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HOMILÍA PADRE JESÚS HERMOSILLA - DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B





Lecturas:
1R 19,4-8. Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios.
Sal 33. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Ef 4,30. Vivid en el amor como Cristo.
Jn 6,41-51. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

LA VIDA ETERNA ¿SOLO UNA VIDA MÁS LARGA?
Las dudas en que se debaten los judíos respecto de Jesús (¿no es éste el hijo de José?, ¿no conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?) son, en cierto modo, una muestra o tipo de las dudas en que nos debatimos también nosotros a lo largo de la vida, de la lucha entre una mirada puramente humana de la realidad y una mirada a la luz de la fe. Ver a Jesucristo y su seguimiento, desde la fe, exige conversión. La escucha, durante estos domingos, del capítulo 6 del evangelio de san Juan, ha de llevarnos a crecer en conversión, en ese cambio de mentalidad respecto al modo de ver las realidades humanas y espirituales.
La crisis del profeta
Escuchamos, en la primera lectura de hoy, un momento importante y crítico en la vida del profeta Elías. Elías se ha enfrentado, él solo, a los profetas de ‘baal’ y los ha vencido. Ahora, perseguido por la reina, huye al desierto y, “al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte diciendo: -basta ya, Señor; quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres”. El profeta experimenta ahora su propia debilidad, pero todavía no se da cuenta de que su valentía anterior no procedía de sus fuerzas naturales sino de Dios y, por eso, se desanima y deprime. Esta lectura, sin embargo, en el contexto litúrgico de hoy, no quiere resaltar tanto la debilidad del profeta cuanto la grandeza del alimento que Dios le va a dar.
Tal vez ya hayas tenido experiencia, a lo largo de tu vida, de momentos de decaimiento y desánimo. A veces hablamos de estar deprimidos. La depresión, propiamente hablando, es una enfermedad que, en principio, no depende de la situación espiritual de la persona. Sin embargo, hay estados anímicos de decaimiento que sí tiene que ver con la situación espiritual, con el pecado y la esperanza (o más bien la falta de esperanza) y que, en determinados temperamentos, pueden mostrar síntomas cercanos a la depresión.
Sea como sea, todos nos vemos, de vez en cuando, más desanimados e incluso tentados de dejarlo todo (la Iglesia, el trabajo apostólico, la esposa, el ministerio, el trabajo actual…) Es en esos momentos cuando se nos cuelan los sentimientos y actitudes de amargura, ira, enfados e insultos que el apóstol Pablo nos exhorta hoy a desterrar (en la segunda lectura).
Dios no dejó solo al profeta. Elías fue despertado por un ángel e invitado a comer pan y beber de un jarro de agua. Y “con la fuerza de aquel alimento, caminó Elías cuarenta días y cuarenta noches”. En los momentos de decaimiento, de desánimo, de debilidad, de abatimiento, necesitamos ser levantados y fortalecidos. Dios está a nuestro lado. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege” (salmo 33). Dios está siempre dispuesto a sorprendernos con alimentos capaces de levantar el ánimo y hacernos caminar con decisión y energía. 
Su gracia nos viene por diversos caminos. A veces Dios se sirve de personas que nos brindan su ayuda y apoyo. Pero será siempre el alimento del Señor (oración, lectio divina, sacramentos…) el que nos nutra y fortalezca para seguir adelante. No bastan ayudas psicológicas, son insuficientes los recursos naturales, porque, en último término, “nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef 6, 12).
Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado
Las palabras de Jesús “el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”, hay que completarlas con estas: “nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre”. La reflexión teológica, ya desde tiempos de san Agustín (siglo IV), ha puesto de manifiesto que “todo es gracia”, que la fe es un don, que la primera iniciativa, el primer movimiento para buscarle y creer, siempre viene de Dios mismo. No vamos nosotros, somos traídos. Somos atraídos. Somos llevados por el Espíritu. Y sin embargo, no somos coaccionados. Es éste un gran misterio, que no nos interesa tanto debatir o comprender cuanto aceptar y vivir. Gracia y libertad juntas, aunque en sinergia o fuerza desigual.
¿Qué podemos hacer entonces? Desear, pedir y aceptar. Desde la mentalidad actual, hay personas que no admiten nada que no puedan comprobar con métodos experimentales o comprender mediante la razón. Ni aquéllos ni ésta nos van a llevar a Jesús. Si no estamos prejuiciados, ciertos datos históricos y reflexiones pueden disponernos, pero no ser causa de la fe o del encuentro con el Señor. A Jesús siempre somos llevados por el Padre. El Pan de la vida no se conquista con los propios talentos y esfuerzos ni es premio de nuestros méritos, sino don gratuito del Padre. Sí podemos desearlo, pedirlo, aceptarlo. Sí podemos dejarnos llevar hacia él, libremente, en sinergia con su gracia.
El que cree tiene vida eterna
La fe en Jesús nos da la vida eterna. Jesús es el pan de Dios que da vida al mundo y este pan se come a través de la fe. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Pero ¿qué clase de vida es ésta?, ¿qué es la vida eterna? ¿Se trata simplemente de una súper-vida natural? Por influjo de ciertas filosofías, se ha querido reducir la vida eterna a vida natural, simple vida humana “vitalizada”, donde la diferencia no sería cualitativa sino solamente de cantidad o calidad (una vida más excelente, pero puramente humana, o más larga, que perduraría más allá del tiempo).
Con ello, la distinción tradicional entre naturaleza y gracia, vida natural y vida sobrenatural, quedaría simplemente anulada. Vida humana (natural) y vida eterna (sobrenatural) no pueden identificarse: la vida eterna es vida divina en su más estricto sentido, es vida en “el Espíritu”, vida nueva. Ahora bien, tampoco pueden separarse.
“Las dos vidas suscitadas por el Espíritu -la natural y la sobrenatural-, ha escrito el P. Cantalamessa, no se tienen que separar y mucho menos contraponer entre sí, pero tampoco se han de confundir y reducir a una única vida (…) Negar la radical “novedad” de la vida del Espíritu, significaría quitar toda relevancia al evento Jesucristo” (El Canto del Espíritu, Madrid 1999, 116).
La distinción y no separación es lo que garantiza, en último término, la dignidad y valor de la vida de toda persona humana, especialmente de aquellas de quienes se dice que ya no tienen “calidad de vida”, la vida débil y amenazada. Si toda vida humana es digna de vivirse y respetarse, la razón última es que pertenece a un ser que tiene o está llamado a tener vida eterna, vida sobrenatural, vida divina.
La vida natural la hemos recibido sin nuestro consentimiento (nadie ha decidido nacer o no), mientras que la vida eterna es fruto de un acto personal de fe. Por eso insiste Jesús en que para tener vida es necesario creer en él. Y en cierto modo, según sea la vitalidad de nuestra fe, así será la vitalidad de nuestra vida eterna. También la vida eterna, al igual que la vida humana, puede gozar de vitalidad y buena salud o, por el contrario, estar debilitada, enferma y en riesgo de muerte. La buena noticia de Jesús de que quien cree tiene vida eterna es, al mismo tiempo, un llamado a valorar, conservar y hacer crecer esa vida.
La vida eterna es conocimiento y comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). La vida eterna es participación en el amor de Dios, en el amor mismo que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La vida eterna es el tesoro por el que merece la pena perderlo todo.
“Yo soy camino inviolable, verdad infalible, vida interminable. Yo soy camino muy derecho, verdad suma, vida verdadera, vida bienaventurada, vida increada. Si permanecieres en mi camino, conocerás la verdad, y la verdad te librará y alcanzarás la vida eterna” (Imitación de Cristo, III, 56, 1). ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?

                                                             PADRE JESÚS HERMOSILLA

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