Con otras palabras: cada vez que se nos promete el “paraíso en la tierra”, soluciones mágicas para todos nuestros problemas, abandonando a Jesucristo y poniendo la confianza en líderes humanos, sean políticos, científicos o incluso religiosos, nos están y nos estamos engañando. Jesús nos dice claramente: “no les hagan caso”.
Habla después Jesús de que sucederán guerras y revoluciones, terremotos, epidemias y hambre… Todo eso está pasando continuamente. Pasó en el siglo XX, pasa en el XXI, también en los siglos anteriores. “Eso –dice Jesús- tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”. Decir que ya llega el final porque se acabe el calendario maya, porque coincidan o no las visiones de Nostradamus… es puro futurismo fantasioso. Jesús nos tranquiliza: “que no los domine el pánico”. ¿Por qué? Porque él ya ha vencido todo mal, porque él es el Señor de la historia, porque él sabe sacar el bien para los que lo aman de todos esos males.
Antes de todo esto los perseguirán a ustedes
También anuncia el Señor que sus discípulos van a padecer persecuciones, cárceles y odios, incluso traiciones de la propia familia y muerte. Desde la muerte de san Esteban y el apóstol Santiago hasta los atentados contra iglesias en Bagdag o en la India o la prisión de obispos en China, los veinte siglos de cristianismo están llenos de estas realidades adversas. No podría ser de otra manera, pues los cristianos somos seguidores de Uno que fue perseguido, calumniado, condenado a muerte, torturado y crucificado. Por tanto, cuando se den estas cosas no hemos de extrañarnos, es sencillamente lo que tiene que pasar. Es una señal de que vamos bien. Lo preocupante sería más bien lo contrario (“¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes!”.
Ante estos acontecimientos adversos ¿qué nos aconseja el Señor? ¿qué hemos de hacer? Primero, aprovechar esas situaciones para dar testimonio de Él. Jesús mismo nos promete: “yo les daré palabras sabias a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes”. No hay que ver tanto dificultades cuanto oportunidades: nuestro tiempo está lleno de oportunidades para anunciar a Jesucristo, para dar testimonio de nuestra fe, para sufrir un poco por él. Segundo, mantenernos firmes: “si se mantienen firmes conseguirán la vida”. Las dificultades nos fortalecen, pues purifican la fe de falsas seguridades y motivaciones puramente sociológicas o naturales. Tercero –y esto nos lo dice san Pablo en la segunda lectura-, estar activos, trabajar. La perspectiva falsa de un final cercano había llevado, al parecer, a algunos tesalonicenses a dejar de trabajar, “¿para qué seguir trabajando si el fin ya está cerca?” pensaban. Precisamente, la inminencia del fin ha de llevarnos a pensar lo contrario que aquellos tesalonicenses: hay que estar ocupados con más interés en lo que tenemos que hacer; si nos queda poco tiempo –y pensando individualmente nos queda poco- hay que aprovecharlo bien, al máximo, no podemos “matar el tiempo”. El tiempo “es oro” y no podemos malgastarlo. Eso sí, hay que saberlo ocupar bien, en los trabajos que Dios quiere, para no fatigarnos o correr en vano.

Pbro. Jesús Hermosilla

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