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Domingo VI del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Afirma san Pablo, en la segunda lectura de hoy, que hay una sabiduría divina, misteriosa, que no es la del mundo ni la de aquellos que dominan el mundo. Una sabiduría que fue prevista por Dios desde antes de los siglos para conducirnos a la gloria. Una sabiduría para los adultos en la fe. Una sabiduría que sólo el Espíritu hace comprender. Las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo pertenecen a este tipo de sabiduría, no todo el mundo parece comprenderlas y aceptarlas. Mucha gente vive de una moral o ética natural, que puede resumirse en los diez mandamientos, y piensan que por el hecho de cumplirla y creer en Dios ya son buenos cristianos. Jesús nos hace ver hoy que ser discípulo suyo supone algo más. Por creer en Dios, orar alguna vez y guardar los diez mandamientos, podemos considerarnos buenas personas, pero no necesariamente buenos cristianos. El Señor dice que si nuestra justicia, es decir, nuestra bondad o santidad, no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos. Y eso que los escribas y fariseos eran creyentes, rezadores y muy cumplidores de los mandamientos. ¿Entonces?
Si tú quieres, puedes guardar los mandamientos
Lo primero que la Palabra de Dios nos recuerda este domingo es que los seres humanos somos libres: “si tú quieres… puedes guardar los mandamientos, permanecer fiel a ellos es cosa tuya. El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua, extiende la mano a lo que quieras. Delante del hombre están la muerte y la vida, le será dado lo que él escoja”. La libertad humana tiene sus condicionamientos, por supuesto, y no es sólo una capacidad dada desde el nacimiento, sino una conquista fruto del ejercicio correcto de la misma libertad. La libertad actúa eligiendo el bien o el mal, pero no los crea. Están más allá de ella. Jesús hoy lanza un reto a nuestra libertad presentándonos un bien mejor que lleva a la plenitud nuestra vida.
Afirma Jesús que él no ha venido a abolir la ley o los profetas, sino a darles plenitud. Pero lo que realmente le interesa a Jesús es nuestra plenitud. Si lleva a plenitud la ley es para que sus discípulos alcancen su madurez personal como tales discípulos, es decir, como cristianos. Dicho con otras palabras: si no descubrimos esa plenitud de la ley y la ponemos en práctica, nos quedamos a mitad de camino, no alcanzamos el objetivo, fracasamos en la vida.
El salmo nos invita a orar para que el Señor nos abra los ojos y podamos ver, entender, saborear, estas maravillas de su voluntad: “muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón. Ojalá que mis pasos se encaminen al cumplimiento de tus mandamientos”. Hagamos nuestra esta plegaria. Siguiendo este camino encontramos también la dicha, la felicidad, pues es “dichoso el hombre de conducta intachable, que cumple la ley del Señor”. Pero, veamos ya en qué consiste esa plenitud a la que Jesús dice querer llevar la ley antigua.  
Han oído ustedes que se dijo a los antiguos… pero yo les digo
El Señor va recordando los mandamientos tal como los entendían los judíos de su tiempo y luego presenta cómo han de entenderlos y vivirlos sus discípulos. Hoy escuchamos una parte de esta enseñanza, referida a varias dimensiones de nuestra vida: el respeto a la vida ajena y la relación con el prójimo, la condición de varón y mujer y la estabilidad del matrimonio, el juramento y la veracidad. Jesús no pretende hacernos más difícil la vida sino al revés. Nos puede parecer la suya una enseñanza más compleja, pero es una enseñanza mejor. Fácilmente lo vamos a entender con un ejemplo. Cuando yo empecé la filosofía en el seminario compré una máquina de escribir. Unos veintitantos años después la abandoné y me pasé a la computadora. Desde luego la computadora es mucho más compleja y complicada que la máquina de escribir, pero inmensamente más útil y cómoda. Hoy no la cambio por aquélla. Los consejos que nos da Jesús este domingo pueden parecernos más complicados y difíciles, pero desde luego son mejores y más útiles para alcanzar la plenitud personal y la felicidad.
Han oído que se dijo: no matarás, pero yo les digo…
Las buenas relaciones con los demás no implican sólo no atentar contra su vida, sino saber respetar: no enojarse, no insultar, no despreciar… Incluso hacer positivamente el bien, como escucharemos otro domingo. El discípulo de Cristo vive reconciliado con todo el mundo, pues de lo contrario su ofrenda (su oración, su participación en la liturgia) no será agradable a Dios. Mientras todavía estamos de camino –en la tierra- procuremos saldar las cuentas con todos. Avanza la vida, pasan los años, y a veces uno va dejando cuentas y más cuentas pendientes, por resentimientos, odios, negación de la palabra, daños no reparados… con familiares, ex (esposo, jefe, superior, compañero de trabajo…), vecinos… Todavía tenemos tiempo. No esperemos al final.
Han oído que se dijo: no cometerás adulterio, pero yo les digo…
Sabe Jesús que las buenas o malas obras son expresión de los pensamientos y deseos interiores. Por tanto, la bondad y maldad no está sólo en lo exterior, sino en la mente y el corazón. “¡Felices los limpios de corazón!”. Hoy nos recuerda que también es pecado de adulterio mirar a una mujer casada (o a un hombre) con malos deseos. La batalla contra el pecado se gana en el propio interior: en la lucha contra los malos pensamientos y deseos. He leído, atribuida a Gandhi, la siguiente sentencia: “Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras. Cuida tus palabras porque se volverán actos. Cuida tus actos porque se harán hábitos. Cuida tus hábitos porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter porque forjará tu destino”.
A veces es necesario tomar decisiones radicales. Para que no avance una enfermedad se extirpa el órgano dañado y parte del sano. Para prevenir una recaída se impone una dieta severa… Así debe hacerse también para evitar el pecado, enfermedad encaminada a la muerte espiritual: “si tu ojo te hace caer, sácatelo…, si tu mano es ocasión de pecado, córtatela…”. Es decir, toma decisiones radicales para evitarlo: cambia de trabajo, rompe con esa “amistad”, deja esa novia, salte del partido, no tengas internet en tu pieza, regala esas joyas…
También se dijo: el que se divorcia…, pero yo les digo…
Jesús devuelve al matrimonio su indisolubilidad original. ¿Es qué Jesús quiere hacer más difícil la convivencia conyugal y la vida de familia? Todo lo contrario. Las decisiones de por vida, cuando deben realizarse, son al mismo tiempo un signo de madurez y una ayuda para conseguirla. El ser humano avanza hacia su madurez sabiendo elegir y todo elección implica renuncia; querer reservarse las posibilidades que se descartaron, en proyectos de vida como la familia, además de signo de inmadurez, significa estar ya minando de raíz el proyecto que se emprende, pues ya no se realiza con todas las fuerzas. La posibilidad del divorcio civil puede solucionar un problema, pero origina cinco más; hay muchos estudios que lo demuestran.
Han oído que se dijo: no jurarás en falso, pero yo les digo…
El discípulo de Jesús, que dijo “yo soy la verdad”, puede ser también veraz. La veracidad es la capacidad de decir la verdad. A una persona veraz se la cree, no necesita andar haciendo juramentos por Dios o por sus hijos o su madre. Le basta decir sí o no. El discípulo de Jesús es persona de palabra, es fiable y confiable. Y a las personas mendaces –mentirosas- ni aunque juren una y otra vez se las cree. Personas así se buscan problemas, pierden su trabajo, ponen en peligro su matrimonio, complican las vidas de los demás y, como en aquel cuento del pastorcito mentiroso que leíamos de niños, cuando alguna vez dicen la verdad nadie les hace caso.
Padre Jesús Hermosilla

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