Homilía Padre Jesús Hermosilla - III Domingo de Adviento
DOMINGO III DE ADVIENTO A
¿DE VERDAD LA SALVACIÓN
NOS VIENE DE JESUCRISTO?
Estén alegres. El Señor está cerca
Una actitud, sentimiento, estado de ánimo…, como
queramos decir, propio de este tiempo es la alegría. Cuando estamos esperando a
alguien cuya venida nos agrada, sentimos alegría ya antes de que haya llegado.
Claro que hay motivos superficiales para la alegría, pues no nos quitan la
tristeza de fondo que tenemos en el corazón, o ambivalentes y engañosos, porque
de lo que esperábamos alegría recibimos desilusión y tristeza. La liturgia de este domingo III de adviento
nos invita a estar alegres, a alegrarnos en el Señor, porque Él está cerca.
El profeta Isaías lo expresa con imágenes poéticas: “regocíjate, yermo
sediento, que se alegre el desierto, que se alegre y dé gritos de júbilo”. El aspecto árido y desolado del desierto va
a cambiar completamente.
Ese desierto
reseco e infecundo somos nosotros. Miramos hacia
atrás, vemos los años transcurridos de nuestra vida, tantos errores cometidos, tantos esfuerzos para tan pocos resultados
conseguidos. Sueños totalmente desvanecidos. Proyectos personales (estudios,
trabajo, matrimonio, educación de los hijos…) frustrados. Tal vez algunos éxitos profesiones, laborales, económicos… y muchos
fracasos como personas. Tal vez algunos progresos en la estima social y
deterioro progresivo en la vida familiar. Les buscamos los mejores colegios, nos preocupamos de que recibieran catequesis, los
acostumbramos a ir a la iglesia… y ahí están viviendo como paganos… Y sentimos como que no hemos hecho nada en
la vida… Y hasta puede ser cierto. Tal vez no lo hemos hecho bien, porque
nuestra vida cristiana era muy mediocre. Pero dejémonos de lamentos y miremos el presente y el futuro con esperanza.
Lo importante es que todavía se nos da la
oportunidad de cambiar esa infecundidad vital y espiritual. Las palabras del
profeta son palabra de Dios hoy para nosotros. El desierto se cubre de flores,
el yermo será un campo de lirios. Tu
vida todavía puede florecer, alcanzar una cosecha de frutos abundante. Pero
no por ti mismo sino por el Señor, porque
el Señor viene.
¡Ánimo! No teman. Su Dios viene ya para salvarlos.
Ven, Señor, a salvarnos
Esa es la razón por la que podemos estar alegres. Ese
es el motivo por el que podemos esperar todavía una vida plenamente realizada.
Tal vez será más difícil en cierto sentido, pero es posible recuperar el tiempo
perdido. “Mantengan firme el ánimo. La
venida del Señor está cerca” nos dice el apóstol Santiago en la segunda
lectura. “El Señor siempre es fiel”, leemos en el salmo. “Se iluminarán los
ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, saltará como un ciervo
el cojo y la lengua del mudo cantará”, anuncia también Isaías. Aunque hasta ahora hayas vivido ciego, o al
menos bastante miope, sordo, u oyendo sólo lo que querías, paralizado, o
medio chueco, mudo o tartamudo… espiritualmente, tu vida puede cambiar.
“La pena y la aflicción habrán terminado”. Aunque tu vida haya sido hasta ahora
un río de lágrimas y fracasos, “vendrás a Sión con cánticos de júbilo, coronado
de perpetua alegría”. Pero sólo si
vuelves tus ojos y tu vida hacia el Señor. El ha sido enviado “para
anunciar la buena nueva a los pobres”. Créete,
pues, este mensaje, esta buena noticia que hoy, durante este tiempo, la Iglesia
te anuncia. Y expresa esa fe, esa esperanza, con la súplica, orando –como respondemos
en el salmo de hoy- “Ven, Señor, a salvarnos”. Ven, Señor a mi vida.
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?
Tal vez te
sientes ya desanimada. Piensas “lo he intentado
tantas veces… se lo he pedido tanto a Dios… y nada”. Es verdad, hay momentos de crisis. No te lo niego. A
este propósito, el evangelio de hoy sigue presentándonos la figura de Juan Bautista, pero en un contexto muy
diferente al del domingo pasado; al lado del Jordán estaba en pleno éxito, todo
el mundo acudía a escucharlo, predicaba lleno de entusiasmo, la gente se conmovía
y se bautizaba; ahora lo vemos en la
cárcel, en plena crisis existencial. Aquel que había testimoniado que Jesús
era “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, ahora duda. “¿Será
realmente Jesús el Mesías, el Salvador?” piensa. Y envía a dos discípulos a
preguntarle: “¿eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?”.
No te asustes, pues, si hay momentos en que te
preguntas “¿de verdad la salvación viene
de Jesucristo? ¿de verdad sólo puedo ser plenamente feliz siguiendo al Señor?
¿puedo estar segura de que lo que dice la Palabra de Dios es verdad? ¿merece la pena hacer caso a la enseñanza y
predicación de la Iglesia católica?”. Mucha
gente vive convencida de que la única salvación necesaria y posible es el
bienestar humano (salud, dinero y amor) –ahí está la felicidad- y que sólo la
pueden salvar el dinero, los gobernantes en quienes confía, el bienestar económico,
una nueva relación sentimental… Y celebran este tiempo, esperando a santa claus en forma de beca, bono, utilidades…, a papá
noel espectáculo, diversión, viaje…, al espíritu de la navidad de los
buenos deseos, de los saludos y felicitaciones más o menos hipócritas, de
sentimientos y palabras (paz, dicha, amor, felicidad, prosperidad, etc.) que ya
no significan nada y se desvanecen con el fin de año. Hay cosas de esas que no
están mal, pero son insuficientes (como darle una aspirina a un canceroso). Ese ambiente nos presiona y dudamos:
“¿por qué no vivir la navidad como todo el mundo? ¿tan malo es prender una vela
a Dios y otra al diablo?”.
Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y a
los pobres se les anuncia el evangelio
Esa fue la respuesta de Jesús a Juan Bautista. Jesús tenía con qué decirle a Juan que Él
era el Mesías, el Salvador. No había de esperar a otro. Lo más probable es
que Jesús también a ti te haya dado ya
muchas pruebas de que sólo El es el auténtico salvador integral de toda persona,
tu salvador. Recuerda lo mucho que él te ha dado y ha hecho en tu vida.
Recuerda la paz y felicidad que sentiste cuando te mostró su amor y su perdón,
cuando experimentaste su presencia de un modo especial. No dudes, pues. No te dejes ahora engañar. Si ahora no se manifiesta como a ti te gustaría o con la prontitud que
deseas, espera, ten ánimo. Haz caso a las palabras del apóstol Santiago: “sean pacientes hasta la
venida del Señor. Como el labrador aguarda pacientemente las lluvias, con la
esperanza de los frutos de la tierra, aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida
del Señor está cerca”.
“Dichoso aquel
que no se sienta defraudado por mí”. Jesús no defrauda a quienes ponen en
él su esperanza. Pero recuerda que ya no eres una niña; los niños esperan que
el Niño Jesús o los Reyes magos les traigan los juguetes que pidieron y así
sucede habitualmente, pero a veces no y los adultos sabemos por qué. Ser adulto es aceptar que Dios tiene su
momento, el más adecuado, y sus planes, los mejores, aunque no coincidan con
los nuestros. Eso es tener esperanza cristiana. Dichoso, dichosa, tú, que
estás seguro, segura, de que el Señor viene a dar plenitud y fecundidad a tu
vida.
También es verdad que quienes todavía no conocen a Jesucristo necesitan ver, en sus
seguidores, esas señales que certifican que Él es el salvador. “Volverán a
casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo” decía
Isaías refiriéndose al regreso de los desterrados. Para que muchos que se han
alejado regresen y otros que nunca han estado lleguen, es necesario que se les
anuncie la buena nueva. Pero, más que
con palabras, con obras. “Los
angustiados son escuchados, los afligidos consolados, los despreciados y
pecadores acogidos con amor, los desempleados y pobres ayudados, los
enfermos visitados y asistidos…” Esa es
la respuesta que deberíamos dar, en este tiempo de adviento y navidad, los
que tenemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, a quienes están todavía en búsqueda de sentido y de salvación para su
vida. Y que vean esa alegría, esa paz, esa felicidad que no tiene otra
explicación sino Jesús.
Padre Jesús Hermosilla
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