La llamada vocacional
Tanto
en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, descubrimos que en el origen de cada
vocación auténtica está el Señor que elige y que invita a seguirle
personalmente. Aunque lo hace de modos muy diversos, lo que está claro es que
quien llama es Él. Éste es el sentido más profundo de la palabra vocación, que
significa “llamada”. En el Evangelio vemos cómo Cristo pasa junto a personas
normales y les llama: “Ven, sígueme”. Invita a seguirle a quienes luego serán
discípulos suyos. Fíjate cómo la iniciativa parte de Él, del Maestro, y por eso
la “llamada” o “vocación” no es una predisposición natural o una inclinación de
la persona solamente, sino ante todo se trata de un don de predilección. Por
ello este don de Dios para quienes lo recibimos no responde a méritos
especiales, sino que responde a una providencia, a un plan, que siempre ha
estado presente en la mente y en el corazón de Dios La llamada es para algo;
para hacer algo específico por Él y su Reino, se trata literalmente de cumplir
una misión. Dios quiere nuestra colaboración para construir su proyecto de
salvación. Por lo tanto, la llamada es a cooperar con Cristo en este mundo
para, de esta forma, realizar su redención. Cada llamada tiene una clave única;
es decir, tiene un tipo de contraseña y se desarrolla en un tiempo y en un
contexto determinado trazando así una historia personal constituida por
momentos determinados y cargados de significado.
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