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Homilía de Padre Jesús Hermosilla - Domingo XV del Tiempo Ordinario Ciclo A


Jesús, el sembrador y la palabra sembrada
Durante los próximos domingos, vamos a escuchar a Jesús predicando el reino de Dios en parábolas. Hoy la llamada parábola del sembrador. Jesús habla del reino con ejemplos tomados de la vida cotidiana de su tiempo, sobre todo la vida del campo. Desde niño había observado a los campesinos sembrar sus tierras, a los pastores guardar sus rebaños, a las mujeres amasar el pan,  a los pescadores seleccionar los peces; había visto crecer juntos el trigo y la cizaña, había observado la desproporción tan grande entre la semilla de mostaza y el arbusto crecido y seguramente escuchó o fue testigo del descubrimiento de tesoros escondidos entre las ruinas o en los campos. Y todo ello le sirve para anunciar el reino de Dios.
¿Por qué les hablas en parábolas?
Pero estos ejemplos al mismo tiempo desvelan y velan. A quien ya está en sintonía con el reino le dan luz, a quien no le interesa mucho el reino no le dicen nada. Por eso a la pregunta de los discípulos responde Jesús: “a ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Les hablo en parábolas porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden”. No es que las cosas tengan que ser así. En la raíz de este no entender hay una actitud culpable: “este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón, porque no quieren convertirse ni que yo lo salve”.
Cuando no entendemos la palabra, cuando el evangelio “no nos dice nada”, es momento de preguntarnos si no será que en realidad no queremos convertirnos. Es momento no tanto de buscar comentarios o explicaciones sino de examinar nuestro corazón: en qué y por qué está endurecido, qué es lo que no queremos ver ni oír. Conscientemente al principio e inconscientemente ya después, hay aspectos del evangelio, de la doctrina de la Iglesia, que los vamos rechazando, de eso ni siquiera queremos cuestionarnos; hay realidades cercanas a nosotros que no queremos ver (las vemos con los ojos pero no nos permitimos hablar y reflexionar sobre ellas y lo que nos afectan).
Las situaciones sociales y sus causas son todas complejas y, por eso, no se pueden explicar de una manera simple. El secularismo, el laicismo, la ignorancia religiosa, la ética totalmente relativista que sigue mucha gente, el desinterés por conocer y seguir a Jesucristo, el rechazo visceral de la Iglesia… son fenómenos complejos y que, en cada persona que se ve afectada por ellos, tienen un conjunto complejo de causas. Sin embargo, un componente notable y radical es el endurecimiento del corazón, al que se ha llegado por el rechazo bastante consciente y libre de muchas gracias de Dios. Tanta insensatez y falta de sentido común como se ve no puede proceder simplemente del contagio sociológico. Como a sus propios contemporáneos, también a los nuestros –y a nosotros en algunos aspectos- Jesús les dice: “este pueblo ha endurecido su corazón, no quieren convertirse ni que yo los salve”.
Una vez salió un sembrador a sembrar
Con todo, Jesús sigue sembrando por el mundo su palabra. Algunos pretenden reducir esta palabra al contenido textual de los Libros Sagrados. Eso sería lo que Jesús dice hoy al mundo y nada más. Pero Jesús mismo les dijo a los apóstoles “el que a ustedes escucha a mí me escucha” y prometió enviar el Espíritu Santo para que les recordara todo lo que él había dicho y les condujera a la verdad completa. Por eso, nosotros creemos que Jesús habla hoy desde la barca de Pedro que es su Iglesia. Las enseñanzas que la Iglesia presenta, por ejemplo, en su Catecismo de la iglesia católica, son también enseñanzas de Jesús hoy. Esto, para mucha gente, es inaceptable. Pero es así y no podemos dejar de decirlo o, de lo contrario, reduciríamos el mensaje del mismo Cristo.
La semilla puede caer –dice Jesús- en diversos terrenos: en el camino, en terreno pedregoso, entre espinos y en tierra buena. En el primero, la semilla no produce nada, ni siquiera llega a germinar. En el segundo y tercero produce poco: germina pero no madura. Sólo en el cuarto da fruto. Estos cuatro terrenos corresponden a cuatro actitudes o situaciones existenciales que pueden darse en diversas personas o en la misma persona. No necesitan mucha explicación porque Jesús mismo nos la da.
Las palabras citadas más arriba respecto a la dureza de corazón podrían servir para la primera actitud; también Jesús dice que el camino son quienes oyen la palabra pero no la entienden; hay que suponer que no se trata de un no entendimiento intelectual sino de un no querer entender, es decir, no querer aceptar esa palabra porque choca con el propio modo de pensar. El segundo terreno o segunda actitud es la superficialidad, una aceptación poco profunda o convencida, incapaz de superar cualquier dificultad o sufrimiento que venga del exterior. En el tercero, no llega a madurar la semilla ya germinada por obstáculos internos: preocupaciones y apegos, sobre todo el apego a la comodidad, a los bienes que traen poder y placeres.
Así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad
Cuando se dan las debidas condiciones, es decir, cuando no se pone obstáculos, la palabra produce fruto. Jesús dice que esto se da en quienes la oyen y la entienden. Al igual que hemos dicho antes, este entendimiento de la palabra no es un puro entendimiento intelectual, sino una aceptación incondicional. Entonces se produce fruto, porque la semilla por sí misma tiene la capacidad de germinar y crecer hasta madurar.
Esta eficacia germinativa y de desarrollo de la palabra la pone más de manifiesto el texto del libro de Isaías que escuchamos en la primera lectura. Afirma este bello pasaje que, al igual que el agua de la lluvia y la nieve no regresan de nuevo al cielo sin antes haber empapado la tierra para que puedan germinar las plantas, así la palabra que sale de la boca de Dios no volverá a él sin resultado, sino que hará su voluntad y cumplirá su misión.
Donde estas palabras tienen su total cumplimiento es en el propio Jesús. Él es el Verbo, la Palabra, que  bajó del cielo y, después de haber realizado plenamente la voluntad de Dios y cumplir su misión, ha vuelto al Padre. Más aún, puesto que se ha quedado con nosotros hasta el fin del mundo, es Palabra sembrada, Palabra dispuesta a sembrarse en cada generación, en cada ser humano que viene a este mundo, para que cada persona pueda producir frutos de vida eterna. El es grano de trigo dispuesto a morir para dar fruto abundante. El se siembra en quienes le acogen, para hacer de ellos otros cristos capaces de hacer las obras que Él hizo y aun mayores.
Dichosos ustedes porque sus ojos ven y sus oídos oyen
Dichosos nosotros que entendemos, al menos un poco, los misterios del reino. Dichosos nosotros que vemos a Jesús y le oímos todos los días. Muchos reyes y profetas desearon ver y oír lo que nosotros vemos y oímos y no lo vieron ni oyeron. A veces se encuentra uno con gente que quisiera ver y oír con los ojos y oídos de la fe y no pueden, al menos de momento. Suele decirse que lo que uno tiene sólo empieza a valorarlo cuando lo pierde. Deberíamos valorar mucho más y ser mucho más agradecidos por “ver y oír”. Será además un modo de acrecentar los frutos de la palabra y la dicha consecuente, pues “al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia, pero, al que tiene poco, aun ese poco se le quitará”.
Padre Jesús Hermosilla

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