HOMILÍA PADRE JESÚS HERMOSILLA - DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B
Lecturas:
Ex 16,2-4.12-15. Yo haré llover pan del cielo.
Sal 77. El Señor les dio un trigo celeste.
Ef 4, 17.20-24. Vestíos de la nueva condición humana,
creada a imagen de Dios.
Jn 6,24-35. El que viene a mí no pasará hambre y el que
cree en mí no pasará sed.
ATRAIDOS POR UN
PAN QUE SE COME CREYENDO
Tras la
multiplicación de los panes y los peces, Jesús se retira solo a la montaña y
urge a sus discípulos a que emprendan la travesía hacia Cafaranúm. Él los va a
alcanzar, durante la noche, caminando sobre el agua. Una vez llegados a la
ciudad, la gente extrañada le pregunta: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”,
pregunta a la que Jesús no responde sino que aprovecha para a reprocharles que
le buscan no por haber visto signos, sino porque se han saciado de pan.
En tiempos
pasados, cuando las cosechas y, en consecuencia, la alimentación para el año,
estaban a merced de los fenómenos atmosféricos, la gente acudía a las rogativas
para pedir a Dios la lluvia o que se alejaran las plagas y las tormentas; hoy
la mayoría ya no cree en eso; Jesús ya no ha de reprocharnos que acudamos a él
para saciarnos, hoy tiene motivos mucho más graves por qué recriminarnos. Y sin
embargo, damos la impresión de ser nosotros quienes tenemos razones para
quejarnos de él.
La comunidad de
los israelitas protestó en el desierto
Es verdad que
actualmente la mayoría de la gente ya no protesta -directa o explícitamente-
contra Dios, en quien no cree o de quien piensan, en todo caso, que no se mete
en las cosas terrenales, como la economía, la salud o la alimentación de los
hombres. Hoy se protesta contra los gobiernos o las grandes empresas e incluso
se hacen manifestaciones sin que se sepa bien contra quién protestan o qué
quieren, tal vez se trate de expresar un descontento personal que hay que
exteriorizar o del que hay que echar la culpa a alguien.
Los israelitas, a
quienes Dios había sacado de Egipto, pronto se olvidaron de los grandes
prodigios que había realizado con ellos y protestaron contra Moisés, aunque la
protesta, en último término, iba contra Dios. Se quejan de que no tienen qué
comer. ¿Cuáles son tus quejas contra Dios? Los israelitas iban atravesando el
desierto. Cuando atravesamos los desiertos de la vida (crisis, pruebas,
muertes, fracasos, aridez en la oración, falta de gusto espiritual…) es cuando
nos acecha la tentación de la rebeldía o la queja contra Dios.
Dios escuchó las
murmuraciones de los israelitas y les dio carne y pan. “Hizo llover sobre ellos
maná -afirma el salmo 77 que escuchamos como salmo responsorial-, les dio pan
del cielo. El hombre comió pan de ángeles”. Dios está siempre dispuesto a
escucharnos, dispuesto incluso a escuchar nuestras quejas y murmuraciones.
Dispuesto también a saciarnos de favores. Si los padres y madres de este mundo
procuran atender a sus hijos, “¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas
a los que le piden!”.
Trabajen no por
el alimento que perece, sino por el alimento que perdura dando vida eterna
A aquellas
gentes, que le seguían sobre todo porque se habían saciado de pan y pescado,
Jesús las invita y exhorta a trabajar por el alimento que perdura. No se trata
de un alimento procurado con el propio esfuerzo, sino que les va ser dado: el
alimento que les va a dar el Hijo del hombre. Y el trabajo que Dios quiere es
que crean en el que él ha enviado. El alimento que perdura y da vida eterna se
consigue mediante la fe en el Hijo de Dios.
Evidentemente,
Jesús no anula el mandato de trabajar con las propias manos para ganarse el pan
de cada día. Jesús no ignora que tenemos unas necesidades básicas que
satisfacer y cubrir. Sin embargo, nos recuerda que hay un alimento más
importante, el que no puede faltar, en cuya adquisición se debe poner un
interés superior. Nos adelanta que se trata de un alimento que da vida eterna.
Ya tendremos ocasión en próximos domingos de ocuparnos más ampliamente de qué
es la vida eterna (que no se puede reducir a la vida del más allá).
Esta exhortación
de Jesús a trabajar por el alimento que perdura y da vida eterna va dirigida no
sólo a cada persona individualmente sino a quienes tenemos a nuestro cargo
otras personas, como, por ejemplo, los padres y educadores, tutores y abuelos.
Hay padres de familia que creen cumplir con sus hijos porque no les faltan los
bienes materiales, y descuidan otros bienes, a la larga, más importantes. A lo
más procuran inculcarles ciertos valores humanos. Pero no tienen apenas interés
en poner los medios para que puedan recibir vida eterna.
Incluso la
catequesis (desde la de iniciación hasta la pre-bautismal y pre-matrimonial)
corre el riesgo de quedarse en impartir unos conocimientos religiosos y valores
humanos, sin llegar a conseguir suscitar en los catequizandos el deseo de
empeñarse en trabajar en serio por el alimento que perdura, ni ser capaz de
introducirlos en la vida de fe, en la oración y los sacramentos que la
procuran.
Dejen que el
Espíritu renueve su mentalidad
Empeñarnos en
procurar con más intensidad y entusiasmo el alimento que perdura, el pan de
Dios que baja del cielo y da vida al mundo, si hemos decaído en ello, pasa
necesariamente por la conversión. San Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos
recuerda que “Cristo nos ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el
hombre viejo corrompido por deseos de placer; a renovarnos en la mente y en el
espíritu”. Y nos exhorta: “dejen que el Espíritu renueve su mentalidad y
vístanse de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y
santidad verdaderas”.
Unos deseos sólo
pueden ser cambiados por otros si estos son más intensos. El afán desordenado
de bienes materiales y humanos no se cambia reprimiéndolo, sino dejándose
deslumbrar por otros bienes mejores y dejándose convencer dónde está la
verdadera riqueza, la verdadera vida, la vida eterna. Es entonces cuando el
deseo de esos bienes se enciende.
San Pablo nos
presenta esta conversión como obra del Espíritu: “dejen que el Espíritu renueve
su mentalidad”. Invoquemos al Espíritu Santo para que nos convenza de la
grandeza y belleza de Aquel que baja del mundo y da vida eterna, renovando así
nuestra mentalidad. Invoquemos al Espíritu para que, suscitando en nosotros
deseos intensos de Cristo, nos mueva a buscarlo, a trabajar por ese alimento, a
buscarlo mediante la fe. Invoquemos al Espíritu para que nos enseñe a orar con
sinceridad y esperanza: “Señor, danos siempre de ese pan”.
El que viene a mí
no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed
“Yo soy el pan de
vida. El que viene a mí… el que cree en mí…” Ese alimento que perdura dando
vida eterna –aclara Jesús- es él mismo. Hay que ir hacia él, es necesario creer
en él. Nos llama, pues, a ir hacia él y creer en él y nos promete no pasar ya
nunca hambre ni sed. Veamos un poco más detenidamente. Más adelante prometerá
darnos su propio cuerpo y su propia sangre como comida y bebida espirituales.
De momento, el pan de vida se refiere a él mismo, su misma persona, su amistad,
su amor. Este alimento no se ingiere por la boca sino por la fe.
“El que viene a
mí…” ¿Cómo ir hacia él? Más adelante -lo escucharemos el próximo domingo-
afirma que nadie puede ir a él si el Padre no lo trae. Se trata, pues, de ser
traídos, atraídos, de ser llevados. ¿Qué hacer entonces? No resistirse, dejarse
llevar por el Espíritu. ¿Cómo ir hacia él? Creyendo: “el que cree en mí”. Pero
“la fe viene por el oído” (Rm 10, 17), por la escucha. Por tanto, venir a él y
creer en él implica escuchar su Palabra y aceptarla, fiarse, confiar y darle el
asentimiento del entendimiento y la voluntad. Venir a él y creer en él implica
darse enteramente a él.
El “premio” por
venir a él y creer en él es ser saciados, no pasar hambre ni sed. El ser humano
no se sacia con cualquier cosa ni con cualquier ideal ni con cualquier persona.
Ha sido creado para la comunión con su Creador, con su Dios, que es Padre, Hijo
y Espíritu Santo, y sólo en ella alcanza su plenitud y felicidad. Muchos pasan
la vida buscando, comiendo y bebiendo en mesas y fuentes desacertadas (en
“aljibes agrietados” diría el profeta). Nosotros sabemos y creemos que sólo en
Él hay alimento de paz y vida eterna.
PADRE JESÚS HERMOSILLA
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