HOMILÍA DEL PADRE JESÚS HERMOSILLA - SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (6 DE ENERO)
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (6 DE ENERO)
Seguimos
celebrando este tiempo de gracia y verdad que es la Navidad. Hoy llegamos a la
última de las tres solemnidades de este ciclo litúrgico: la Epifanía del Señor.
También en esta fiesta necesitamos alzarnos por encima de los detalles con que
la tradición popular ha rodeado a los Magos (si eran reyes, si eran tres, sus
nombres, de dónde venían, si viajaban en camellos, si uno era negro, si se
perdieron en el camino porque entonces no había señales de tránsito…) e incluso
por encima del relato literal del evangelio, para poder contemplar el misterio
que san Mateo quiso transmitirnos: que Jesús se ha manifestado a todo mundo
como Luz salvadora. También muchos que se consideran creyentes más o menos
“practicantes” corren –corremos- el riesgo de quedarse tan deslumbrados por la
estrella (¡por tantas estrellas, incluso religiosas, pero superficiales!) que
ni siquiera se les pase por la mente ponerse en camino.
Los Magos y el Rey que ha nacido
El
evangelio habla sólo de “unos magos de oriente”. ¿Quiénes son estos magos? Son,
por supuesto, paganos, gente que, según algunos, practicaban la astrología, la
adivinación y la medicina. Por ser Arabia la tierra del incienso, se pensó que
venían de allá. De todos modos, lo que san Mateo quiere enseñar es que Jesús se
manifiesta a los pueblos paganos. Estos magos venidos de oriente representan a
todas las naciones de la tierra. Nos representan a nosotros, que no somos de
raza judía. Los magos son primicias de nuestra vocación y de nuestra fe,
primicias del llamado universal a seguir a Jesús y encontrar en él la
salvación. San León Magno dice que Jesús “deseó inmediatamente darse a conocer
a todos, él que se dignaba nacer por todos”.
Si
la tradición latina los ha convertido en reyes es porque vio cumplidas en ellos
las profecías de Isaías: “y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al
resplandor de tu aurora… Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro y
proclamando las alabanzas del Señor”, que escuchamos en la primera lectura de
hoy, y del salmo 71, que también se proclama en la celebración de hoy: “que los
reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos
los reyes y que todos los pueblos le sirvan”. A tantos contemporáneos nuestros
que se consideren reyes y dueños absolutos de sí mismos y de sus posesiones y
que, sin embargo, no son sino mediocres magos, cautivos a veces de temores y
supersticiones, abrumados por la buena o mala suerte, Dios les da una señal,
una luz, que los levante y ponga en camino.
También
hoy, esta Navidad, nace para todos. Todos los pueblos de la tierra, junto con
sus gobernantes, están invitados a ponerse en camino para encontrar al Señor y
adorarlo. Navidad es para todos. Todo el mundo debe saberlo: “ha nacido el Rey
de los judíos” y no sólo de los judíos sino del mundo entero. La antífona de
entrada de la Misa canta: “Miren que llega el Señor del señorío: en su mano
está el reino y la potestad y el imperio”. Sí, el Niño que ha nacido es Rey. El
Rey que establece el Reino de Dios. Todo el mundo debe saberlo. “Los cielos
publicaron la gloria de Dios -exclama san León-
y por toda la tierra resonó la voz de la verdad; desde la aurora hasta
el ocaso, retumbó la noticia del nacimiento del verdadero rey”.
La estrella
Al
parecer, estaba extendida en aquel tiempo la creencia de que una estrella
aparecía en el cielo al momento de nacer un gran hombre. En Ap 22, 16, Jesús
mismo dirá que él es “el Lucero radiante del alba”. En el caso de los magos, la
estrella es la señal de que ha nacido un Rey y la luz de la estrella un reflejo
de la verdadera Luz que ellos buscaban. También hoy, Dios hace brillar
estrellas que impulsen a muchos ponerse en movimiento, en búsqueda, hacia donde
está el Rey y Salvador del mundo. Tomo de nuevo prestadas las palabras a san
León Magno para decirte que también tú puedes ser una de esas estrellas:
“cualquiera que tiene en sí el brillo de una vida santa, muestra a la multitud,
como una estrella, el camino que conduce al Señor”.
La
estrella de la epifanía preludia ya el signo de la cruz. Cuando tiempos atrás
le preguntabas a un niño que cuál era la señal del cristiano, sin dudar te
respondía inmediatamente, hasta canturreando: “la señal del cristiano es la
santa cruz”. No es casualidad que la estrella conduzca a los magos a Jerusalén,
ciudad donde va a morir el Rey que buscan. Después de dejar Jerusalén, sigue
diciendo el relato evangélico, la estrella reaparece y, al verla, se llenaron
de inmensa alegría. Hay una señal inapelable de la presencia de Dios: la
alegría de un creyente clavado a la cruz; un hombre con cáncer terminal, por
ejemplo, u otra enfermedad grave, que rezuma paz y alegría, es una señal, una
estrella, que no deja indiferente a nadie. Es la señal más genuina del
Salvador.
Herodes y
Jerusalén
“Al
enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él”. Hoy mucha
gente considera a Dios como un ser innecesario, una idea superada que hay que
rebatir o incluso como un enemigo a destruir porque se opone a la autonomía
personal y a la felicidad; como a él no se le ve, se convierten en centro de
iras y rechazo los creyentes, especialmente los cristianos. La nueva del
nacimiento de un “rey de los judíos”, buena noticia para los pastores y los
magos, se le presenta a Herodes, en su mente calenturienta, como amenaza e
infortunio que hay que disipar y destruir al precio que dé lugar.
Llama la atención
que la ciudad depositaria de la Escritura, que espera el cumplimiento de las
promesas de Dios, y sus dirigentes, que tienen el saber y conocen la Escritura,
se ciegan y se niegan a ponerse en camino, mientras que los representantes de
la astrología van a postrarte ante el Rey. “Vino a su casa y los suyos no lo
recibieron”. Misterio de la libertad humana. Misterio de la ceguera y rechazo
de Jesús por parte de quienes dicen creer en él y conocerle. Advertencia para
todos nosotros que decimos conocer y celebrar la navidad.
La casa
La
estrella vino a ponerse encima de donde estaba el niño. Y el Niño estaba con
María, su madre, en la casa. “Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el
Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una
estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre” (Francisco,
01/01/2015). Mientras los “creyentes” se quedan en Jerusalén, los paganos
entran en la Casa y adoran al Dios-Rey. Hoy, la Casa en la que podemos con
total seguridad encontrar al Redentor del mundo y adorarle es la Iglesia. Las
estrellas de Dios (el testimonio de los creyentes y tantos signos que Cristo da
al mundo), capaces de motivar la salida de la propia situación y emprender la
búsqueda, llevan a una meta: el encuentro con Cristo Salvador en su Iglesia.
“Cristo
y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y María están
siempre unidas… No se puede «amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a
Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia»
(Pablo VI). En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva
a Cristo. Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación
vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo
hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo
podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia
Jerárquica. Es la Iglesia la que dice hoy: «Este es el Cordero de Dios»; es la
Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus
gestos de gracia que son los sacramentos” (Francisco, 01/01/2015). En ella
hemos de adorarlo y entregarle la ofrenda de nuestra propia vida. En ella, en
lo más valioso que Jesús le ha dejado, la Eucaristía, se nos da Él hecho Pan de
vida.
La
celebración de la Epifanía debería suponer, cada año, un nuevo comienzo, un
levantarse y ponerse en camino o un proseguir con renovado empeño, arrastrando
a otros, a nuestro paso, al seguimiento. Madre de la Epifanía, estrella y
resplandor de la gloria del Verbo, ayúdanos a ser, en este mundo incrédulo, luz
sin velo.
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