HOMILÍA DEL PADRE JESÚS HERMOSILLA - FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (07/01/18)
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Termina
el tiempo de Navidad. El primer gran ciclo del año litúrgico, adviento y
navidad, concluye este domingo 07 de enero con la Fiesta del Bautismo del
Señor. Mañana 08 de enero de 2018 empezamos al Tiempo Ordinario, de momento
hasta el 13 de febrero, el 14 será miércoles de ceniza. Buen día hoy para hacer
balance y preguntarte: “¿cómo he vivido este tiempo litúrgico?, ¿cómo estoy espiritualmente?, ¿ha sido
realmente tiempo de salvación o me he dejado llevar por tantas cosas que,
desgraciadamente, ahora estoy peor que antes de iniciar el adviento, cosa no
tan improbable?” Si así fuera, no te queda otra que hacer un acto profundo de
arrepentimiento, de contrición, y esperar que en este último día del tiempo de
navidad, Cristo te dé unas gracias extraordinarias que reparen las negligencias
y pecados cometidos durante las últimas semanas. Si no fuera así, para ti hoy
es el pentecostés navideño. Con Jesús acércate al Jordán para ser ungido por el
Espíritu.
Hiciste
descender tu voz para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre
nosotros (prefacio)
El
Bautismo de Cristo en el Jordán y los otros eventos relacionados con él, son
también epifanía. No sólo de Cristo, el Verbo, el Hijo, sino de toda la
Trinidad: del Padre y del Espíritu Santo. San Marcos hace un relato conciso,
telegráfico, pero muy elocuente: “Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de
Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio
rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz
del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. No parece interesarle mucho al
evangelista el hecho del bautismo sino lo que sucedió después.
Jesús
entra en el Jordán para ser bautizado por Juan, entra cargando con nuestros
pecados que ha asumido al hacerse hombre, para que allá queden sumergidos,
lavados, como profecía de su descenso al abismo de la muerte en la que expirará
por ellos. Por la encarnación se unió a todo hombre y ahora toda la humanidad
desciende también con él. “Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán –dice
san Pedro Crisólogo- para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua
que Cristo ha venido para esto: este es el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo”. En el bautismo de Jesús está ya presente la Pascua.
Apenas
salió del agua, vio rasgarse el cielo. El cielo, que estaba cerrado por la
soberbia y el pecado de Adán, empieza a abrirse gracias a la humillación de
Cristo, el nuevo Adán, y, desde el cielo, desciende el Espíritu como una
paloma. En la creación, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas y después
el diluvio una paloma le anunció a Noé que había llegado el momento de una
nueva creación y una nueva alianza. Ahora, con Cristo, comienza una nueva
creación y una alianza nueva, ya definitivas. Jesús es el Ungido, el Mesías. La
unción de Jesús en el bautismo está unida a su concepción por obra del Espíritu
Santo y a la vivificación de su cuerpo por el Espíritu en el momento de la
resurrección. Ungido por el Espíritu Santo, es quien va a bautizar con Espíritu
Santo. Nuestra salvación, como perdón del pecado y donación del Espíritu, está
ya activa en el bautismo de Jesús.
Y
se oyó una voz del cielo, la voz de Dios Padre. “Este es el testimonio de Dios,
un testimonio acerca de su Hijo”. El Padre, que está pronunciando su voz, su
Palabra, desde toda la eternidad, dando el ser, de su propia sustancia, al
Hijo, le habla ahora, en el tiempo; al Verbo encarnado le confirma en su
identidad: “Tú eres mi hijo amado, mi preferido”. Estas palabras recuerdan las
que dirige, en el Libro de Isaías, Dios mismo al pueblo presentando a su
Siervo: “miren a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, a quien prefiero”.
Jesús es su Hijo, pero ha venido en condición de Siervo y va a realizar su
misión como Siervo de Dios. San Juan nos recuerda en la segunda lectura: “Este
es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo” y tres son los testigos: “el
Espíritu, el agua y la sangre”. Es el Siervo que va a entregar su sangre en
rescate por todos.
En
el texto de Isaías que escuchamos este año, Dios afirma que su Palabra es como
la lluvia y la nieve, que no descienden a la tierra y vuelven a subir al cielo
sino después de haber realizado su voluntad y cumplido su encargo. Así será. El
Hijo amado y preferido, el Verbo, la Palabra del Padre va a comenzar su misión
pública y no hará otra cosa que llevar a cumplimiento la voluntad de su Padre,
ella será su alimento. Al final, podrá exclamar “todo está cumplido”.
Todo el que cree que Jesús es el
Cristo ha nacido de Dios
También
el Padre da hoy testimonio para nosotros, al igual que el Espíritu, el agua y
la sangre, de que ese hombre que acaba de salir del agua del Jordán es el
Ungido por el Espíritu, el Hijo de Dios, el Siervo del Señor, que carga con
nuestros pecados y nos bautiza con Espíritu Santo. ¿Y qué podemos hacer
nosotros para participar de su Unción? Escuchar y creer. “Inclinen el oído,
vengan a mí: escúchenme y vivirán” nos dice el Señor por medio de Isaías, en la
primera lectura de hoy.
En
días pasados escuchábamos que la Palabra se ha hecho carne, que ha acampado
entre nosotros, que nos está hablando continuamente y que, a quienes creen en
su nombre, les da poder para ser hijos de Dios. Escuchémosle y creamos para
nacer de nuevo, para nacer de Dios. “Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha
nacido de Dios”. El bautismo de Jesús en el Jordán nos lleva a pensar en
nuestro propio bautismo. Hoy es un día para reavivar el bautismo que un día
recibimos y especialmente para reavivar la fe. Tras haber celebrado el ciclo
litúrgico del adviento y la navidad que hoy concluimos, nuestra capacidad de
escucha y nuestra fe –porque van de la mano- deberían estar mucho más crecidas.
La
fe, nos dice san Juan en la segunda lectura, es nuestra arma para alcanzar la
victoria. “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de
Dios?”. Evidentemente no se trata de victorias al estilo del mundo. Las
victorias de la fe son victorias, en primer lugar, sobre uno mismo, pues la fe
nos hace libres del mundo, cada vez menos dependientes de él. La fe nos pone en
una situación personal, real, de capacidad de victoria. Nos da ánimo y espíritu
de vencedores. Es ciertamente una victoria paradójica, en el sentido de que,
aparentemente, puede parecer que estamos siendo vencidos: somos humillados,
objeto de injusticias, relegados al último puesto, da la impresión de que no
somos nadie en la vida o de que no conseguimos metas y logros socialmente
apreciados. La victoria que nos da la fe recibida en el bautismo es una
victoria al estilo de Jesús y participada de Él.
La
fe nos impulsa a mirar al cielo, esperar al Espíritu y escuchar también
nosotros la voz del Padre. El cielo está ahora constantemente abierto para
quien, en actitud de siervo, baja cada día a las aguas del arrepentimiento. El
Espíritu Santo está dispuesto a venir y permanecer con nosotros, darnos la vida
eterna del Padre y de Jesús –nacidos de Dios- y conducirnos en la vida, desde
dentro, como nuestro principio vital. El Padre cada día, al despertarte, te
susurra con ternura al oído: “tú eres hijo mío amado, tú eres uno de mis
predilectos”. Esa voz te dará fuerza para caminar, en fe, durante todo el día,
en medio de los problemas y dificultades, con ánimo de victoria.
Hoy
miramos al Jordán donde ha sido bautizado el Salvador, pero donde se concentra
nuestra mirada es en otro manantial del que brota agua viva, un agua que sacia
gratis la sed del corazón: la Santísima Trinidad. El amor del Padre, que nos
hace hijos, la gracia de Cristo, que nos lava del pecado, y la comunión del
Espíritu Santo, que nos da vida eterna ¡he ahí la fuente esencial! Para eso
hemos celebrado el misterio del Verbo encarnado: para conocer al Dios vivo y
verdadero que nos ha revelado Jesucristo, participar de su vida eterna y
permanecer en comunión con Él.
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