Homilia Padre Jesús Hermosilla - I Domingo de Cuaresma
DOMINGO I DE CUARESMA Ciclo A
Otra vez la Cuaresma
Un año más empezamos la Cuaresma, el tiempo litúrgico que nos conduce a la Vigilia Pascual y a la celebración de los cincuenta días del tiempo pascual. El ciclo completo va a ser tres meses intensos que concluirán con una nueva efusión del Espíritu Santo. La cuaresma es la preparación a la Semana Santa y Triduo pascual. Lo realmente interesante de la cuaresma es que es un tiempo donde Dios nos da más oportunidades, un tiempo durante el cual es más fácil la conversión.
Desde sus orígenes, la cuaresma ha tenido un doble o triple objetivo: acompañar a los catecúmenos, es decir, a quienes se preparan para el bautismo, en su última etapa, la más intensa, y acompañar también a los pecadores en su camino de retorno a Dios y a la Iglesia, mediante la oración, la limosna y el ayuno. Estos serían los dos objetivos principales. Pero para los ya bautizados y teniendo en cuenta que todos somos pecadores, la cuaresma es tiempo de renovación bautismal y de conversión. Es el tercer objetivo.
Precisamente el Papa Benedicto XVI, en el Mensaje para este año, desarrolla el aspecto o dimensión bautismal de la cuaresma. El ciclo litúrgico actual, llamado A por ser el primero, tiene, en las lecturas de la Misa dominical, este matiz bautismal, como tendremos ocasión de comprobar a partir del domingo tercero. Los dos primeros domingos escuchamos todos los años las escenas evangélicas de las tentaciones de Jesús en el desierto y de su transfiguración en la montaña.
La cuaresma es un retiro de cuarenta días. Un tiempo en el que, desde la realidad concreta en que a cada uno nos toca vivir, habremos de buscar vivir en desierto, hacer desierto, como ambiente para el retiro. Ayuda mucho el ambiente exterior, sobre todo propiciar el silencio, buscar los fines de semana lugares de oración, participar en retiros. Ayuda mucho la penitencia exterior: ayunar (de alimentos, de medios de comunicación –tv-, de diversiones…), austeridad en el vestido, en el cuidado externo, no evitar los trabajos duros o ciertas incomodidades (viajar en transporte público, caminar…). Ayuda mucho la oración y lectura de la palabra de Dios: buscar algún templo para orar, leer la Palabra o simplemente estar en silencio ante el Señor… Y todo ello para conseguir la conversión interior, la transformación del corazón. Haz todo lo posible por crearte un ambiente de retiro y no tardarás en ver los resultados.
De frente a la tentación y el pecado
Este primer domingo de cuaresma nos pone de frente a nuestra condición de pecadores y de seres tentados hacia el mal. Somos de barro, muy frágiles, aunque sea un barro habitado por el soplo de Dios. Si a partir de este domingo quedásemos plenamente convencidos de esto ya sería una gracia importante. Porque la tendencia es a vernos buenos (“yo no hago mal a nadie”) o a lo sumo con algunos pecadillos sin importancia y a considerarnos lo suficientemente fuertes para ponernos delante de miles de situaciones como si estuviéramos inmunizados contra todo peligro espiritual y nada nos afectara. Luego vienen los golpes…
De nuevo volvemos a escuchar el relato de la tentación a Adán y Eva y su pecado. También Jesucristo fue tentado, pero no pecó. Al pecado precede la tentación: la fascinación por el mal. La serpiente se acerca a Eva con engaño: “así que Dios less ha prohibido comer de todos los árboles…” Siempre hay en la tentación un espejismo, un engaño: el mal se nos presenta bajo apariencia de bien. La gran tentación, como la de Adán y Eva, es la de querer ser como Dios. Hoy cada uno quiere ser un pequeño dios y hacer lo que le venga en gana con su propia vida. El ser humano busca ser como Dios pero sin Dios y ¿qué sucede? Que se queda, por supuesto, sin ser dios y se convierte en infrahumano, pierde su integridad humana, se degrada. La desobediencia a Dios nos despoja incluso de una humanidad íntegramente buena. Sólo la obediencia a Dios nos hace dioses, es decir, nos hace participar de la naturaleza divina de Aquel que por nosotros tomó nuestra naturaleza humana. Probar la tentación nos deja desnudos, nos quita la vestidura bautismal del revestimiento de Cristo. Nos hace probar la muerte, porque el pecado únicamente trae muerte. Digo “probar” porque Dios es tan bueno que ha reservado la muerte definitiva para el más allá, aquí, aunque la hayamos probado, tenemos todavía la posibilidad de salir de ella.
Misericordia, Señor, hemos pecado
Son palabras del salmo 50, que puede acompañarnos a lo largo de toda la cuaresma. Es el salmo penitencial por excelencia. En él hallamos descrita nuestra condición de pecadores y las palabras oportunas para dirigirnos a Dios pidiéndole el perdón y un corazón nuevo.
San Pablo nos recuerda que no sólo pecó Adán. Adán es el prototipo de todo pecador. Todos hemos pecado. Por un solo hombre entró en el mundo el pecado y la muerte, pero ambos, pecado y muerte, se han extendido a todos. El pecado inexorablemente conduce a la muerte eterna. Pero también por un solo hombre, Jesucristo, ha llegado al mundo el perdón y la vida. Por Cristo podemos obtener sobreabundancia de vida.
Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio
La cuaresma es tiempo de lucha. Aunque estemos ya en la gracia de Cristo, nos vemos continuamente tentados. Jesús quiso soportar también la tentación. Los evangelios resumen en tres las tentaciones que hubo de soportar. Pero la cosa no quedó ahí, pues Jesús fue tentado en otras ocasiones, especialmente en el momento de la pasión, incluso estando en la cruz cuando le decían “si eres Hijo de Dios baja de la cruz y creeremos en ti”, tentación muy parecida a la segunda que escuchamos este domingo: “si eres Hijo de Dios échate abajo y los ángeles te recogerán en sus manos”. En la victoria de Jesús tenemos también la nuestra. Si nos dejamos conducir durante esta cuaresma por el Espíritu Santo, también nosotros venceremos y saldremos fortalecidos.
Jesús vence tomando como arma la Palabra de Dios con la que responde siempre al demonio. No es que la palabra de Dios sea algo mágico que, con sólo pronunciarla, surta efecto. Lo que quiere indicar el evangelio es que Jesús, en el desierto, además de ayunar, medita la Palabra, ora con la Palabra, con la Ley y los Profetas, tiene asimilada la Palabra y esa Palabra interiorizada y llevada a la práctica es escudo y espada que lo hace imbatible.
En las dos primeras tentaciones, el demonio toca lo que hoy llamamos la “autoestima” de Jesús: “si eres Hijo de Dios…”, como diciéndole: “demuéstrate a ti mismo que eres el Hijo de Dios” (1ª. tentación) y demuéstralo a los demás (2ª. tentación), autoafírmate… En toda tentación hay siempre este ingrediente: demuéstrate a ti mismo quién eres, que tú vales… o que tú tienes derecho a “ser feliz”, al placer…, demuéstraselo a los demás, que vean quién eres… Y en la tercera: demuéstralo con tu poderío (económico, profesional, prestigio, aspecto físico, seductor…) aunque para eso tengas que postrarte ante Satanás o sus aliados…
El antídoto contra estas tentaciones está en la Palabra (“no sólo de pan vive el hombre”), la humildad y el temor de Dios (“no tentarás al Señor tu Dios”) y la adoración y la obediencia (“al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás”). Concluye el evangelio diciendo que cuando dejó a Jesús el diablo “se acercaron los ángeles para servirle”. Cuando renunciamos a la autoafirmación, a la autosuficiencia y al autopoderío, para servir, obedecer y adorar a Dios, Él envía a los ángeles para que nos sirvan. No necesariamente han de ser ángeles invisibles con alas, seguramente tendrán pies y manos. Pero serán ángeles enviados por Dios.
Padre Jesús Hermosilla
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