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Homilía del Padre Jesús Hermosilla - DOMINGO XXIX DEL Tiempo Ordinario ciclo A


Domingo 16 de octubre de 2011
POR DELANTE EL ELOGIO Y POR DETRÁS LA TRAMPA
Dejamos la sección de las parábolas del reino y escuchamos este domingo el célebre pasaje sobre el tributo al césar. El evangelista abre el relato indicándonos las malas intenciones con que se acercan a Jesús aquellos hombres: “se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo”. Para ocultar estas intenciones y dejar en cierto modo desarmado o desprevenido a Jesús, comienzan por elogiarlo. Por delante van con el abrazo, para después asestarle por la espalda la puñalada.
Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios
¿Estaban convencidos los fariseos de lo que elogian en Jesús o lo hacen hipócritamente? No sabemos. Pero vamos a ver esos elogios, porque lo que dicen es cierto y veamos también en qué medida nosotros participamos de esas actitudes de Jesús. Lo primero que aquellos hombres afirman de Jesús es que es sincero. Jesús ciertamente era sincero, hablaba “claro y raspado”, sin hipocresías. Jesús era limpio de corazón y de sus labios brotaban palabras sinceras, puras, palabras, además, de vida eterna. A Jesús no le gustan las verdades a medias ni las apariencias, ni por supuesto la mentira. Fue sincero no sólo con sus palabras, sino con sus hechos ¿Y a ti? ¿En qué medida se puede decir que eres una persona sincera y veraz?
Jesús, por ser sincero, enseña con verdad el camino de Dios. ¿Qué enseñamos nosotros, predicadores, catequistas, evangelizadores, padres y madres? Demos por supuesto – y tal vez sea demasiado suponer- que no enseñamos errores doctrinales ni morales, pero ¿no enseñamos muchas veces nuestras propias opiniones? ¿No pretendemos que todo el mundo entre por los caminos (movimientos, grupos, líneas…) que a nosotros nos gustan? ¿No presentamos caminos humanos –la puerta ancha- en vez de los caminos de Dios –la puerta angosta-? ¿No dejamos caer verdades a medias que dejan confusos y desorientados a nuestros oyentes? ¿No rebajamos el radicalismo evangélico hasta el punto de que ya no es verdaderamente el camino de Dios sino otro?
Un tercer elogio es que a Jesús nada le arredra. Jesús no tiene miedo. Nada se le pone por delante. Habla y actúa con libertad. Es bueno que contemplemos tantos pasajes evangélicos en que Jesús, ya desde los doce años, cuando se queda en Jerusalén sin saberlo sus padres hasta cuando está ante el sanedrín y ante Pilato, aparece plenamente libre, con una libertad interior admirable. De esto tienen experiencia aquellos fariseos que se le han acercado. Han visto cómo Jesús deja que se le acerquen los pecadores, algo que estaba mal visto, le han oído perdonar pecados, atribuyéndose algo exclusivo de Dios, le han visto tocar leprosos, sin miedo a quedar impuro, y curar en sábado convencido de obrar bien, le han escuchado llamar a Dios “padre” y han recibido de él “insultos” que eran verdad: “hipócritas, sepulcros blanqueados”. Están convencidos de que nada le arredra y esperan que, tal vez ahora, se atreva a decir algo que le comprometa.
Y la razón de que nada le arredra es –reconocen aquellos hombres- porque no busca el favor de nadie. Únicamente buscaba el favor de su Padre, agradarle a él, hacer su obra que era la salvación de todo ser humano. A los doce años no buscó la aprobación de sus padres ni evitó el justo reproche de su madre “hijo ¿por qué nos has tratado así?”. Cuando muchos de sus discípulos se van y los doce parecen estar pensándoselo, él mismo les facilita sincerarse: “¿también ustedes quieren irse?”. No buscó el favor de ningún hombre: ni de los ricos ni de los pobres, ni del pueblo ni de los dirigentes. Por eso era un hombre libre. Pensemos nosotros del favor de cuántas personas dependemos. Es difícil hablar y actuar sin apoyo social, al menos de los cercanos, los amigos, los hermanos de comunidad, los superiores…
Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios
Y después del elogio, dejan caer la pregunta capciosa: “maestro, dinos, pues, qué piensas: ¿es lícito o no pagar el tributo al césar?”. Si dice no, se pone contra los romanos y podía ser tomado como subversivo o revolucionario. Si dice sí, se pone contra los judíos, que consideraban el tributo injusto y la moneda blasfema por las pretensiones de culto divino que reclamaba el emperador.
Antes de pasar a ver la respuesta de Jesús y las implicaciones tan importantes que tiene para la ética social, observemos la maldad de estos fariseos, oficialmente muy religiosos, y qué tenemos en común con ellos. No parece que les interesaba mucho ni el tema en sí, es decir, si había que pagar el impuesto, pues para ellos era totalmente injusto, ni la opinión de Jesús, porque no iban dispuestos a ser sus discípulos y seguirla; les interesa únicamente coger a Jesús en un error que le pueda complicar la vida. Así actúan, por ejemplo, muchos periodistas, a quienes no les interesa tanto el tema sobre el que preguntan cuanto el sensacionalismo y el eco que la respuesta pueda tener. ¿No obramos también nosotros así? A veces no preguntamos por conocer, pues ya tenemos nuestra propia opinión “dogmáticamente” fijada, sino dejar al otro en evidencia, sacarle unas palabras que lo puedan comprometer o de las que después nosotros podamos hacer amplia crítica.
A Jesús le han dicho que es sincero y lo demuestra. Primero los desenmascara: “hipócritas, ¿Por qué tratan de sorprenderme?”. Después les da la respuesta: “den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.  Respuesta de todos conocida y, a veces, usada o interpretada por cada uno a su manera y en provecho propio. Muchos políticos y gobernantes la usan para reclamar total autonomía en su actividad y llamar la atención al papa o a los obispos cuando, según ellos, “se meten en política”. Para algunos cristianos que no les gusta el compromiso en el mundo, la respuesta de Jesús sería la coartada para dedicarse tranquilamente a “lo espiritual”, a “actividades intraeclesiales”, a “tareas parroquiales” y dejar que otros actúen en la política, la economía, el mundo de la cultura y las comunicaciones.
Jesús establece, es verdad, dos ámbitos diferentes incluso en la vida de los cristianos: el sociopolítico y el eclesial, cada uno con su propia autonomía. A la autoridad civil se le debe el reconocimiento, la obediencia civil, el impuesto. Pero Dios está por encima de todo: sólo a él se le debe la adoración. La autoridad civil tiene cierta autonomía, pero no absoluta; también ella ha de someterse a Dios que es el único Soberano. Legítima autonomía de las autoridades civiles en su ámbito, pero Dios por encima de todo. Sólo Dios es bueno y sólo a Él corresponde indicar lo bueno y lo malo. En los tiempos que corren, son muchos los poderes mundanos que reclaman no sólo el impuesto sino la “adoración” o, al menos, la potestad para marcar las pautas éticas – más bien, poco éticas- de la sociedad e imponerlas a todos los ciudadanos.
El texto de Isaías que escuchamos en la primera lectura proclama esta soberanía de Dios. Dios es único y no hay otro. Es soberano del mundo. El gobierna a todas las naciones con justicia. El reina. Él es grande. Todos los pueblos han de reconocer su gloria y poder. Él actúa a través de los reyes de la tierra, concretamente a través de Ciro, rey de Persia. Lo llama “su ungido, a quien ha tomado de la mano para someter ante él a las naciones”. Llega a decirle: “te llamé por tu nombre y te di un título de honor, aunque tú no me conocieras. Te hago poderoso, aunque tú no me conoces, para que todos sepan, de oriente a occidente, que no hay otro Dios fuera de mí”. Nosotros sabemos que, después de su resurrección y ascensión, Jesús es el único Señor de la historia. El guía el decurso de la historia. De un modo misterioso, ciertamente. Los gobernantes sabios son los que aciertan a cooperar y sintonizar, aun tal vez sin darse cuenta, con los designios del Rey de reyes. Los pastores de la Iglesia prudentes y valientes saben ser profetas, anunciar y denunciar, proponer, orientar, guiar,  desde el respeto, el amor y sin buscar poderes de este mundo.


Pbro. Jesús Hermosilla

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