Miércoles de Ceniza - Padre Jesús Hermosilla
Miércoles de ceniza
“Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2ª lectura)
Iniciamos hoy un tiempo que nos llevará hasta Pentecostés. Porque la Cuaresma nos prepara a vivir bien la Semana Santa, el Triduo Pascual y todo el tiempo de Pascua. Pentecostés será la cosecha, Cuaresma es empezar a preparar la tierra, arándola, despedregándola, abonándola. Por eso la Cuaresma es tiempo favorable, es decir, tiempo de gracia, y día de salvación. Aunque la cosecha mejor se reciba en Pentecostés, la salvación empieza el miércoles de ceniza.
El espíritu de la Cuaresma consiste en vivir estos cuarenta días como un gran retiro, en memoria de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, orando, ayunando y peleando con Satanás. En el trasfondo están también los cuarenta años del pueblo hebreo por el desierto, los cuarenta días de Moisés en el monte Sinaí, los cuarenta días de Elías caminando por el desierto hasta el monte de Dios. Nos unimos a esos grandes orantes y penitentes. Cuando uno va de retiro deja a un lado otras actividades y diversiones y busca la oración, la lectura de la Palabra, el silencio… pues así debería ser la Cuaresma; no podemos dejar el trabajo, las tareas del hogar ni algunas relaciones sociales, pero sí podemos dejar otras muchas cosas que hacemos habitualmente para poder así crear un ambiente de “retiro” en la propia vida, incluso en el propio hogar, un ambiente donde sea fácil el silencio, la lectura de la Palabra, el ayuno, que disponen a la misericordia y el amor.
“Conviértanse a mí de todo corazón” (1ª lectura)
Así empieza la primera lectura, con un llamado a la conversión. Pero ¿qué significa convertirse? Convertirse es mirar al Señor. Dejar de tener fija la mirada del corazón, e incluso de los ojos, en otras cosas, personas, aspiraciones…, para ponerla en el Señor. No es dejar de mirar, sino mirar bien, mirar en la dirección adecuada, mirar a Cristo: su persona, su palabra, sus proyectos.
“Rasguen los corazones…”. Conversión del corazón, en lo interior (actitudes, intenciones, afectos desordenados, deseos naturales no integrados en el proyecto de Dios…). La imagen de rasgar, desgarro, sugiere cierta violencia, sufrimiento sensible, al menos psicológico. La conversión normalmente, a no ser que el Señor aplique alguna “anestesia”, va acompañada de sufrimientos psíquicos. Debo convencerme de esto y no esperar una conversión “incruenta” y de “paños calientes”. Los sacramentos actúan “ex opere operato”, y la Palabra es “viva y eficaz”, pero las repercusiones psicológicas del cambio operado pueden ser dolorosas; menos dolorosas serán si ha precedido un convencimiento firme: si la inteligencia y el razonamiento ha ido penetrando en la voluntad y sensibilidad, el cambio ontológico se percibirá después menos dolorosamente; las repercusiones psíquicas dolorosas de la conversión durarán hasta que el psiquismo y la sensibilidad se vayan adaptando a la nueva manera (convertida) de ser. También el dolor puede quedar menguado o anulado si la conversión va acompañada de un goce espiritual intenso; pero no siempre sucede.
“No para ser vistos por los hombres, sino por Dios…Él te recompensará” (evangelio)
La Iglesia abre la cuaresma con este evangelio para indicarnos que éste es tiempo de oración, de limosna y ayuno. Pero no para practicarlos con los criterios de los hombres, no en la medida y forma que esperan los hombres. No para quedar bien ante los hombres y en aquello en que pueda quedar bien ante ellos. La cuaresma hay que vivirla desde Dios y no, en principio, desde las expectativas de los hombres. Con otras palabras: el criterio de practicar la oración (tiempo, modo…), la limosna y el ayuno, no han de ser los hombres sino Dios; no de acuerdo a lo que los demás esperan de mí, no de acuerdo a lo que agrada a los demás, no de acuerdo a como piensen los demás…, sino como Dios quiera concederme. Tampoco, por supuesto, el criterio ha de ser mi gusto personal: no para ser visto por mí mismo (autocomplacencia…) sino por Dios.
Padre Jesús Hermosilla
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