XVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B
Pan de Vida
2 Reyes 4,42-44
Efesios 4,1-6
Juan 6,1-15
29-07-18
A partir de este domingo se abre en la liturgia de la palabra un amplio paréntesis que nos permitirá escuchar el capítulo 6 del evangelio de Juan, en el cual el evangelista realiza una estupenda reflexión sobre el misterio de Cristo–Pan de Vida, que se encarna en la historia, ofrece su vida por la salvación de la humanidad y se hace presente en medio de la comunidad cristiana en el pan de la eucaristía. En su reflexión se funden admirablemente la meditación eucarística y la reflexión cristológica, el misterio de la encarnación (el pan de Dios que baja del cielo) y el misterio de la redención (el pan que da la vida al mundo). El capítulo sexto del evangelio de Juan inicia con el relato de la multiplicación de los panes, que es uno de los “signos” que realiza Jesús. La acción del Señor, por tanto, tiene un valor simbólico que nos invita a descubrir algo más. En ella se revela el misterio de la gloria de Jesús. A través del hecho exterior estamos invitados a captar un mensaje y una verdad más profunda. El “signo” se vuelve anuncio y catequesis del misterio de Cristo “pan de vida”.
La primera lectura (2 Re 4,42-44) es el relato de la multiplicación de los panes realizada por el profeta Eliseo. En el texto se subraya la voluntad de Dios de dar de comer a aquel grupo que está con el profeta, a pesar de la poca provisión de panes con que cuentan (v. 42: “veinte panes de cebada y espigas nuevas en la alforja”). Eliseo no es un mago, es un “hombre de Dios”, que actúa siempre en obediencia al Señor. Es un creyente fiel y un profeta. Por eso, ante la duda de su criado (“¿cómo voy a dar de comer con esto a cien hombres?”), insiste: “Dáselo, porque el Señor dice: ‘comerán y sobrará’” (v. 43). Y así sucede: “Él se lo sirvió, comieron y sobró, según la palabra del Señor” ( v.44). En el contexto del segundo libro de los Reyes, los relatos de los milagros de Eliseo son un fuerte argumento contra el sincretismo religioso que vivía Israel, que recurría a Baal –divinidad cananea de la fertilidad– y no a Yahvéh, para obtener el pan, el agua, el aceite y los frutos de la tierra. El milagro del profeta pone de manifiesto el poder de Yahvéh, el único que hace fértil la tierra y da la vida a su pueblo. A través de la fe del profeta se hace presente también el poder y la fidelidad de Dios en una situación límite, en donde los medios humanos son escasos y las capacidades del hombre resultan insuficientes.
La segunda lectura (Ef 4,1-6) es un llamado a la edificación de la comunidad cristiana como cuerpo de Cristo, a través de la unidad en la fe y el amor recíproco. Para el autor de la carta a los Efesios vivir así es “vivir según la vocación a la que hemos sido llamados” (v. 1). El amor concreto de unos a otros, se opone a la tentación del enfrentamiento inútil, del sectarismo, de la indiferencia egoísta y de las divisiones al interior de la Iglesia (v. 2: “compórtense con gran humildad, amabilidad y paciencia, aceptándose mutuamente con amor...”). La unidad de la fe ayuda a superar la tentación de la deformación de la verdad revelada (v. 14: “no seamos niños caprichosos llevados por cualquier viento de doctrina...”). A la raíz del amor concreto y de la unidad de la fe se encuentra el misterio de la Trinidad, como fuente de vida, de comunión y de verdad en la Iglesia (vv. 4-6). La presencia y la acción del Espíritu, del Señor Jesús y del Padre, fundamentan el amor y la unidad de la Iglesia. Esta unidad no es sólo una exigencia ético-pastoral, sino el reflejo de la misma unidad de Dios. En el antiguo Israel, la unidad del pueblo se fundaba en la unidad de Yahvéh (Dt 6,4: “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno”); en la Iglesia, el fundamento de la unidad es el misterio trinitario: uno sólo es el Espíritu que anima la esperanza de los creyentes; uno sólo es el Señor, en quien se asienta la fe y el bautismo; y uno solo es el Padre de todos, “que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos” (v. 6).
El evangelio (Jn 6,1-15) relata el “signo” que Jesús realiza en favor del pueblo hambriento. Hay un dato cronológico importante: “estaba próxima la fiesta judía de la pascua” (v. 4). Es evidente que Juan desea poner en relación con la pascua el gesto de Jesús. Jesús, igual que Moisés, ha atravesado “el mar” (cf. Ex 14,1-31) y estaba con el pueblo en “la montaña” (cf. Ex 19,20.24) (v. 3). Todo hace pensar que la acción realizada por Jesús revela un misterio de liberación, al estilo de la antigua pascua hebrea. El pan que dona a la gente evoca un don más alto y misterioso: la salvación escatológica que Dios ofrece, a través de él, a todos los hombres. El simbolismo de la montaña se puede explotar aún más. La montaña es el lugar en donde se dio la Ley a Israel (Ex 19) y también el espacio sagrado en donde Dios preparará el banquete mesiánico para todos los pueblos (Is 25,6-10). Ahora es Jesús, en la montaña, el que prepara el banquete mesiánico, presentándose a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo.
Jesús al “ver” que mucha gente acudía a él, toma la iniciativa de darles de comer, preguntándole a Felipe: “¿dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?” (v. 5). De esta forma se subraya la gratuidad absoluta del don del pan. El relato presenta ante todo a Jesús como donante generoso ante la multitud; su gesto, gratuito, depende de la mirada que ha dirigido sobre ella. Con la pregunta que Jesús hace a Felipe en el v. 5 (“¿dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?”), pone de manifiesto la imposibilidad del hombre para procurarse el “verdadero” pan. Jesús espera la reacción de Felipe, el cual no capta la dimensión metafórica de la pregunta de Jesús y le responde haciéndole notar que tienen muy poco dinero para comprar alimento para tanta gente (v. 7). Detrás del diálogo entre Jesús y Felipe podemos entrever las palabras del profeta Isaías: “Aunque no tengáis dinero, ¡venid! Comprad trigo y comed, ¡gratuitamente! (Is 55,1). En este texto profético, bajo la imagen del alimento concedido gratuitamente, Yahvéh invita a Israel a buscar lo que verdaderamente sacia, su palabra que hace vivir y le promete su alianza eterna. También Jesús quiere ofrecer al pueblo el pan que sacia verdaderamente y que da la vida eterna. El evangelista añade, en efecto, que Jesús “sabía lo que iba a hacer” (v. 6). Un “hacer” que no se refiere sólo al milagro de la multiplicación de los panes. Para que toda aquella gente tenga vida, Jesús dará mucho más que unos panes que sacian materialmente. Les ofrecerá las palabras que ha oído del Padre, y su propia persona a través de la muerte. La intervención de Andrés, al igual que la de Felipe, quieren poner de manifiesto la grandiosidad del signo y la impotencia humana (v. 8).
Jesús ordena que todos se sienten, es decir, los invita a la mesa que él mismo va a servir. El verbo griego usado indica que la gente se “reclina” para comer, como en los grandes banquetes. Jesús no sólo dona el alimento, sino que preside aquella comida en común. Los gestos de Jesús evocan la última cena: toma los panes, da gracias a Dios y los distribuyeÉl mismo reparte el pan, él es el que da de comer a la multitud (no son los discípulos, como en los otros evangelios). Con este rasgo, Juan quiere subrayar el misterio que se encierra en el signo: aquel pan distribuido gratuitamente representa a Jesús que dona su vida para la salvación de la humanidad. Luego Jesús ordena que recojan lo sobrante para que nada se pierda (v. 12), pues aquel alimento significa también la incorruptibilidad del don de Dios y de la vida donada por Jesús a los hombres. Al final Jesús es aclamado por la gente como el profeta que debía venir al mundo, semejante a Moisés (v. 14). Quieren tomarlo para hacerlo rey, pero Jesús huye sólo a la montaña. La gente no ha captado totalmente el misterio encerrado en el signo. Jesús, al final, está sólo en lo alto, un espacio que representa el mundo de Dios. Jesús recibe gloria sólo del Padre, no de los hombres.
Con aquel signo Jesús se presenta como el nuevo don pascual (“estaba cercana la fiesta de la pascua”) que, ofreciéndose a sí mismo, da la vida al mundo. El es el verdadero pan que sacia el hambre física y espiritual del hombre. La comunidad cristiana vive este misterio sacramentalmente cada vez que celebra la eucaristía, experiencia de gratuidad y exigencia de solidaridad.
Mons. Silvio José Báez
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