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NAVIDAD, TIEMPO DE LUZ, TIEMPO DE LIBERACIÓN, TIEMPO DE RECIBIRLE


Navidad 2010. Misa de medianoche
Navidad, tiempo de luz, tiempo de liberación, tiempo de recibirle
Cómo quisiera, amigos míos, transmitirles toda la alegría que he sentido leyendo y meditando los textos de las misas del día de Navidad. La iglesia ha conservado cuatro formularios distintos para este día: vigilia, medianoche, aurora, día. Cada Misa con sus oraciones y sus tres lecturas. Para que nos saciemos de Palabra; la gente estos días se atiborra de espectáculos, comida, bebida, impresiones, palabras… de mundo en definitiva, y nosotros ¿no seremos capaces de alimentarnos bien, mejor atiborrarnos (pues con poco nos hartamos) de oración, de Palabra, de sacramentos… de Dios?
(He gozado gustando la Palabra. Y por la tarde, cuando he leído en el teléfono la noticia de la muerte de Manuel, he pensado, con cierta envidia,  que él va a poder vivir ya la verdadera Navidad, que la luz que brilló en las tinieblas, con la encarnación y nacimiento del Verbo, es ya para él luz perpetua. Con esta noticia el gozo de la Palabra no se me ha ido, únicamente se ha tornado un poco más melancólico.)
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz
Ese pueblo que camina en tinieblas, del que nos habla la primera lectura de la Misa de medianoche, es nuestro mundo, somos tú y yo. Tiniebla, oscuridad, es la situación en que viven tantos millones de personas que no creen posible conocer la verdad o no les interesa, la situación de tanta gente a quien el bien y el mal moral, lo bueno y lo malo, el sentido de la vida, la verdad sobre Dios, sobre el mundo, sobre el hombre, parece no importarles apenas. “Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció”. Eso es Navidad, una luz, la Luz, que brilla en el mundo.
Incluso a quienes pensamos que ya hemos pasado de las tinieblas a la luz ¡cuánto nos falta todavía! Aun por mucho que veamos, la luz que nos guía es tiniebla comparada con la luz eterna; caminamos en fe, que siempre es oscura (aunque segura, como dice Juan de la Cruz). Por eso, para nosotros, navidad es tiempo de desear más luz, encontrarnos más intensamente con Aquel que es la Luz, poder ver más claro y, también, anhelar la luz perpetua. Además, todavía hay en nuestro corazón, en nuestra mente, rincones no iluminados, espacios de oscuridad, de ignorancia, de pecado. La Navidad es para ser más y mejor iluminados.
Además de luz se anuncia alegría, gozo, abundancia de frutos y liberación: la vara, el yugo, el bastón del opresor, van a ser quebrantados. Al oír estas promesas de Dios, no cabe sino pensar, primero, en la opresión del pecado, que nos tiene sometidos; en las redes del Maligno, presente como nunca en los poderes –económicos, políticos, mediáticos, financieros…- de este mundo y en tantas personas que, de un modo u otro, se pliegan y someten, tal vez inconscientemente, a su dominio. En tantas otras opresiones que tienen su origen en la injusticia de los hombres y en las angustias, miedos, situaciones problemáticas… que, en último término, son consecuencias del pecado. Navidad es tiempo de liberación.
Porque un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado
Este texto es del capítulo 9 del libro de Isaías. El niño de que aquí se habla es el mismo del que, dos capítulos antes, se había anunciado que nacería de una virgen y que sería llamado Emmanuel. “Nos ha nacido”, nace para nosotros; “se nos ha dado”, se nos da personalmente. Navidad es tiempo de recibirle, tiempo de establecer una relación personal más intensa con él.  La gran luz, la alegría, la liberación de la opresión, todo llega de la mano de este niño que, además, es un príncipe. Su nombre, es decir, su identidad, es “Maravilla de consejero” (viene como maestro), “Dios guerrero” (que nos da la victoria), “Padre perpetuo” (que da vida eterna), “Príncipe de la paz” (trae una paz sin límites). Establece un reino de justicia y derecho desde ahora y por siempre. Navidad es tiempo de recibir.
Un signo maravilloso… y una señal tan insignificante
Los acontecimientos políticos de la época, sin saberlo, contribuyeron a que el niño naciera en Belén. Un decreto del emperador, el censo… José y María han de ir a Belén y las profecías se cumplen. “Mientras estaban allí, le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito”. Hasta aquí todo normal, sencillo, pobre. Este tono contrasta con la espectacularidad de lo que dice a continuación el evangelio: “Un ángel del Señor se les apareció –a unos pastores- y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: no teman, les traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Un signo grandioso, una gran noticia. “Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Una señal insignificante. Y así sigue siendo también hoy. La realidad es maravillosa: Dios hecho hombre está en medio de nosotros. Es la mejor noticia: Dios ama a cada hombre, Dios salva, Dios trae la victoria. Los signos son pequeños: un libro en el ambón desde el que habla, un altar en el que nace en pan y vino, un sagrario en donde está presente, pobres, enfermos que lo muestran…
Vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado
Lo maravilloso desaparece y los pastores se quedan solos, ¿hay que hacer algo o habrá sido una alucinación? “Los pastores se decían unos a otros: vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor … Y fueron corriendo”. Jesús pone en movimiento a todo el mundo: a José y María, a los pastores, a los magos, hasta al rey Herodes. La Navidad es tiempo de movimiento. La gente anda de acá para allá. Pero hay que ver hacia dónde nos movemos, en qué dirección vamos. Hay que ir hacia donde está el Señor. Hacia donde él quiere que vayamos, porque allí es donde le vamos a encontrar: puede ser la iglesia, puede ser el hospital… o los dos lugares. El movimiento no necesariamente ha de ser físico sino espiritual: intelectual –conversión-, afectivo –perdón, amor-… Se pueden acortar muchas distancias estos días sin moverse de donde uno está. A veces no hay distancia física ¡y cuánta lejanía espiritual y afectiva! Hay que ponerse en camino, desinstalarse. A los pastores les era fácil pues pasaban la noche al aire libre. Si queremos llevar la casa a cuestas va a ser un poco difícil… Hay que dejar, renunciar… Lo que (a Quien) vamos a encontrar será mucho mejor.
Navidad: tiempo para ir al establo y ver al Niño en el pesebre
Los pastores sabían a lo que iban, lo que realmente les interesaba: encontrarse con aquel Niño de quien les habían dicho que era un Salvador, el Mesías, el Señor. No se fijaron en cómo era aquel establo, en el olor que desprendía o en las boñigas de los animales que había por el piso. Se ve que eran inteligentes… Porque hay gente que estos días irá a alguna iglesia y se fijará en todo menos en el Niño de verdad (que por cierto ya está más crecidito). Vayamos a lo esencial y no nos quedemos en niñerías o sentimentalismos baratos (que hasta pueden sernos caros).
Y de evangelizados se convirtieron en evangelizadores: “contaron lo que les habían dicho de aquel niño”. Los que los oían “se admiraban de lo que decían los pastores”. No perdamos la capacidad de admiración, de asombro ante el amor inmenso de Dios. “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. Otras dos actitudes para vivir el tiempo de Navidad: guardar en la memoria, en el corazón, y volver sobre ello, meditar. “Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído”. Navidad es también tiempo para orar, para glorificar y alabar a Dios; pero primero hay que ver, contemplar, escuchar…
Padre Jesús Hermosilla

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