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Homilia Padre Jesús Hermosilla



Domingo VIII del Tiempo Ordinario ciclo A  

PARA QUE NO TE FALTE NADA DESPRÉNDETE DE TODO
Me ha llegado estos días otra versión de unas reflexiones atribuidas al Dalai Lama donde dice que “los hombres pierden la salud para ganar dinero y después pierden el dinero para recuperar la salud, por pensar ansiosamente en el futuro no disfrutan el presente, por lo que no viven ni el presente ni el futuro y viven como si no tuviesen que morir nunca y mueren como si nunca hubiesen vivido”. Van en sintonía con la Palabra de Dios de este domingo.
El Señor me ha abandonado…
Eso pensaban muchos judíos en tiempo del destierro. “El Señor me ha abandonado –decían-, el Señor me tiene en el olvido”. “El Señor no me escucha” -decimos nosotros-, “no siento a Dios por ningún lado”, “estoy perdiendo la fe”, “Dios me ha defraudado”… Y cuando se acepta que puede ser así uno busca cualquier otra solución: ir al brujo, cambiarse de religión, refugiarse en amores humanos, en proyectos puramente naturales (políticos, sociales, económicos), en el alcohol, la droga… según sea el propio temperamento. Sobre todo pone su confianza en el dinero.
Pero Dios no nos abandona. Normalmente una madre no se olvida de su criatura, del fruto de sus entrañas (aunque, desgraciadamente, cada vez es más frecuente esta desnaturalización), pues Dios mucho menos. “Yo nunca me olvidaré de ti, dice el Señor todopoderoso”. Eso sí, Dios nos quiere ver crecer. Dicen que, para algunos niños, el primer día de colegio o guardería es traumático, sienten un desgarro emocional, como si su madre o su padre los abandonara, al dejarlos allí encerrados con gente desconocida y alejarse sin compasión… (a la media hora va a llamar a ver cómo sigue su hijo). Así lo ve el niño. Así vemos también nosotros la supuesta lejanía y olvido de Dios. En realidad El está más pendiente.
Hombres de poca fe
Es el reproche de Jesús. La poca fe, sobre todo si viene después de etapas de fervor religioso, nos deja tibios, escépticos, apáticos… y muy inquietos y preocupados por miles de cosas. Jesús habla este domingo de la preocupación por el alimento y el vestido. Hoy nos preocupamos por miles de cosas, cuanto más avanza el progreso, cuantos más instrumentos tenemos, la vida resulta más cómoda, pero también crecen las fuentes de preocupación.
¿Qué cosas te preocupan? ¿la salud? ¿el trabajo? ¿la familia, los hijos? ¿el aspecto físico? ¿encontrar pareja? ¿el prestigio social? ¿el dinero y la situación económica? ¿tus estudios? ¿si podrás tomarte vacaciones? ¿el riesgo de salir embarazada? ¿no poder cambiar de carro?... Unas preocupaciones halan (tiran) de otras: la preocupación, por ejemplo, por el prestigio social me lleva a preocuparme por el aspecto físico, el vestido a la moda, el carro nuevo… y mucho más. Otro modo de conocer las propias preocupaciones es examinar los miedos: ¿a qué cosas tienes miedo? Muchos de esos miedos y desasosiegos tienen que ver con la mirada hacia el pasado o la anticipación del futuro. El pasado ya pasó y no puedo cambiarlo, puedo mirarlo de otro modo, aceptarlo y, en todo caso, atender a su influjo en el presente. El futuro no puedo predecirlo, entre otras cosas porque depende de muchos factores y mañana puede que yo ya no esté… Entonces ¿para qué agobiarse por él? Las preocupaciones siempre indican una mirada desordenada hacia el pasado o el futuro y, por supuesto, nos delatan los propios apegos y la debilidad de la fe.
Por eso, Jesús dice que los que no conocen a Dios se inquietan por esas cosas. ¿Tan poco conocemos a Dios? Vuelto al revés: quienes conocen de verdad a Dios no se preocupan por todo eso. Nos invita, pues, el Señor a no preocuparnos. Hay que ocuparse, pero no preocuparse. Ocuparse en el presente. Habrá que ocuparse en realizar proyectos personales, en ciertas tareas y trabajos, pero no preocuparse, inquietarse o desvivirse. Y, para no preocuparse, hay que conocer mejor a Dios, conocerle como verdadero Padre.
Miren la belleza de los lirios. Si Dios viste así a la hierba, ¿no hará mucho más por ustedes?
Jesús nos exhorta a mirar a Dios, a conocerle. Sus reproches y las recomendaciones a no preocuparnos se basan en el conocimiento que El tiene de su Padre Dios. El Dios que cuida de las aves, el Dios que viste a las flores del campo ¿no se va a ocupar de nosotros? “Si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?” El Padre celestial ya sabe cuáles son nuestras necesidades. Sabe cuáles son las cosas que en verdad necesitamos, porque hay muchísimas cosas que son supuestas necesidades (“es que hoy sin carro no se puede estar”… pues mire, señor, en el mundo hay millones y millones de personas que no tienen carro y están… “Es que hoy se necesita mucho dinero para educar a los hijos”… será para saturarlos de conocimientos y experiencias (el kárate, la natación, el ballet, el violín… que de casi todo se van a cansar), para educarlos se necesita poco, sobre todo, el amor y el buen ejemplo de usted). La sociedad de consumo ha creado y sigue creando necesidades y más necesidades por las que no deberíamos dejarnos atrapar.
Por tanto, hay que discernir las verdaderas necesidades y tener la firme confianza de que lo estrictamente necesario no nos va a faltar. Dios nos lo va a proporcionar, por supuesto con nuestra propia colaboración, pues también nos dio la misión de trabajar. Las palabras de Jesús son verdad, se cumplen, pero ¿tenemos suficiente fe? Dios es un Padre amoroso, cercano, mucho más solícito por sus hijos, es decir, por nosotros, que cualquier padre o madre terrenos.
El salmo nos exhorta a tener esa fe: “sólo en Dios he puesto mi confianza, porque de él vendrá el bien que espero. El es mi refugio y mi defensa, ya nada me inquietará”. Hagamos nuestra esta oración del salmista. “Sólo Dios es mi esperanza, mi confianza es el Señor: es mi baluarte y firmeza, es mi Dios y salvador… El es mi roca firme y mi refugio”. Escuchemos su exhortación: “Confía siempre en él, pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia”. Cambiemos las preocupaciones por confianza en Dios. Dejémoslas en sus manos. Es la llamada oración de abandono. Las preocupaciones llegan, sentirlas no es pecado, consentirlas sí. Cuando lleguen, oremos así: “Señor, en tus manos dejo esta preocupación, este problema… Confío en ti”.
Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia
Busquemos, ante todo y en todo, el reino de Dios y su justicia y “todas las demás cosas se nos darán por añadidura”. Jesús nos invita a poner como objetivo fundamental de la vida la búsqueda de su reino y su justicia, en definitiva, la santidad, como nos decía el domingo pasado (“sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”). Quienes así lo hacen experimentan continuamente la providencia de Dios, es decir, su cuidado amoroso, en lo grande y en lo pequeño. Y, cuando Dios parece no intervenir, tienen la suficiente fe para saber que Él está haciendo algo importante, tal vez más necesario: permite la enfermedad y realiza una sanación interior o una reconciliación familiar profunda, permite el agobio económico y enriquece con dones espirituales.
Cuando no se tiene esta fe, cuando Dios no es totalmente el Señor de la propia vida, se tiene la tentación de querer “servir a dos señores”: Dios y el dinero, pero eso dice Jesús que no se puede. Nosotros nos empeñamos en que se pueda. Y andamos divididos. Es como tener dos hombres o dos mujeres. Quien no tiene fe sabe que cuenta únicamente con sus propios recursos (inteligencia, esfuerzo, “palancas”, viveza…) Tarde o temprano se da cuenta de que todo eso tiene sus límites y no garantiza nada para después de la muerte. Buscando el Reino de Dios y su justicia, Dios nos garantiza lo necesario para este mundo y la felicidad de su Reino para toda la eternidad.

Padre Jesús Hermosilla

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