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Santa María Madre de Dios 1 de Enero 2011


Homilia Padre Jesús Hermosilla 
La Iglesia celebra, en este primer día del año civil, octava de navidad, la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Es la fiesta especial de María dentro de la navidad. Madre y virgen. La llamamos no sólo madre de Jesús o madre de Cristo, que lo es, sino Madre de Dios (theotocos) porque el niño que nació de ella es Dios. No se trata de simples palabras, detrás de esta expresión hay décadas de discusiones teológicas y hasta un concilio (Éfeso, año 431).
Por otra parte, desde el año 1968, celebramos también hoy la Jornada Mundial de la Paz. Dios quiere bendecir al mundo con el don de la paz (“que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz” 1ª. lectura). Dios ofrece, brinda, pero no impone. La paz la trae su Hijo, Príncipe de la paz. Acoger al Hijo es acoger la paz. Por eso, la paz del mundo exige el respeto a la libertad religiosa. Es el tema sobre el que el Papa invita a reflexionar a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, en el Mensaje que ha escrito para este día: “La libertad religiosa, camino para la paz”. Mensaje de plena actualidad, en estos tiempos de persecución de las minorías cristianas en países donde otras religiones, sobre todo el islam, son mayoría, y en países de tradición cristiana donde hoy se quiere imponer como pensamiento único un laicismo anticristiano y antirreligioso.
El Señor te bendiga y te proteja
Algunos países latinoamericanos han conservado la costumbre de pedir la bendición. La piden los hijos a los padres y a los padrinos, la piden todos a los sacerdotes. ¡Que Dios te bendiga! ¡Que el Señor y María Santísima te bendigan! No son palabras vacías, aunque pueden ser más o menos eficaces. La Iglesia, en este primer día del año civil, pronuncia en nombre de Dios una bendición especial sobre cada uno de los habitantes del mundo: “el Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz” (1ª. lectura).
A poco que reflexionemos, nos damos cuenta que la gran bendición de Dios es Jesús. Dándonos a su Hijo, el Padre nos ha bendecido maravillosamente. Con él nos lo ha dado todo. En Jesús resplandece el rostro amoroso del Padre sobre ti. En Cristo, Dios mira benevolentemente, con ojos humanos, a cada ser humano. Acogiendo a Cristo, recibimos la Palabra bendecidora de Dios. Creemos en Cristo, invocamos su nombre, y recibimos salvación y vida eterna. En Cristo, Dios Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. En Él ha derrochado su gracia abundantemente sobre nosotros. Déjate mirar por el Hijo y recibe el amor del Padre.
Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, a fin de hacernos hijos suyos
La gran bendición de Dios nos ha llegado a través de una mujer. A través de una virgen. A través de una madre. “Por la fecunda virginidad de María Dios ha dado al género humano la salvación” dice la oración colecta de la Misa de hoy. Esta maternidad y virginidad siguen siendo fecundas. Por ella seguimos recibiendo la vida eterna de su Hijo.  
Según san Pablo, en el texto de su carta a los gálatas que escuchamos en la segunda lectura, la finalidad del envío del Hijo es hacernos a nosotros hijos de Dios. Los santos padres se atrevieron a decir: “el Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres sean Dios”. Porque ser hijo de Dios es participar de la naturaleza divina, ser divinizados, sin dejar de ser humanos. Es tener a Dios por Padre, a Jesús por hermano, al Espíritu Santo como principio vital de la nueva personalidad que se nos da. Esto es la esencia del cristianismo. Si no se vive esto no se vive como cristiano. Ahí radica nuestra dignidad. Los derechos humanos se tambalean si no tienen como cimiento último esta realidad.
Contemplar al Verbo encarnado, tomar conciencia de lo que la Iglesia celebra en navidad, nos lleva a contemplar nuestra más profunda y auténtica personalidad. Estamos insertos en la Trinidad. Llamados a vivir en comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Quien no alcanza a vivir esto se frustra, no permite desarrollarse su identidad más real. ¡Tanta gente que se pasa la vida dando vueltas, ocupados en lo superficial o accesorio y olvidados de lo fundamental!
Si nos interesa hacer nuestro el refrán “año nuevo, vida nueva”, aquí tenemos el camino para realizarlo. Todo un proyecto personal de vida sugerente: tomar conciencia de quién soy y vivirlo. Este aspecto operativo, de acción personal, lo expresa san Pablo diciendo que el Hijo de Dios se hizo hombre “para rescatar a los que estábamos bajo la ley” y que “ya no eres esclavo, sino hijo”. La relación con Dios desde la ley, es decir, desde una concepción puramente ética o legalista de la vida, desde el imperativo de la obligación o el cumplimiento de normas, ha dejado paso a una relación de alianza personal, de amor filial. Hay que obedecer a Dios, por supuesto, en ello nos va la vida, pero no una obediencia servil sino filial.
Muchos hombres de hoy ni siquiera se relacionan con Dios desde la ley moral o pretenden vivir una relación con Él puramente subjetiva y sentimental. Han ido más allá de la ley buscando ser más libres, pero han terminado por ser esclavos de otras leyes, supersticiones, tecnologías o de sus propias convicciones subjetivas. Buscan ansiosamente relaciones humanas, pero suelen ser relaciones puramente “virtuales” que les dejan insatisfechos. Sólo la relación con Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu santo, da plenitud al hombre, le centra; desde ahí las demás relaciones tienen contenido y ocupan su justo lugar.
María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón
No sólo lo que decían los pastores. También lo que le dijo Simeón. Después, lo que decía su propio hijo… Fue una actitud de toda su vida. María concibió la Palabra, la llevó en su seno y la dio a luz. Luego, toda su vida, vivirá pendiente de lo que se decía de él y de lo que Él mismo decía. Desde Nazaret hasta el Calvario, todo lo guardaba en su corazón y lo meditaba. Así se iba haciendo más a imagen de Aquel que físicamente tenía la suya. Así fue pasando de madre a discípula y preparándose para una maternidad espiritual sobre toda la Iglesia. Ahora ella colabora con el Espíritu Santo para que la vida eterna siga llegando a los hombres y para que Cristo tome forma en cada uno.
Ella nos enseña a ser discípulos, de modo que podamos llegar a ser también “padre y madre” de otros hermanos. La maternidad de María no hace hijos “dependientes” sino libres, maduros, y fecundos. María nos acerca a su Hijo, nos centra en él; lógicamente, cuánto más centrados estemos en Cristo más cerca y más unidos estamos de María.
La escucha, la guarda en el corazón y la meditación no tiene sólo por objeto la Palabra de Dios en la Escritura, sino en los diversos “lugares” donde Dios nos habla: en la enseñanza del magisterio de la Iglesia, en la predicación de los pastores, en los grandes santos y escritos de espiritualidad, en la formación o el estudio de la teología, en los acontecimientos personales y del mundo, en los hombres que se cruzan en nuestro camino.
El papa Benedicto XVI publicó el 30 de septiembre de 2010 la Exhortación apostólica Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia. Leámosla a lo largo de este año. Y sobre todo, acojamos su consejo final: “Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida.” (VD 124). A ejemplo de María que es, dice el Papa, madre del Verbo y madre de la alegría, porque la alegría viene de la escucha y la puesta en práctica de la Palabra.

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