XVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B
Jeremías 23,1-6
Efesios 2,13-18
Marcos 6,30-34
22-07-18
Las lecturas bíblicas de este
domingo presentan la obra de Cristo, como proyecto de “justicia”, es decir, de
salvación integral y de paz para toda la humanidad. Él es el pastor anunciado
por los profetas, que realizará el plan de vida y de misericordia de Dios para
su pueblo (primera lectura); en él la humanidad entera llega a ser un único
pueblo, sin separaciones ni discriminaciones (segunda lectura); él es el pastor
que se conmueve frente a la indigencia material y espiritual de los hombres
(evangelio).
La primera lectura (Jer 23,1-6)
utiliza las conocidas imágenes bíblicas del pastor y el rebaño para hablar de
las relaciones entre Dios y el pueblo. Se trata de un oráculo de Jeremías, en
el que se critica la conducta y el gobierno de los reyes de Israel, a los
cuales se les consideraba como pastores del pueblo: “¡Ay de los pastores que
extravían y dispersan el rebaño de mis pastizales, oráculo del Señor!” (v. 1).
Los monarcas en Israel se han enriquecido a sí mismos, no han cumplido ni se
han preocupado de hacer cumplir la ley del Señor, no se han interesado de los
más pobres del país, han vivido dominados por intereses egoístas y vendidos a
las potencias extranjeras. La víctima de toda esta situación es el pueblo,
sobre todo los sectores más necesitados de la sociedad. En su favor alza la voz
el profeta Jeremías diciendo que Dios mismo intervendrá en la historia, para
castigar a los reyes y para pastorear personalmente al pueblo (vv. 2-3). El
Señor pondrá al frente del pueblo pastores que lo apacentarán con
responsabilidad y esmero (v. 4). El rey de turno se llama “Sedecías”, un nombre
que le fue impuesto por los babilonios y que en hebreo quiere decir,
“Yahvéh-mi-justicia”. Para Jeremías, Sedecías es el símbolo de la insuficiencia
humana, de la irresponsabilidad de los pastores y de los límites de la monarquía.
Por eso anuncia la llegada de un “retoño legítimo” de David, es decir, un
auténtico rey-pastor, “que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y
la justicia en esta tierra” y en cuyos días “Judá se salvará e Israel vivirá en
paz” (v. 5-6). Su nombre, en clara oposición al rey Sedecías, será:
“Yahvéh-nuestra justicia” (v. 6).
El oráculo es
mesiánico, es decir, expresa el sueño de los creyentes y de los profetas en
Israel acerca de un personaje que, en nombre de Dios, podría cambiar
radicalmente los corazones y las estructuras de este mundo. La expresión
“Yahvéh-nuestra justicia”, más que un nombre, designa el proyecto que Dios
realizará a través de este rey mesiánico, auténtico descendiente de David: un
proyecto de justicia. La justicia, en sentido bíblico, designa la salvación que
Dios realiza en la historia, restituyendo al hombre la posibilidad de volver a
entrar en alianza con él. El hombre cuando peca se hace injusto; Dios, en su
infinita misericordia, hace justo al hombre a través del perdón, haciéndolo
capaz otra vez de vivir en relación con él. A la justicia-salvación de Dios
corresponde la respuesta del hombre, que con su fidelidad a la Ley se mantiene
como hombre justo delante de Dios. Por lo tanto, el proyecto mesiánico de
justicia implica, por una parte, la acción salvadora, gratuita y misericordiosa
de Dios; por otra, la respuesta humana de fidelidad a los mandamientos,
practicando la justicia con sus semejantes. Jeremías anuncia que el Señor
reunirá de nuevo a su pueblo y cuidará de él, a través de un rey ideal de
justicia y a través de pastores que, ejerciendo el derecho y la justicia,
devolverán al pueblo la posesión de la tierra y la felicidad de habitar en
ella.
La segunda lectura (Ef 2,13-18)
es un himno que celebra la obra de Cristo en la historia humana, él cual ha
realizado en favor de la humanidad el proyecto divino de libertad y de paz para
todos. La paz, el shalom bíblico, es la suma de todos los bienes a los que
puede aspirar un hombre, es la plenitud de la salvación mesiánica. Por eso el
texto afirma con fuerza que “Cristo es nuestra paz” (v. 14). Al mismo tiempo se
hace referencia a una de las expresiones más significativas de esta paz: la
destrucción de las divisiones y las barreras entre los hombres. Cristo Jesús ha
hecho de judíos y gentiles “un solo pueblo, destruyendo el muro de enemistad
que los separaba”. Ha abolido el muro del Templo de Jerusalén, que prohibía a
los no judíos entrar en el espacio sagrado reservado a los elegidos de Israel;
y ha abolido también el muro de la Ley, que interpretada por los maestros en
forma legalista, se había vuelto un obstáculo para la experiencia viva de la fe
y un estorbo para reconocer la dignidad de la persona humana (vv. 14-15).
Cristo Jesús ha donado gratuitamente la paz mesiánica a todos sin distinción,
invalidando todas las separaciones y segregaciones en medio de la humanidad y
ofreciendo a todos hombres la experiencia de la plenitud de la comunión con el
Padre: “Su venida ha traído la buena noticia de la paz: para los de lejos y
para los de cerca; porque gracias a él, unos y otros, unidos en un solo
Espíritu, tenemos acceso al Padre (v. 18).
El evangelio (Mc 6,30-34)
nos presenta dos partes de una única escena, en la que Jesús actúa con la
misericordia y la solicitud de un pastor. En la primera parte, se presenta como
“pastor de sus discípulos” (vv. 30-32); en la segunda, como “pastor del pueblo
sufriente” (vv. 33-34).
Jesús es “pastor
de sus discípulos” (vv. 30-32). Después de la misión, “los apóstoles se
reunieron con Jesús” (v. 30), como las ovejas en torno al pastor. Le cuentan
todo lo que han “hecho” y lo que han “enseñado” (v. 30). Hay mucho que contar y
compartir, pero el tiempo es poco y la gente que los sigue es siempre tanta (v.
31b: “eran tantos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer”).
Entonces Jesús mismo decide: “Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado, para
descansar un poco” (v. 31a). Él había tomado la iniciativa de enviarlos en
misión, ahora se adelanta para invitarlos a descansar. Quiere escucharles a
solas, estar con ellos, compartir con aquellos que ha elegido “para que
estuvieran con él” (Mc 3,14). Los convoca antes y después de la misión. Primero
los envía a los pueblos vecinos; ahora, se va con ellos, “en la barca”, “a un
lugar desabitado” (v. 32). Los reúne no para que le rindan un informe de lo
realizado, sino para reforzar los lazos de amistad y de afecto. Jesús es, para
los discípulos, Maestro y Pastor. Los educa y los envía en misión, pero también
les ofrece el apoyo y la acogida que necesitan, les invita a reposar y les
ofrece la gracia de su intimidad.
Jesús es “pastor
del pueblo sufriente” (vv. 33-34). La segunda parte del texto relata un
elemento imprevisto, que interrumpe el reposo de los apóstoles con Jesús: “los
vieron alejarse y muchos, al reconocerlos, fueron allá por tierra desde todos
los pueblos... Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de
ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”
(vv. 33-34). Jesús ve a aquella gente cansada, que lo ha seguido desde muchos
pueblos para escucharlo, y “sintió compasión de ellos” (griego: kai
esplanchnistê ep’autous). Marcos utiliza el rico verbo griego splanchnízomai,
que indica la conmoción y la misericordia que brotan de las entrañas.
(Splanchna, en griego, quiere decir entrañas). Este mismo verbo
(splanchnízomai) lo utiliza Marcos para describir el sentimiento de Jesús
delante del leproso que le pide ser curado (Mc 1,40); Lucas, lo usa para hablar
de la misericordia del buen samaritano (Lc 10, 29-37) y del Padre que recibe al
hijo que vuelve a la casa (Lc 15,11-32); y Mateo, para describir los
sentimientos del patrón que perdona la deuda al siervo (Mt 18,23-35). Delante
de la humanidad desorientada (“eran como ovejas sin pastor”), cansada y
sufriente, Jesús experimenta una misericordia profunda que lo conmueve
interiormente. Marcos no nos dice nada sobre las expresiones exteriores que
pudieron hacer visible la misericordia de Jesús, sino que nos describe su
corazón de pastor delante del hombre adolorido y oprimido. La compasión de
Jesús-Pastor es la encarnación de la piedad y del amor de Dios hacia su pueblo.
Una compasión infinita, inconmensurable.
Es importante
notar en el texto la descripción de la experiencia de Jesús delante de la
gente: primero las ve, luego experimenta compasión en su interior y,
finalmente, actúa. Un proceso que se puede resumir con tres verbos: Ver la
realidad, sentir compasión de los otros y actuar en su favor. El último momento
del proceso es la acción: “Jesús se puso a enseñarles muchas cosas”. Jesús es
el Pastor de su pueblo ante todo porque le ofrece el alimento de su palabra
y lo nutre con el evangelio de la
esperanza.
La Iglesia puede
sacar tres lecciones de las lecturas bíblicas de hoy: (1) La obra de Jesús, que
la comunidad cristiana debe continuar, es una obra de justicia, es decir, de
salvación integral, espiritual, social y física del hombre; (2) La misión de la
Iglesia en el mundo debe ser una misión de paz, de unidad y de amor, superando
siempre la tentación de olvidar a los alejados, de cerrarse ante los retos
nuevos o de ser intolerante frente a los de fuera; (3) La Iglesia, como Jesús,
debe ofrecer a los hombres un espacio de reposo y de paz, a través de la
experiencia de la oración profunda y de la liturgia viva,; al mismo tiempo que,
a imagen de Cristo, debe saber actuar con misericordia y con compasión delante
de toda miseria humana.
Mons. Silvio José Báez
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